Casas dentro de cuevas. Sitios perdidos de la cultura Paquimé
En 1995, apoyado por el gobierno de Chihuahua y por la comunidad del pueblo de Madera, inicié un proyecto de exploración de la parte norte de la Sierra Tarahumara, con el fin de encontrar y registrar los numerosos sitios arqueológicos de cuevas con casa, hoy dispersos y olvidados.
A casi cuatro años de distancia, los resultados han sido espectaculares, pues hemos encontrado más de un centenar de nuevos sitios, ignorados totalmente por los estudiosos, y varios de ellos más grandes incluso que Cuarenta Casas, el sitio de cuevas con casas más conocido en la región.
Una de las vivencias más memorables para mí ha sido el poder observar de cerca las construcciones en donde habitó un pueblo que nos es misterioso, una cultura que se extinguió aun antes de que llegaran los españoles a estas tierras; ver sus casas, sus conjuntos de habitaciones hasta de tres pisos, levantadas con una arquitectura peculiar; contemplar los vestigios de sus formas de vida, como sus graneros, sus herramientas de piedra, sus ollas policromas, el arte de sus pinturas y su cestería; recibir el testimonio directo a través de sus muertos ya momificados, y gozar de un rincón único de la naturaleza entre abrigos rocosos, bosques, cerros y barrancas. Ha sido una experiencia insólita ir encontrando un mundo olvidado y desaparecido, del cual nos quedan principalmente sus incógnitas.
Las exploraciones surgieron del deseo de conocer, y los textos que he escrito sobre el tema nacieron del afán de compartir y de dar un grito de alarma ante el inminente riesgo de perder todo ese patrimonio, parte de la herencia de la cultura paquimé. Y digo perder por que lo que las barrancas y cavidades cuidaron muchos siglos, pronto sucumbirá ante el saqueo y el vandalismo de los buscadores de tesoros y los traficantes de piezas arqueológicas.
La región explorada, a excepción de unos cuantos sitios, no ha sido atendida por los arqueólogos. Una de las razones por las que se ha tenido tan olvidada esta rica región, es por lo abrupto de su topografía. Se trata de una zona llena de quebradas y barrancas que se suceden unas tras otra y que llegan a superar los 1,600 m de profundidad. Los caminos escasean, y los pocos que existen son malas terracerías que normalmente requieren del uso de vehículos de doble tracción. Asimismo, para acceder a la mayoría de las cuevas con casas es preciso hacer larguísimas caminatas y cabalgatas de varias horas, y a veces de días, por lo cual es necesario contar con una buena condición física.
La zona de barrancas que inicialmente se planeó explorar cubre una superficie de 20,000 km2, la cual es drenada por la cuenca del río Papigochi, incluyendo algunos de sus más importantes afluentes, como los ríos Tutuaca y Mulatos, además de barrancas medianas y pequeñas, que aunque menos profundas y largas, solían ser más quebradas y difíciles de recorrer.
Para las exploraciones nos apoyamos en primera instancia en varios miembros de la localidad, grandes conocedores de su región, quienes nos mostraron muchos de los sitios que ya conocían y nos ayudaron a encontrar otros que nunca habían visitado. También tuvimos que recurrir a toda nuestra experiencia de exploradores para efectuar los largos recorridos a pie y permanecer días y semanas en medio de la naturaleza. Fueron muchos los campamentos y las pláticas al calor de la fogata, saboreando un café y escuchando a los escasos moradores de estas partes cuando nos comentaban sobre “las casas de los antiguos” y “las casas de los apaches”.
A menudo nuestros recorridos fueron frustrados, ya que no hallábamos nada porque nuestros guías tenían 30 o 40 años de haber estado en aquellos sitios. En otras ocasiones nos describían lugares extraordinarios, pero la llegar a ellos encontrábamos que no eran más que unos algunos pedazos de adobe. También ocurrió que los sitios sí habían sido grandes, pero estaban tan destruidos por el vandalismo que poco quedaba de ellos. Ni qué decir que nevadas, lluvias y ríos crecidos llegaron a ser obstáculos importantes en ciertas temporadas del año. Sin embargo, jamás escatimamos esfuerzos, y por más leves que fueran los indicios, allá íbamos.
Una búsqueda fascinante
Además, tener el privilegio de contemplar aquellos restos, así, en muchos casos tal como los dejaron los paquimé, es para nosotros motivo de gratitud que compensa todos los cansancios. Pero no sólo hemos localizado los sitios, sino también los estamos cartografiando, describiéndolos brevemente e inventariando los materiales encontrados en ellos, para facilitar la entrada de los arqueólogos. Cada reconocimiento lo hemos acompañado de un registro fotográfico para hacer más completo el trabajo y que quede como testimonio.
Aún nos emocionamos al recordar encuentros tan magníficos como el de la Cueva del Hongo con su enorme granero, la Cueva del Hechicero, la de las Jarillas con sus cinco graneros y sus tres niveles, la de la Ranchería con sus pinturas, la de las Palmas, del Boruco, de los Apaches, de la Momia, del Venado y tantas otras que están enriqueciendo nuestra visión de los paquimé. Nos hemos ido asombrando cada vez más con los paquimé al ver a sus muertos ahora momificados, sus telas, su cestería, sus ollas y sus herramientas de piedra y de madera.
Siempre se ha dicho que México es un país con grandes riquezas y maravillas de muchos tipos. Los hallazgos aquí mostrados confirman una vez más tal aseveración. Ahora nos damos cuenta de que la región de cuevas con casa del municipio de Madera es por su abundancia y riqueza una de las zonas arqueológicas más importantes del norte de nuestro país, equiparable a la ciudad de Paquimé en Casas Grandes, y a las pinturas rupestres de San Francisco en Baja California Sur.
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