El lirio acuático: amenaza y promesa - México Desconocido
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El lirio acuático: amenaza y promesa

El lirio acuático: amenaza y promesa fifu

Manantiales, lagos y presas son refugio del lirio acuático, que invade, tenaz, distintos parajes y que sin embargo oculta cualidades por muchos insospechadas.

Manantiales, lagos y presas son refugio del lirio acuático, que invade, tenaz, distintos parajes y que sin embargo oculta cualidades por muchos insospechadas.

En rosetones flotantes cruzó fronteras y visitó ríos, manantiales y presas desde el río Amazonas hasta América del Norte, e incluso, incansable, conoció otros rumbos, al abordar las corrientes de China, lapón y África. Hoy, el río Congo africano y algunos embalses hindúes también le ofrecen hospedaje. Quizá un pato golondrino en mudo vuelo dejó caer la semilla en olvidada corriente. Tal vez la tormenta precipitó su paso o alguien, impresionado por la extraña «llanura» vegetal, lo recogió y sembró, sin quererlo, en un pequeño lago. Lo cierto es que el clima cálido o templado propicia la vida de la flor de huachinango, pato, cucharilla, jacinto o lirio acuático, y el tropical lo alienta en igual o mayor forma.

LA PECULIAR «LLANURA» AVANZA

Todo comenzó con urja mancha verde, bella y tupida, que avanzaba impasible. Rozaba las orillas, acariciaba las barcazas y en ocasiones lucía pendientes de tres pétalos azul malva dispuestos en espigas. Los lugareños la miraban con asombro. Si la brisa aminoraba su paso, la alfombra permanecía inmóvil y expectante. Mas, cuando el viento recuperaba su respiración, su avance se tornaba veloz e impetuoso.

De lejos semejaba un campo de cultivo, brillante bajo la caricia del sol y agradable para el pincel y el lienzo de algún naturista. Cuando los destellos alcanzaban a iluminar el agua, difusas sombras coronaban lo que parecía ser un tapiz.

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Al paso de los días, el manto se volvió impenetrable; ya invadía presuroso gran parte de la laguna. Entonces la sorpresa se convirtió en desconcierto. Corrió la noticia: la llanura de lirio acuático aprestaba su invasión. Entre los árboles ribereños se formaron angostos corredores, y con el tiempo éstos llegaron a ser infranqueables.

Los vecinos abandonaron la pesca; la extraña maraña, tan apreciada en un principio, interrumpía su quehacer. Las fieles atarrayas veían espesas barreras que oscurecían su presa. Pasaron las semanas y la rica diversidad de los habitantes marinos de la laguna comenzó a disminuir; más tarde encontrarían la respuesta al misterioso asedio.

Atraídos en un principio por el denso abrigo del lago, los asiduos visitantes abandonaron su recorrido dominguero en busca de otros sitios de esparcimiento. Las pequeñas tiendas aledañas cerraron sus sencillas puertas, y los saludos foráneos murieron. El tráfico fluvial detuvo su paso. Las compuertas de la planta hidroeléctrica se vieron obstruidas por las «tamandas»‘ y lo mismo sucedió en las bocas de los canales de riego: las redes se congestionaron. Y los verdes brazos también llegaron, en su asedio, hasta los postes de un viejo puente de madera, minándolos hasta vencerlos.

El asombro y la confusión se volvieron entonces sobresalto y más tarde temor. La inquietud creció. Todo parecía indicar que las aguas poco profundas impulsaban la multiplicación de los rosetones flotantes, que encontraban en las aguas negras un campo aún más fértil para su proliferación. Durante el invierno y la primavera, la compacta llanura interrumpía su travesía, amenazada -según se creía- por las bajas temperaturas y la escasez de lluvias. Pero en verano y otoño su marcha era incontrolable; los colchones de lirio podían alcanzar hasta 60 cm de espesor.

LA LUCHA POR EL EXTERMINIO

La propagación de los espesos y trenzados bancos requería una pronta solución. Así comenzaron los intentos de exterminio, pues la Ilanura se había convertido en una plaga que cundía por doquier. Los hombres se organizaron e iniciaron su extracción, a mano decidida, con sencillos instrumentos, sin técnica alguna. Decepcionados, observaron que los logros eran mínimos y que, sin saberlo, estaban favoreciendo el aumento febril del lirio, pues al aflojar las tamandas beneficiaban su multiplicación. Asombrados una vez más, advirtieron que las raíces podían alcanzar entre 10 cm y más de un metro de largo.

Sin duda, la tarea era mucho más difícil. Solicitaron ayuda y recibieron la colaboración de algunos técnicos, quienes prometieron la erradicación de la plaga. Llegaron cortadoras, podadoras, dragas excavadoras e incluso lanchones prestos a cosechar el lirio. Y comenzó la febril tarea. Los visitantes afirmaban que, en otras zonas, habían llegado a extraer más de 200 toneladas con el empleo de trilladoras. Mas a pesar de que obtuvieron resultados alentadores, no lograron exterminar la plaga. Una máquina trituraba las malezas, desmenuzándolas, y luego otro tractor se encargaba de arrastrarlas hasta la orilla. Pero aún no podía hablarse de extinción.

Pasaban las semanas y mientras la plaga seguía reinando, aunque mermado su volumen, los vecinos vivían con creciente desesperación la pérdida de su fuente de trabajo. Angustiados, comprobaban cómo se reducía la población de peces. Con ello, no sólo perdían la sabrosa y redituable captura, sino también la existencia de la apreciable fauna marina aledaña. Un técnico les dio la respuesta: el lirio resulta dañino para la vida animal, pues absorbe mucho oxígeno del agua -la constitución química del jacinto acuático revela que supera el 90% del preciado líquido- y con ello altera el cuadro ecológico, además de obstaculizar el desarrollo del plancton, con lo cual disminuye el alimento para los peces.

