Caminos de México en el Siglo XIX
Viajeros procedentes de Europa y Estados Unidos, describieron y criticaron la desastrosa situación de los caminos de México tras consumarse la independencia del país, testimonios que se convirtieron en un gran inventario de las entonces calamitosas vías de comunicación terrestre.
Eran tiempos en que los gobernantes se sucedían con gran rapidez, carecían de espacio para reunirse con sus ministros y mucho menos para ocuparse de remediar la situación de los caminos.
Tras coronarse en 1822 emperador de un efímero imperio de diez meses, Agustín de Iturbide no pudo recorrer los vastos territorios que desde California hasta Panamá pertenecían a la nobleza de su título. Del largo camino real que había llegado a unir a Santa Fe de Nuevo México con León en Nicaragua sólo quedaban tramos, unos destruidos, otros borrados, encharcados, carentes de seguridad… un verdadero desastre, al punto que las provincias del norte se comunicaban mejor y más rápido con ciudades de Estados Unidos que con la capital mexicana; llegar a Texas por tierra firme era imposible, viajar entre Monterrey y San Antonio iba más allá de la aventura.
Centralización
Recordemos que previamente y a semejanza de las grandes calzadas que los romanos construyeron para consolidar su imperio, los españoles las reprodujeron a escala en la ciudad de México para que por ella pasaran todos los caminos, modo de que el virrey, los funcionarios, la Iglesia y los comerciantes estuvieran en el centro de las comunicaciones e informados de lo que ocurría en la Nueva España.
Esta centralización nunca contribuyó a la integración de las regiones ni a las ideas de nacionalidad, además de resultar caldo de cultivo para los posteriores sentimientos separatistas de los que la historia recoge ejemplos, como el de la región chiapaneca del Soconusco –en la costa del Pacífico–, entre la cual y Chiapas no existían vías carreteras y que en 1824 se declaró parte de Guatemala, hasta que en 1842 se reintegró a Chiapas.