Los cenotes de Yucatán y los rituales mayas descubiertos
Conoce los rituales mayas que guardan los cenotes en Yucatán. Guillermo de Anda, instructor de buceo en cuevas, nos explica los hallazgos de la arqueología submarina.
Olvídate de la rutina y escápate:
George de la Selva, balneario y cenote cerca de Mérida
La veracidad de las fuentes
Provistos con nuestro mapa de nombres de poblados, cuevas, cenotes y hasta los nombres propios de los sacerdotes, víctimas y testigos, el siguiente paso natural en el proceso de esta investigación era la corroboración arqueológica in situ, es decir nos proponíamos trabajar en las poblaciones que se mencionaban (en el centro de Yucatán), para de esta forma tratar de encontrar los cenotes que se localizaban en los testimonios y –la mejor parte– bucear en ellos y hallar evidencia de los rituales ancestrales. De esta manera pretendíamos corroborar si lo dicho en las crónicas estudiadas era cierto.
Corrimos con la gran suerte de localizar a través de las entrevistas con los pobladores de más edad de los lugares en cuestión, ocho cenotes que llevaban cuando menos el mismo nombre, o uno muy parecido a los mencionados en las crónicas. A continuación describo parte de nuestros resultados.
Los descubrimientos
Hasta el momento actual, la metodología de trabajo de nuestro proyecto ha probado ser efectiva en la localización de algunos de los cenotes que son mencionados en los archivos históricos. En algunas ocasiones en las que se conoce el nombre del cenote, hemos encontrado algunas coincidencias notables, aunque no en todos los casos. Lo que sorprende, sin embargo, es que el estudio de las crónicas nos ha guiado a lo que parece ser una zona con una extensa actividad ritual. Se han investigado cuevas y cenotes en los municipios de Homún, Hocabá, Hoctún, Huhi, Sanahcat, Kantunil y Tecoh.
Cenote 1
Algunas de las más interesantes costumbres relacionadas con los ritos mortuorios y funerarios en el área maya tienen que ver con una gran variedad de manipulaciones de los entierros en etapas posteriores a la deposición del cadáver. Es decir, tiempo después del enterramiento, se vuelven a procesar algunos huesos ya desarticulados. Esto podría relacionarse por ejemplo, entre otras cosas, con un culto a los ancestros a los cuales podrían pertenecer algunos de los huesos manipulados, como podrían ser el pintarlos, la extracción o introducción de otros huesos, las re inhumaciones individuales o colectivas y el re uso de huesos individuales como reliquias o trofeos. Algunas de estas formas de re uso o re inhumación de los huesos en cenotes han sido ya demostradas, por ejemplo en el análisis de los del Cenote Sagrado de Chichén Itzá. En su caso, registramos algunos con marcas de raíces terrestres y también marcas provocadas por roedores, lo cual confirma que estos huesos debieron haber estado enterrados en superficie antes de ser depositados en el cenote. Durante el desarrollo del trabajo de campo de nuestro proyecto, en las observaciones del material in situ de los huesos depositados en algunos de los cenotes del centro de Yucatán, hemos podido identificar lo que probablemente constituyen patrones de conducta similares, no sólo en cuanto a la exhumación y re inhumación de huesos humanos, sino también en algunos otros materiales arqueológicos. Entre estos últimos se encuentran algunas vasijas cerámicas. Uno de estos casos fue observado en un cenote muy cercano a la población de Homún, el cual denominamos en este artículo, cenote 1.
El acceso a este sitio se hace a través de una pequeña oquedad y se encuentra muy cerca de otro mucho más grande. Como en todos los casos, buscamos la conexión entre ambas cavernas, pero no fue posible. La distancia entre ambas concavidades es de sólo 85 metros. Cenote 1 presenta una pequeña dolina (depresión) de acceso de aproximadamente 1.40 cm de diámetro. El acceso se lleva a cabo por medio de técnicas de descenso vertical y el tiro hasta la superficie del agua tiene una altura de 8 metros. En este sitio pudieron registrarse distintos elementos, entre los que se cuentan huesos humanos, cerámica y huesos de fauna. Se registraron cráneos, huesos largos, vértebras, pelvis y algunos otros segmentos que nos ayudaron a determinar que en este cenote se encuentran restos óseos humanos de varios individuos, cuyo número mínimo de acuerdo al conteo de partes óseas fue de cuatro. Es importante mencionar también que entre los restos óseos humanos encontrados, y acorde con nuestra información contenida en crónicas históricas, se observó y registró el cráneo de un niño de entre 8 y 10 años de edad y los huesos largos de otro infante de probablemente 12 años, lo cual es coincidente con los perfiles de edad de los individuos mencionados en las fuentes históricas estudiadas y en la muestra del Cenote de los Sacrificios de Chichén Itzá. También destaca en este sitio la presencia de cerámica muy peculiar. Tal es el caso de la vasija que presentamos aquí, una hermosa pieza, de cuya forma no se tienen referencias previas. Este vestigio ha causado especial admiración de la en ceramista de nuestro proyecto, Socorro Jiménez. Parece presentar huellas de re uso y ha sido clasificada por nuestra ceramista como perteneciente al periodo Clásico terminal. Cabe mencionar el hecho de que para establecer adecuadamente las cronologías cerámicas, es menester que los ceramistas examinen de cerca el material y puedan tocarlo con el propósito de sensibilizar su textura, grosor, etc. En el caso de este proyecto esto no fue posible, debido a que nuestro propósito era únicamente el registro de los materiales en su sitio original, sin alterarlos. Creemos que si no existe una necesidad de remover artefactos, éstos deberán permanecer en su sitio original, en el cual han sido preservados durante siglos.