Agotado el empleo del método manual y el mecánico, debieron recurrir a la siembra de hambrientas carpas, cuyo platillo predilecto son las algas, pero que apetecen el lirio en igual forma. También se dispersaron manatíes, moradores de las lagunas costeras y los litorales del golfo de México. Estos mamíferos herbívoros devoran distintas plantas acuáticas, flotantes o emergentes, pero no resisten las bajas temperaturas y en ocasiones no pueden propagarse. Carpas y manatíes tropezaron con la tupida barrera vegetal, la que dificultó su desplazamiento. Unos y otros, sin saberlo, sumaron su acción contra la extraña llanura, pero el esfuerzo no dio los resultados esperados.

Finalmente, no quedó más remedio que penetrar en el campo de los herbicidas. La práctica había demostrado, en otros sitios, lo perjudicial de las sustancias inorgánicas (como el óxido arsénico o el sulfato de cobre), las cuales fueron desplazadas por sus propiedades tóxicas y corrosivas. Por ello decidieron intentar la erradicación mediante un herbicida orgánico, efectuando las pulverizaciones con motobombas o aspersoras de mano.

La costosa inversión recayó en el 2-4D, sustancia sintética que se emplea en forma de amina o éster. Los expertos informaron que dicho compuesto había demostrado ser inofensivo para la vida animal acuática y las plantas de hoja angosta, por lo cual resultaba adecuado para emprenderla lucha contra los vegetales de hojas anchas, como era el caso del lirio. Después de la primera aspersión, el herbicida logró su cometido: marchitó y aniquiló parte de la resistente maleza; luego de dos semanas, el jacinto acuático comenzó a hundirse.

Algunos técnicos advirtieron que tanto el cálculo incorrecto de la dosis, como la interrupción del tratamiento, podrían haber favorecido la entusiasta multiplicación del lirio. Y añadieron que, según sean las características de la zona afectada y la extensión de la plaga, se pueden necesitar hasta tres aspersiones durante el año.

Así comenzó el exterminio de los rosetones flotantes, pero aún restaba mucho por hacer. Éstos eran sólo los primeros pasos efectivos, y todavía se desconocían, concretamente, las posibles consecuencias sobre el medio ambiente.

Los expertos aconsejaron seguir combinando el método manual, el mecánico y la siembra de peces devoradores, y sugirieron no descartar el orden natural; es decir, los vientos y las corrientes que arrastran consigo los mantos de lirio hacia otros brazos que finalmente desembocan en el mar, valiéndose, por supuesto, de la ayuda de los vecinos para recorrer su trayecto sin tropiezos.

LA OTRA CARA DE LA PLAGA

Montañas de jacinto acuático se acumularon entonces en las márgenes de la laguna. Cuán diferente era ahora el paisaje, herido y desolado. El daño sobre la fauna marina aún se presentaba como una interrogante. El lirio comenzó a cobrar un tono amarillento y seco, volviéndose elástico pero más quebradizo.

Algunos vecinos decidieron mezclarlo con la tierra. Quizá podría emplearse como abono. Pero se enfrentaron con la imposibilidad de mantener la humedad necesaria sin agregar algún otro fertilizante a los colchones de lirio. Otros optaron por cambiar las «camas» del ganado, y suplieron la paja por el jacinto acuático. Hubo quienes demostraron que podría ser. un buen sustituto de la alfalfa, reconociendo que el ganado lo consume mejor en forma de harina, mezclado con melaza, lo que otorga al compuesto otro sabor y textura. Con el tiempo concluyeron que el lirio es pobre en proteínas, pero rico en clorofila, por lo cual debe complementarse con zacate seco; todo indica que puede convertirse en un buen forraje.

Los técnicos informaron sobre la posible transformación. de la maleza, por proceso de destilación, en gas combustible de escaso poder calórico y aseguraron que con las cenizas se pueden obtener fertilizantes químicos. Pero también advirtieron que como el secado de la planta resulta caro, además de ser un proceso lento por la gran cantidad de agua que ésta contiene, aún no se había podido impulsar su plena utilización a nivel industrial. En cuanto alas fibras del lirio, los especialistas añadieron que éstas contienen hemicelulosa, por lo cual no son adecuadas para la fabricación de papel, pero sí pueden considerarse buena materia prima para fabricar celulosa.

Día a día los estolones se multiplican, se separan de la planta madre y proliferan en otros paisajes. Las presas Valsequillo, Endho, Solís, Tuxpango, Nezahualcóyotl, Sanalona, los lagos de Chapala, Pátzcuaro, Cajititlán y Catemaco, las cuencas del Grijalva y del Usumacinta, son sólo algunos de los sitios donde la plaga cunde hasta transformarse en «llanura». En cuatro meses, dos plantas pueden crear una alfombra de 9 m (cuadrados), la cual en ocasiones se engalana de color durante 24 horas: así es de fugaz la vida de sus flores, cuya fragilidad contrasta con la persistente presencia del lirio. Plaga que, no obstante, ahora puede pagar su acción devastadora y, como se ha comprobado, revertir la amenaza que representa, en beneficio.

Fuente: México desconocido No. 75 / febrero 1983

autor Conoce México, sus tradiciones y costumbres, pueblos mágicos, zonas arqueológicas, playas y hasta la comida mexicana.
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