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El mayordomo. Una tradición colonial aún vigente

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Las fiestas requieren múltiples preparativos y participantes, el que patrocina y encabeza la fiesta, es el mayordomo, carguero o cófrade, quien ha recibido su encomienda públicamente y que al término de la fiesta, entregará esta responsabilidad a su sucesor.

Las funciones del mayordomo varían según la comunidad y la fastuosidad de la celebración. En términos generales, se puede decir que le corresponde realizar ciertos rezos y cambiar las flores del santo todo el año.

En lo que toca a la fiesta, debe cubrir los gastos en que incurran sus auxiliares, pagar a los músicos, alimentar a los danzantes, a los compañeros “cargueros» de otros santos y autoridades, en fin, a los participantes; obsequiar el adorno del interior de la iglesia, atrio y en su caso también de las calles y debe proporcionar las velas, el incienso y los juegos pirotécnicos.

El hecho es que anualmente uno o varios individuos de una comunidad cubren los gastos de una costosa fiesta colectiva, llena de interrogantes para muchos investigadores quienes siguen polemizando sobre las causas y efectos de esta tradición.

Para la mayoría se trata de un mecanismo de redistribución de la riqueza dentro de las comunidades, ya que de acuerdo con esta concepción, vuelve a empobrecer al que logró acumular dinero después de años de trabajo y que si quiere asumir otro cargo dentro de la estructura político religiosa debe iniciar el proceso, ahora, un escalón más arriba.

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El camino hacia el cargo

En la comunidad campesina e indígena o en un barrio o cofradía gremial todo varón anhela la mayordomía ya que con ello se ganará el respeto de sus congéneres lo cual le permitirá en el futiro participar en las grandes decisiones del pueblo.

Desde la perspectiva religiosa ese prestigio se traduce en la activa participación del individuo en un auténtico servicio de la comunidad, y así evitar la destrucción de la misma por causa de la ira de algún santo.

Para que alguna persona ocupe el cargo de mayordomo del santo patrón o patrona es necesario que a través de muchos años vaya asumiendo una serie de cargos que van de menor a mayor importancia y que se combinan en una estructura político-religiosa.

Esta estructura se creó durante la Colonia y si bien tomó algunos elementos de las esferas teocráticas prehispánicas, como el de aportar trabajo gratuito para emular a las deidades que “cargan” el peso del tiempo (el año) o las que cuidan “el atado o el bulto de años”, sirvió para que los españoles obtuvieran mejores rendimientos en el sistema tributación que hábilmente tomaron de los aztecas, para disimular la virtual esclavitud a la que habían sometido a los indios.

Un origen colonial

Tanto las autoridades coloniales civiles como las religiosas se valieron de la tributación para sostenerse, sólo que en cada esfera adoptaron un nombre diferente. Para el caso que nos ocupa, en el siglo XVI los frailes crearon las hermandades, congregaciones o cofradías, a través de las cuales recibían las limosnas y el diezmo que debía cubrir sus visitas y servicios. De igual manera, multiplicaron los cultos y las fiestas para poder así aumentar sus ingresos. 

En Chiapas, donde de 1561 a 1799 predominaron los dominicos, las cofradías de las zonas indígenas tzotzil y zoque honraron a Nuestra Señora del Rosario, a la de la Asunción, al Santísimo Sacramento, a la Santa Cruz, a las Animas, a Santo Domingo, San Pedro y San Sebastián.

En Zinacatán, una de las comunidades indígenas que sobresale por su sentido ritual complejo sólo para la jerarquía religiosa, existen 61 cargos, divididos en cuatro niveles y cuatro categorías de auxiliares; los 34 mayordomos, mayores y sacristanes, seguidos en importancia por 14 alféceres y 2 músicos, luego en el tercer escalón los 4 regidores y finalmente los 2 alcaldes viejos acompañados de un cargo honorífico, el del alcaldes huves.

La lección más importante que nos dejan las mayordomías en los albores del siglo XXI es que han sobrevivido a la iglesia institucionalizada, a la Independencia, a las Leyes de Reforma y a la Revolución misma, pues las comunidades se apropiaron de ellas, dejaron de pagar tributo a «otros» y las enarbolaron como un símbolo de resistencia cultural y un espacio para el alimento espiritual.

Archivo México Desconocido

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