De pata de perro por Bahía de Banderas
No hay como un relato apasionado para despertar en nosotros el deseo de explorar. Déjate inspirar por este peculiar viajero.
Estaba sucediendo de nuevo: mi mamá humana sacaba ese artefacto rectangular y comenzaba a guardar su ropa y algunas otras cosas. Esta actividad era siempre presagio de algunos días de relativa soledad, pero no en esta ocasión, esta vez todo sería distinto. Me acosté en mi sillón a observarla con resignación cuando de pronto ocurrió algo inesperado: sacó mi arnés, mi correa, me los puso y me hizo ese ademán con el que me indica cuando vamos a salir de paseo.
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¿Por qué íbamos al parque con todas sus cosas?, me pregunté. Jamás imaginé que esta salida de casa sería completamente distinta y cambiaría mi percepción acerca de qué tan lejos puedo ir con ella y, sobre todo, lo bien que podía pasarla en terrenos que nunca había explorado.
Los primeros momentos fueron un poco angustiantes. Tuve que separame de ella, meterme un una transportadora y hacer un recorrido extrañísimo. Percibí sonidos fuertes y movimientos que nunca había sentido, me llevaban de un lugar a otro hasta que finalmente nos reunimos de nuevo y pude salir de mi hogar provisional. Desde ese momento supe que no estaba en casa, el aire y la temperatura no se parecían nada a los de mi hogar, pero sabía que si estaba con ella todo iría bien. Me llevaron al veterinario y me hicieron una revisión muy breve, abordamos otro transporte en el que iba muy cómoda asomando mi cabeza por la ventana mientras mi nariz registraba aromas hasta ahora desconocidos.
Un lugar nuevo y elegante
Cuando el coche se detuvo me bajé y no podía creer lo que mis ojos veían: me encontraba en un lugar maravilloso en el que hice amigos de inmediato pues los habitantes caninos de ese lugar salieron a recibirme e invitarme a jugar en su paraíso. Llegamos a una habitación en donde tenía platos y cama nueva, todo se veía muy elegante y por si fuera poco ¡me habían dejado una bolsita con mi botana favorita! Después de comer y tomar un poco de agua, me pusieron nuevamente mi correa y salimos a disfrutar de este nuevo entorno. La playa es mucho mejor de lo que soñé: la sensación de la arena en mis patas hizo que me dieran ganas de correr y correr por un territorio que parecía no acabar nunca. La tarde terminó con unas luces hermosas que pintaron el cielo de rojo hasta que llegó la hora de irnos a dormir y descansar en mi nuevo hogar, que después supe, se llamaba Casa de Mita.
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¿Más cerca de la naturaleza?
Al amanecer vi como mi humana guardaba todo de nuevo, tomó mis platos, mi transportadora y ¡vámonos! Subimos al coche de nuevo y debo confesar que me dio mucho calor durante el trayecto, pero valió la pena pues llegamos a un lugar donde pude estar más en contacto con mi esencia animal. Punta Monterrey es un oasis para cualquiera que tenga la fortuna de poner las patitas ahí. Pasamos un día prácticamente en medio de la selva, disfrutando de la naturaleza en estado puro. Era tal mi felicidad y la sensación de libertad (además del calor que tenía) que decidí vencer mis miedos e intentar mi primer chapuzón en el mar. Descubrí que es de lo más divertido, porque cuando intentaba entrar, las olas me bañaban y me regresaban a la orilla. Todos ahí fueron muy amables conmigo y, aunque estaba en medio de la nada, me sentí protegida y, sobre todo, bienvenida por los habitantes humanos y caninos del lugar.
Porque al final soy una mascota urbana
Mi experiencia salvaje me había dejado exhausta y quizá mi humana lo percibió, así que nuestro siguiente destino se parecía más a mi hogar en la ciudad. Puerto Vallarta me recibía con todas las comodidades que conocía pero con nuevas experiencias, como el Food Park, en donde pasamos un rato escuchando música en vivo mientras mi mamá humana platicaba con Guillermo Espinoza, quien se veía que sabía mucho sobre mi especie pues le dio a mi mamá muy buenos consejos para entenderme mejor. En esta ciudad junto al mar visitamos varios lugares en los que me sentí tan bienvenida como los humanos: Puerto de Luna y Riviera del Rio son dos hoteles en los que me sentí como en mi casa pero en un ambiente tropical. En el restaurante Maia, además de ofrecer un tipo de comida que parecía encantar a los humanos, me recibieron con una enorme sonrisa y un platito de agua fresca, justo lo que necesitaba.
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El paseo más grande de mi vida
Había estado feliz conociendo gente nueva, nuevos lugares y nuevas sensaciones pero empezaba a extrañar mi sillón. Justo en ese momento mi mamá también decidió que era hora de volver. Esta vez el trayecto fue mucho más amable, creo que la convivencia y el descanso nos habían relajado bastante, o quizá tuvo que ver con que, después de algunos trámites, pude viajar en las piernas de mi humana en la cabina del avión, pues acreditó que soy un perro de apoyo emocional (pregunten los requisitos en la aerolínea, ¡vale la pena!). Y así, algo cansada pero feliz, terminé mi primera experiencia como mascota viajera. La travesía fortaleció nuestros lazos y nos demostró que cuando el destino es Bahía de Banderas, no hay por qué viajar sin mi.
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