Viajeros naturalistas y cientificos en el siglo de las luces
A partir del siglo XVI la naturaleza de la Nueva España se transformó -como imán originado por una magia geográfica en las mentiras verdaderas de ultramar, la literatura oral y escrita, y por la contundencia exótica, extraña, seductora, y cautivadora de la realidad.
Un territorio por recorrer, inventar y conocer para el viajero llegado del viejo continente. Tarea que correspondió, en principio, a aprendices, curanderos, médicos, misioneros y evangelistas.
El primero de ellos -entendido en artes y oficios terapéuticos-, el protomédico del rey Felipe II, Francisco Hernández, llegó a territorio mexicano en 1571 para conocer «la naturaleza de las cosas» de la entonces Nueva España. En aquellos tiempos, el médico occidental obligadamente era naturalista, el naturalista; expedicionario, y el expedicionario, viajero, si quería descubrir las propiedades terapéuticas, gastronómicas, mágico religiosas e industriales de la riqueza vegetal del continente americano.
A Hernández se le considera el precursor de los viajeros naturalistas «científicos», ya que después de las excursiones que realizara en el nuevo mundo y de la fama de su trabajo como naturalista en México, algunos viajeros europeos empezaron la búsqueda por conocer la naturaleza mexicana.
Por distintos azares y desdichas, en nuestro país se conocen más los trabajos del naturalista de origen alemán Alexander von Humboldt, que los realizados por un grupo de científicos peninsulares y oriundos del centro de México. Cuando Humboldt arriba a Veracruz en 1803, los científicos novohispanos llevaban más de quince años estudiando y registrando en preciosas acuarelas la naturaleza subcontinental: desde Punta Nutka, hoy Vancouver, en Canadá, hasta la frontera de Honduras con Nicaragua, además de algunas islas del Caribe. En ese mismo año, mientras el naturalista alemán queda pasmado por la belleza y diversidad del paisaje, la geografía y las costumbres mexicanas, nuestros expedicionarios zarpan del puerto de Veracruz rumbo a la metrópoli española para editar y publicar la gigantesca obra reunida durante sus años de investigación.
LA EXPEDICIÓN
Como parte de los trabajos científicos de la Real Expedición Botánica a la Nueva España (1787-1803), un grupo de médicos, anatomistas, botánicos y zoólogos acompañados por artistas recorrió más de 30 mil kilómetros de territorio, colectando y clasificando flora, fauna, minerales y describiendo la geografía, las costumbres de lugareños, así como una gran cantidad de estudios cuya fama trascendió el Atlántico, principalmente entre botánicos. La expedición fue dirigida desde la ciudad de México por el aragonés Martín de Sessé y Lacasta, acompañado por el anatomista y cirujano José Longinos Martínez, el farmacéutico Jaime Senseve, el boticario Juan del Castillo, y el botánico Vicente Cervantes y un grupo de naturalistas, además de los artistas Vicente de la Cerda y el destacado pintor Atanasio Echeverría; ambos muy jóvenes y egresados de los primeros cursos de pintura impartidos en la Academia de San Carlos. En este tipo de viajes de investigación, el pintor era -como el fotógrafo de hoy-, quien registraba en preciosas acuarelas la naturaleza descubierta con fines científicos de identificación y clasificación. En 1789, se integró a la travesía José Mariano Mociño, nuestro primer botánico moderno, nacido en Temascaltepec, hoy Estado de México.
Las excursiones iniciaron sus trabajos con la inauguración en 1788, del Jardín Botánico y de la Cátedra de Botánica, en la entonces Pontificia Universidad de México. Aunque el conocimiento de las plantas en nuestro país tiene mucho más que 200 años de existencia (recuérdese el jardín de plantas del palacio de Moctezuma, o el bosque de Chapultepec, donde los aztecas preservaron especies de flora y fauna oriundas), fue a partir de ese momento cuando empezó en México la moderna ciencia basada en la metodología de Carolus Linneo.
Luego de constituirse ambos espacios se dieron a la tarea de realizar las primeras colectas alrededor de la ciudad de México. Desde San Angel los naturalistas reportan, en junio de 1788, plantas conocidas y citadas por botánicos que habían viajado por Africa, Canadá y Virginia. En octubre de ese año recorren los poblados aledaños «a la lejana distancia de dieciocho leguas de México», y en marzo de 1789 inician un trayecto desde Xochimilco hasta el puerto guerrerense de Acapulco. En 1790, mientras se envían a la ciudad de México toda clase de objetos naturales (animales disecados, láminas dibujadas o esbozadas, semillas, plantas de herbario, minerales, insectos, etcétera) para ser ordenados por los especialistas, emprenden otra travesía, ahora por regiones del Bajío. Los naturalistas, divididos en tres grupos, recorrieron sitios de casi todos los estados que hoy conforman nuestro país, desde Baja California hasta Veracruz, e incluso llegan a Guatemala y a la frontera de Honduras con Nicaragua.
Aunque los trabajos tenían el carácter general de ser una expedición botánica, sus miembros realizaron actividades integrales, completas, referentes a las ciencias naturales de la época: ascendieron a volcanes en erupción para estudiarlos; analizaron minerales para su utilización industrial; describieron la anatomía de peces, mamíferos, aves, insectos, mariposas; y realizaron anotaciones acerca de nombres y usos de plantas con fines terapéuticos o nutricionales, además de los botánicos.