Referente al re uso y re acomodo de huesos, mencionado líneas arriba, cabe aquí mencionar que esta vasija pudiera haber recibido un tratamiento similar, ya que presenta huellas de haber sido utilizada anteriormente y modificada, probablemente vuelta a pintar, lo cual denota una fuerte analogía con la actividad ritual de manipular, re usar y modificar huesos, segmentos óseos o partes del esqueleto. Es notable que en este caso estemos ante una vasija que pudo haber tenido un tratamiento similar antes de ser ofrendada al cenote, en el cual se asocia con restos óseos humanos.
El caso del cráneo del niño presenta también peculiaridades especiales, ya que parece haber sido intencionalmente depositado en una pequeña oquedad a muy baja profundidad en uno de los extremos del cenote. El cráneo presenta una lesión provocada probablemente con un artefacto contundente. Podría ser éste uno de los niños mencionados por los testigos en las crónicas históricas. En este cenote encontramos también el cráneo de un mono araña, uno de los animales simbólicos de los antiguos mayas. Se pueden ver representaciones iconográficas de estos animales en un gran número de contextos que incluyen desde luego las cuevas. Los monos se asociaban con el viento y se mencionan en los mitos de creación aludidos en el Popol Vuh.
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Cenote 2
Aproximadamente a 200 metros de distancia y al sureste del cenote 1, se encuentra la pequeña entrada al cenote 2. En el acceso pueden observarse los restos de un muro de piedra que debe haber mantenido sellada la entrada en tiempos prehispánicos. En el acceso se puede observar una escalera de piedra que sigue la pared en el perímetro suroeste de la cueva y que lleva directamente a una pequeña cámara que termina en un cenote de poca profundidad. Una segunda escalera de piedra lleva a la pared directamente frente a la entrada, al pie de la cual un angosto pozo artificial puede observarse. En la mayoría de los cenotes que yacen dentro de cuevas secas hemos encontrado algunas representaciones de manos en las paredes. El cenote 2 no es la excepción, aunque en este caso el número de dichas manifestaciones es muy elevado. Los tamaños de las manos son variables y cabe hacer notar aquí, que independientemente de la importancia que esta cueva tiene desde el punto de vista estético, lo que nos ha llamado fuertemente la atención es la posibilidad de encontrar en estas magníficas imágenes, un dato más en relación con la edad de los individuos que sirvieron como “modelos” para la formación de las imágenes. Un estudio detallado de la iconografía puede revelar información importante relacionada con la edad y tal vez sexo de los individuos involucrados. En este sentido, considero que la mayor aportación que hace el estudio de esta cueva a nuestro proyecto de investigación, es el hecho de que muchas de las imágenes pertenecen a manos de niños de las edades descritas en las crónicas históricas, y de los niños del Cenote Sagrado. Un ejemplo sobresaliente de esto es una imagen que muestra la mano y buena parte del antebrazo, y que se localiza en la parte baja de la pared, tras uno de los macizos rocosos. No sólo se trata de una mano muy pequeña, sino que el espacio disponible para entrar ahí es muy reducido y difícilmente un adulto (aun pensando en las características físicas de los antiguos mayas) podría entrar en esa zona, particularmente tomando en cuenta la posición del artista y el modelo.
Cenote 3
Se localiza en esta misma zona y a unos 350 metros del cenote 2. Presenta una vez más un acceso muy pequeño que da paso a una amplia y bella caverna. El domo de derrumbe de la caverna aparenta ser una gran isla, alrededor de la cual se desarrolla un bellísimo cenote. El agua es increíblemente clara y en el techo que se encuentra sobre el agua puede observarse una cantidad impresionante de estalactitas. Este sitio debió haber sido considerado muy especial por los antiguos mayas que dedicaron a él solamente cuatro singulares ofrendas. Después de un exhaustivo registro, sólo pudimos observar cuatro cráneos humanos. Nada más. Es sugestivo el hecho de que en todo el fondo del cenote no se encuentre ningún otro elemento óseo. Surgen aquí muchas preguntas que podrán ser contestadas cuando los cráneos puedan ser llevados al laboratorio. Por el momento nos conformamos con observar, fotografiar y registrar adecuadamente estos elementos. Pueden observarse en uno de los cráneos lo que parecen ser marcas de corte, aunque esta hipótesis habrá de ser confirmada a través de la observación de estos segmentos en el laboratorio.
