El retrato fotográfico en el México del siglo XIX
Antes de la invención de la fotografía, las personas interesadas en conservar una imagen de su aspecto físico y su condición social debían recurrir a los pintores, quienes empleaban diversas técnicas para realizar los retratos solicitados.
Por una clientela que los podía pagar. Sin embargo, no todos los posibles clientes contaban con los recursos suficientes para acceder y conservar su retrato, incluso en los primeros años de la fotografía, los etratos en daguerrotipos fueron inaccesibles para la mayoría de la población, hasta que los avances tecnológicos en la fotografía del siglo XIX hicieron posible obtener un negativo en una placa de vidrio. Esta técnica, que se conoce con el nombre de colodión húmedo, es el proceso logrado hacia 1851 por Frederick Scott Archer, mediante el mismo se podían reproducir las fotografías en albúmina de una forma más rápida e ilimitada en papel de tonos sepia. Esto provocó una considerable disminución en los costos de los retratos fotográficos.
El colodión húmedo, de mayor sensibilidad, permitió reducir el tiempo de exposición; debe su nombre al proceso de exposición que se efectuaba con la emulsión húmeda; la albúmina consistía en humedecer una hoja de papel delgado con una mezcla de clara de huevo y cloruro de sodio, al secarse se le agregaba una solución de nitrato de plata, la cual también se dejaba secar, aunque en la oscuridad, enseguida se le colocaba encima la placa de colodión húmedo y después se exponía a la luz del día; para fijar la imagen se le agregaba una solución de tiosulfato de sodio y agua, la cual se lavaba y secaba. Una vez concluido este procedimiento, la albúmina se sumergía en una solución de cloruro de oro con el fin de obtener los tonos deseados y para fijar la imagen sobre su superficie durante más tiempo.
Debido a los avances que trajeron consigo estas técnicas fotográficas, en Francia, el fotógrafo André Adolphe Disderi (1819-1890), patentó en 1854 la manera de realizar 10 fotografías a partir de un único negativo, esto provocó que el precio de cada impresión se redujera en un 90%. El proceso consistía en adaptar las cámaras fotográficas de tal manera que pudieran tomar de 8 a 9 fotografías en una placa de 21.6 cm de alto, por 16.5 cm. de ancho obteniendo retratos de aproximadamente 7 cm de alto por 5 cm de ancho. Posteriormente, las fotografías se pegaban en cartulinas rígidas que medían 10 cm por 6 cm., al resultado de esta técnica se le conoció popularmente como «Tarjetas de Visita», nombre derivado del francés, carte de visite, o sea tarjeta de presentación, artículo de uso popular, tanto en América como en Europa. También hubo un formato más grande, conocido como Tarjeta Boudoir, cuyo tamaño aproximado era de 15 cm de alto por 10 cm de ancho; sin embargo, su uso no fue tan popular.
Como una medida comercial, Disderi realizó, en mayo de 1859, un retrato de Napoleón III, el cual produjo como tarjeta de visita y tuvo gran acogida, ya que vendió miles de copias en pocos días. Muy pronto fue imitado por el fotógrafo inglés John Jabex Edwin Mayall quien, en 1860 pudo fotografiar a la reina Victoria y al príncipe Alberto en el Palacio de Buckingham. El éxito fue semejante al de su colega francés, ya que también pudo vender Tarjetas de Visita en grandes cantidades. Un año después, al morir el príncipe, los retratos se convirtieron en objetos muy preciados. A la par de las Tarjetas de Visita se fabricaron, en diversos materiales, álbumes para conservar las fotografías. Estos álbumes eran considerados uno de los bienes más preciados de una familia, ahí se incluían los retratos de los parientes y amigos además de personajes célebres y miembros de la realeza. Se colocaban en los lugares más estratégicos y visibles de la casa.
El uso de las Tarjetas de Visita llegó a popularizarse también en México; sin embargo, fue un poco más tarde, hacia finales del siglo XIX y principios del XX. Estos retratos fotográficos tuvieron una gran demanda entre todos los sectores de la sociedad, para poder cubrirla se instalaron numerosos estudios fotográficos en las ciudades más importantes del país, lugares que pronto se convertirían en sitios de visita obligada, principalmente para los interesados en conservar su imagen reproducida en albúmina.
Los fotógrafos se valieron de todos los materiales posibles para sus composiciones fotográficas, emplearon escenografías similares a las teatrales para insinuar la presencia del personaje fotografiado, palacios y paisajes campestres, entre otros. También emplearon columnas, balaustradas y balcones modelados en yeso, además de mobiliario de la época, sin faltar los grandes cortinajes y los excesivos decorados.