En ese tiempo (cien años antes de Charles Darwin), cuando los recursos naturales empiezan a ser ordenados y clasificados bajo la metodología linneana, -la nueva luz clasificatoria en el siglo de las luces- y se esparce como reguero de pólvora el interés por conocer sus propiedades gastronómicas, medicinales e industriales, la fiebre de los exploradores recorre los confines del planeta. A esta corriente de pensamiento se debieron expediciones científicas europeas a todo el mundo. Se ordenan excursiones para delimitar los territorios de las naciones imperiales; para mejorar vías marítimas y comerciales; para identificar y clasificar los recursos naturales en Colombia, Perú y Chile. En ese mismo tiempo, el capitán de fragata, Alejandro Malaspina, inicia su travesía alrededor del mundo para delimitar los territorios españoles y definir estrategias político militares para contener el creciente descontento y la descomposición económico-política en los dominios ultramarinos. Y precisamente cuando esta expedición toca territorio mexicano, primero en Acapulco, Guerrero, y luego en San Blas, Nayarit, nuestros científicos, encabezados por Mariano Mociño y por el pintor Atanasio Echeverría, se embarcan, para contribuir a delimitar la geografía de la corona española.
En cuanto a trabajos antropológicos, el que desarrolló Mariano Mociño en Nutka ( Noticias de Notka), es un estudio precursor de un tipo de antropología social, que ya Humboldt, cuando lo conoció, quince años después de haberse escrito, lo recomendaba en su Ensayo Político al señalar que «A pesar de las exactas noticias que se deben a los navegantes ingleses y franceses será muy interesante publicar en francés las observaciones que el Sr. Mociño ha hecho acerca de las costumbres de los indígenas de Nutka.
En efecto, gracias a su aguda y clara observación científica, Mariano Mociño, realizó precisas descripciones de las costumbres de los nutka: formas de gobierno, lengua, poesía y medios de sobrevivencia, entre otros datos relevantes.
VIAJE AL SURESTE
Para 1894 Mociño viajó al sureste de México hasta llegar a Nicaragua; sin embargo, su obra alcanzó mayores proporciones en Guatemala.
En esta expedición estudió el cultivo del añil; analizó el agua para conocer su potabilidad; observó los trastornos causados por la rabia, e intentó tratarla con la escobosa; además incrementó notablemente los acervos botánicos y zoológicos que enviaba a la ciudad de México. En su itinerario, en Ciudad Real de Chiapas, se consagró a la curación de enfermos de lepra (que bien puede ser lo que hoy identificamos como úlcera de los chicleros), promovió la fundación de un hospital para tratarla, y realizó estudios de campo para mejorar el beneficio del azogue. Asimismo elaboró diversos trabajos como naturalista, entre los que destaca «La flora de Guatemala», que hasta nuestros días permanece inédita, como la mayoría de los trabajos de esta expedición científica precursora en nuestro México desconocido. Es el primer científico que clasifica el quetzal (Pharomacrus mocinno de La Llave).
ARTE Y CIENCIA SE CONJUGAN
Después de casi 16 años de trabajos y por órdenes expresas del monarca español, en 1803 Mariano Mociño y Martín de Sessé se embarcan en Veracruz con destino a España para editar la magna obra. Desafortunadamente para la historia de las ciencias naturales mexicanas ocurrieron una serie de vicisitudes a la llegada de los científicos a España, por lo que se hizo imposible publicar, como ellos lo hubieran querido, las dos grandes obras: Planta Novae Hispanie y Flora Mexicana.
En lo que se refiere a la calidad y dimensión de la obra de los naturalistas, se puede señalar que el arte de las pinturas -particularmente las de Atanasio Echeverría-, fue reconocido, entre otros, por el botánico suizo Agustín Pyramus de Candolle, que desde París conocía el trabajo de los viajeros naturalistas y quien escribió: «Uno, entre otros, nacido en México y nombrado Echeverría, sobrepasa por la precisión de sus dibujos, la belleza y rigor de su colorido a la mayoría de pinturas de flores de Europa».
Los artistas, precursores en el uso del arte del dibujo con fines científicos, lograron pintar más de dos mil láminas en preciosos colores. Los científicos colectaron más de ocho mil especies en el territorio novohispano; de las cuales, los especialistas calculan que cuando menos mil fueron nuevas para la ciencia de aquella época. Las primeras semillas de distintos géneros de plantas, que hoy embellecen muchos de los jardines europeos (especialmente los géneros Dahlia Cosmos y Zinnia), provenían de los materiales enviados a España por los naturalistas. Los materiales de herbario, los animales disecados y descritos, las pinturas de los artistas, las notas y estudios científicos -la mayoría inéditos- hacen de esta monumental obra, la más importante y valiosa expedición científica del siglo XVIII y una de las más importantes en nuestra historia.
El especialista que por varias décadas se ha dedicado al estudio de esta expedición, el doctor Rogers Mc Vogh, de la Universidad del Norte de Carolina, ha consignado: «Si la Flora Mexicana hubiera sido publicada como ellos lo esperaban, se le consideraría, en la actualidad, como un trabajo fundamental sobre la botánica neotropical, anticipándose a obras como Nova genera et Species, de Humboldt, Bonpland y Kunth».