Cenote 4
Se encuentra aproximadamente a 4 kilómetros del cenote 3 y del pueblo de Homún. La entrada está a 120 metros de distancia de los restos de una estructura prehispánica nunca antes reportada. Dentro de esta cueva existen dos cuerpos de agua que tratamos de conectar buceando durante nuestras exploraciones, lo cual no fue posible debido a que el único pasaje existente termina en una restricción que da paso a un colapso. Los cuerpos de agua se encuentran en direcciones opuestas, uno al sureste y el otro al noroeste, a unos 200 metros de distancia. Es interesante hacer notar que existen fragmentos de cerámica en toda la cueva, pero resaltan de entre éstos, dos ofrendas ocultas. Un dato relevante es que se encuentran en direcciones exactamente opuestas una de la otra. Una está al extremo suroeste de la cueva y consiste en una bella vasija completa y perfectamente conservada, que conserva inclusive su tapa. Es muy probable que haya sido depositada con algún contenido que muy probablemente se conserva dentro. De acuerdo a Socorro Jiménez, se trata de una pieza singular de origen muy temprano (150 a.C. a 250 d.C.). La otra ofrenda se encuentra en el cuerpo de agua en el lado opuesto de la cueva y dentro de un espacio muy reducido, en donde registramos un esqueleto completo de un individuo joven, probablemente de 14 años de edad. El esqueleto está completo, aunque no articulado, ya que el cráneo se separó del resto por rodamiento. Los huesos están bien adentro de una restricción y bucear cerca de ellos sin causar un colapso fue prácticamente imposible (la distancia entre el techo de la cueva y el fondo no es mayor a 60 cm).
Cabe mencionar en este punto que independientemente de la existencia de ofrendas como las descritas, las formidables modificaciones espaciales y artísticas dentro de las cuevas, el gran número de ofrendas, la obtención de la materia de la cual están hechas cuevas y cenotes, y los depósitos humanos expuestos anteriormente, son partes integrales de un sólo culto al “inframundo” representado por sus portales de entrada.
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El sakbé dentro de la cueva
Las modificaciones registradas en las cuevas parecen responder a la idea de los antiguos mayas de que existían umbrales entre el mundo físico y el mundo sobrenatural. El rasgo aludido en esta sección del artículo es una calzada o sakbé de aproximadamente 100 metros de largo y que fue construido dentro de una cueva, con la aparente finalidad de llegar al agua de un cenote que se encuentra al final de la misma. Una vez en el agua, el sakbé es continuado por tres grandes escalones que se dirigen a la entrada de una cueva sumergida que se desarrolla hacia el oeste y que deriva en dos cámaras secas.
Las razones por las que fue construido este simbólico camino permanecen desconocidas. Creemos que representa la continuación de un umbral que simboliza la dirección que toma el sol hacia el ocaso misma dirección que elegían las almas de los muertos en su jornada fúnebre. Lo anterior debido al hecho de que los umbrales que fueron más patentes para los antiguos mayas son las cuevas. En palabras del reconocido investigador Alfredo López Austin: “Las cavernas representaban muy probablemente una de las zonas de transición entre la zona segura en la que los hombres se desenvolvían, sin dejar de coexistir con lo sobrenatural y la zona opuesta al mundo, el espacio prohibido, y que pertenecía al mundo sobrenatural, en donde reinaba lo divino y a la cual podría accederse sólo a través de circunstancias especiales. El paso a través de estas zonas divinas se daba en casos sumamente especiales. A través del ritual, el sueño, la alteración de los estados mentales o la muerte”. No es casual entonces que las cuevas y cenotes hayan sido escenario de tan diversas manifestaciones rituales.
Xibalbá, ese lugar delimitado dentro del inframundo maya, era el último umbral por el que transitaban las almas de los muertos. El tránsito por este camino no les era dado a los mortales en condiciones normales. Un caso documentado se encuentra en la cueva de Balankanché. En 1959, Romualdo Hoil, un h men de la población de Xcalacop, cercana a Chichén Itzá, llevó a cabo la última ceremonia de desagravio que fue documentada dentro de la cueva. El ritual tuvo una duración de 20 horas y los testigos describen el hecho de que Hoil consumió balché (“vino sagrado” maya) durante todo el tiempo, llegando a lo que describen como un “estado hipnótico”. Los rituales relacionados con Xibalbá tendrían que ver con la recreación de eventos míticos, que parecen haber sido tema central en la vida ritual maya. La realización de estos eventos parece haber sido muy reiterativa en el culto religioso antiguo; muestra de ello es la recreación de las travesías de los héroes gemelos por el inframundo, descritas con lujo de detalle en el Popol Vuh. Las jornadas de los últimos héroes gemelos Xunahpuh e Xbalanque a través del inframundo, cuya consecuencia final es la recreación del cosmos y la consiguiente regeneración del género humano, parecen ser muy recurrentes. Un buen ejemplo de lo anterior fue la celebración del juego de pelota en prácticamente toda el área maya.