Los fotógrafos entregaban a sus clientes la cantidad de Tarjetas de Visita que estos habían solicitado con anterioridad. El papel albuminado, o sea la fotografía, se pegaba en cartoncillos que incluían los datos del estudio fotográfico a manera de identificación, así, el nombre y la dirección del establecimiento acompañaban para siempre al sujeto retratado. Por lo general, los fotografiados utilizaban el reverso de las Tarjetas de Visita para escribir diversos mensajes a sus destinatarios, pues servían, principalmente como obsequio, ya sea a los familiares más cercanos, a los novios y prometidos, o bien a los amigos.
Las Tarjetas de Visita sirven para acercarnos a la moda de la época, a través de ellas conocemos el vestuario de hombres, mujeres y niños, las posturas que adoptaban, el mobiliario, las actitudes reflejadas en los rostros de los personajes fotografiados, etc. Son testimonio de una etapa de cambios constantes en la ciencia y la tecnología. Los fotógrafos de aquel entonces eran muy escrupulosos en su trabajo, lo hacían con gran esmero y pulcritud hasta obtener el resultado deseado, sobre todo para conseguir la aceptación final de sus clientes al verse plasmados en sus Tarjetas de Visita, tal como ellos lo esperaban.
En la Ciudad de México, los estudios fotográficos más importantes fueron el de los hermanos Valleto, ubicado en la 1ª. calle de San Francisco No. 14, actualmente es la Avenida Madero, su estudio, llamado Foto Valleto y Cía, fue uno de los más vistosos y populares de su época. Se ofrecían grandes atractivos a los clientes en todos los pisos de su establecimiento, localizado en un edificio de su propiedad, como lo atestiguan los relatos de la época.
La compañía fotográfica Cruces y Campa, localizada en la calle del Empedradillo No. 4 y que posteriormente cambió su nombre por Foto Artística Cruces y Campa, y su domicilio a la calle de Vergara No. 1, fue otro de los establecimientos más destacados de finales del siglo pasado, estuvo formado por la sociedad de los señores Antíoco Cruces y Luis Campa. Sus retratos se caracterizan por la austeridad en la composición de la imagen, con un mayor énfasis en los rostros, logrado mediante el efecto de difuminar el entorno, resaltando únicamente a los personajes retratados. En algunas Tarjetas de Visita, los fotógrafos colocaban a sus clientes en posturas poco convencionales, rodeados por los muebles más esenciales, con la finalidad de darle más importancia a la actitud y la vestimentas de la persona.
El establecimiento de Montes de Oca y Compañía fue así mismo uno de los más populares de la Ciudad de México, estaba ubicado en la calle 4a. de Plateros No.6, a él acudían los interesados en tener un retrato de cuerpo entero, con un sencillo decorado, casi siempre formado por grandes cortinajes en un extremo y un fondo neutro. Si el cliente lo prefería, podía posar delante de un decorado de paisajes citadinos o campestres. En estas fotografías, la influencia del romanticismo es manifiesta.
En las principales ciudades de provincia también se instalaron importantes estudios fotográficos, el de mayor renombre es el de Octaviano de la Mora, ubicado en Portal de Matamoros No.9, en Guadalajara. También este fotógrafo utilizaba una gran variedad de ambientes artificiales como fondos, aunque con la modalidad de que los elementos usados en sus fotografías deberían estar íntimamente relacionados con los gustos y las preferencias de sus clientes. Para lograr el efecto deseado, contaba con una gran colección de muebles, instrumentos musicales, relojes, plantas, esculturas, balcones, etcétera. Su estilo se caracterizaba por el equilibrio que logró entre la pose y el cuerpo relajado de sus personajes. Sus fotografías están inspiradas en el neoclasicismo, donde las columnas forman parte integral de sus decorados.
No podemos dejar de mencionar a otros renombrados fotógrafos de estudio como Pedro González, en San Luis Potosí; en Puebla, los estudios de Joaquín Martínez en el Estanco de Hombres No. 15, o el de Lorenzo Becerril de la calle Mesones No. 3. Estos son sólo algunos de los fotógrafos más importantes de la época, cuyo trabajo se aprecia en las numerosas Tarjetas de Visita que hoy en día son piezas de colección y que nos acercan a una época de nuestra historia ya desaparecida.