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El irlandés escondido dentro de la columna del Ángel de la Independencia en la CDMX

Ciudad de México
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Si un día entras a la columna del Ángel de la Independencia lo primero que verás es una efigie de este hombre de origen irlandés, pero ¿qué le valió tal honor?

Dentro de la columna que sostiene al Ángel de la Independencia está escondida la estatua del irlandés Guillén de Lampart, un desconocido hombre casi borrado de la historia de México, acusado por la Santa Inquisición de la Nueva España de hechicería y tener tratos con el diablo calvinista. 

Pero con tan malos antecedentes, ¿por qué su efigie se ganó un lugar al interior del pedestal más loado del país? Antes de responder esa pregunta se debe decir que este irlandés fue quemado tras un largo, tortuoso y enloquecedor encierro en el Palacio de la Inquisición, toda una vida de sufrimientos que, ahora sabemos, fueron injustos. 

Para entender la historia de este irlandés y su trágico final debemos empezar desde el principio. En 1628 el joven Guillén de Lampart, entonces de unos 17 años de edad, escribió un poema dedicado al rey Carlos I de Inglaterra en la que le reclamaba haber invadido Irlanda, pues consideró que lo hizo con fines ruines y egoístas. 

Carlos I, que por entonces tenía apenas 28 años y solo tres de haber tomado posesión del trono, era temperamental y poco tolerante a la crítica, así que ordenó la ejecución de Guillén quien fue orillado así a escapar con rumbo a la Nueva España a bordo de un barco que, en pocas horas, fue secuestrado por piratas.

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No se sabe mucho qué pasó después, pero lejos de que los corsarios lo mataran o tomar preso, se hizo amigo y un integrante más de ellos. Logró que sus nuevos camaradas se convirtieran al catolicismo, así obtuvieron la simpatía y amnistía de la Corona, gracias a lo cual pudieron desembarcar libremente en puertos españoles.

En España Guillén de Lampart se hizo amigo del conde Duque de Olivares, asesor del rey, quien lo mandó a la Nueva España para vigilar a los judíos y con el paso del tiempo hacerse de sus riquezas en beneficio de la corona, pero sus ideas revolucionarias no lo habían abandonado cuando emprendió el viaje al continente recién conquistado.  

Su idealismo le habrían valido la admiración de muchos si hubiera sido otros los tiempos, pero en 1642 no. Guillén llegó con la convicción de que Irlanda, Portugal, Francia y Holanda reconocieran a la Nueva España como un territorio autónomo, y que se recompensara a indios, criollos y españoles que apoyaran la independencia, no obstante este proyecto le trajo muchas enemistades. 

El brazo perfecto para callarlo fue la Inquisición, cuyos integrantes le formaron dos causas para iniciarle un proceso: la primera de fe y la segunda de infidencia, aunque después le agregaron los de sedición, hechicería y tener tratos con el diablo calvinista, suficientes acusaciones para dejarlo encerrado por mucho tiempo, hasta que llegó el año ocho de su cautiverio y escapó. 

Lo hizo rompiendo y doblando rejas de fierro. Y no se resistió al placer de dejarlos en ridículo y exhibirlos: al tiempo de huir dejó una carta dirigida al virrey, en la que acusaba a los inquisidores de ocultar las captaciones de fortunas de gente acusada de judaismo para repartírsela entre ellos, además los tachaba de dar mal trato a los presos así como ser todos ellos unos ignorantes, por supuesto el odio de los inquisidores hacia Lampart creció.  

Archivo

Ni tardos solicitaron tal vez con una recompensa de por medio, cualquier información para dar con el paradero del irlandés. En menos de 48 horas después de la fuga un sastre de nombre Francisco Garnica sopló que Guillén yacía oculto no muy lejos de la cárcel del Santo Oficio, exactamente apuntó su dedo a una casa de Donceles, y allá fueron por él.

Sin más fue condenado a la hoguera, pero estuvo encerrado nueve años más antes de que las llamas chamuscaran su carne. Sin embargo previo a que esto ocurriera Guillén de Lampart se ahorcó en su celda con ayuda de la argolla a la que estaba encadenado, los inquisidores enfadados por esta acción lo arrojaron de todos modos al fuego, aunque ya estuviera muerto.

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