¿Un camino a Xibalbá?
Cerca de un poblado del centro de Yucatán, dentro de una cueva de aproximadamente 250 metros de extensión, nuestro equipo registró un sakbé al que hacemos alusión líneas arriba. La entrada a la cueva es tortuosa, ya que es necesario caminar agachado, casi a gatas, por un tramo de más de 50 metros. Esta calzada empieza a ser perceptible aproximadamente a 80 metros de la entrada de la cueva y continúa por aproximadamente 100 metros hasta llegar al agua de un cenote. Otro interesante detalle es que muy cerca del inicio del sakbé, puede observarse un basamento de lo que parece ser los restos de un antiguo altar. Es claro que la intención de los constructores de este fabuloso trabajo era la de llegar al agua del cenote, sin embargo si la única intención hubiera sido llegar al cuerpo de agua, el camino pudo haber seguido una forma totalmente recta hacia el noroeste, pero no es así. El camino modifica su rumbo aparentemente en relación con la presencia de una columna natural semejante a la reportada en la cueva de Balanckanché. En esta cueva y a lo largo del sakbé han podido observarse dos grandes columnas que pudieran tener relación con el concepto de la Ceiba Sagrada. El camino de la cueva xbis gira hacia el oeste exactamente en el punto donde se encuentra con la segunda columna –ceiba, dando la impresión incluso, de que la columna está siendo rodeada por el sakbé. El camino termina un poco más adelante de donde se observa este giro, pero al llegar al final, es continuado, ya en el agua más profunda (1 metro aproximadamente) por tres enormes plataformas de piedra, careadasy dispuestas en la forma de escalones para acceder al agua profunda. La última de estas plataformas se encuentra exactamente frente a la entrada de una cueva inundada y profusamente decorada por espeleotemas (formaciones de las cavidades). Ésta tiene una profundidad promedio de 10 metros y continúa de manera horizontal por aproximadamente 70 metros más hasta acceder a una nueva cueva seca. Una vez en este sector de la cueva es posible caminar por aproximadamente 120 metros hasta encontrarse con un nuevo cenote que desemboca en una tercera cueva seca. No se ha forzado hasta este punto el reconocimiento posterior de la cueva, aunque todo parece indicar que es factible que continúe. Hasta el momento se han explorado cerca de 350 metros de pasajes subterráneos y subacuáticos que continúan en una dirección general hacia el oeste.
Primeros pasos… de muchos
Los datos generados a través del estudio de las fuentes históricas, el estudio de los huesos del Cenote Sagrado de Chichén Itzá y los materiales arqueológicos observados en su sitio de deposición, nos han provisto de información inapreciable que nos ha llevado a revalorar las actividades de culto a las cuevas y cenotes de Yucatán. La presencia de esqueletos completos, partes de éstos y la asociación de los sitios acuáticos con pintura rupestre, ofrendas cerámicas y fabulosas modificaciones en las cuevas, nos han hecho entender que la actividad de culto hacia las cavernas era mucho más compleja e interesante de lo que habíamos pensado. Los primeros pasos están dados y esperamos que con nuestras futuras investigaciones podamos llegar a esclarecer muchas de las preguntas que aún esperan respuesta acerca del inframundo maya.
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Mi encuentro con las pruebas
Años después de que la expedición mexicana incrementara la colección de huesos humanos del Cenote Sagrado, y que estos fueran llevados a la Ciudad de México, sumergido en las aguas de aquel mi primer cenote, jamás pasó ni remotamente por mi mente que yo tendría el privilegio de analizar esa colección ósea. Muchas de las preguntas que me hacía en aquel recordado primer buceo en un cenote, serían nuevamente formuladas en los sótanos del hermoso Museo de Antropología de la Ciudad de México, ante una de las mesas del laboratorio de la DAF del INAH. Estaba otra vez frente a un cráneo humano. Provenía nada menos que del fondo del Pozo Sagrado de los Itzáes, y tenía mil preguntas esperando respuestas. La historia de las doncellas depositadas vivas tomaba un sesgo, ya que pude documentar, por ejemplo, las marcas de manipulación póstuma del cuerpo correspondiente a un amplio rango de tratamientos, junto con actos de violencia alrededor de la muerte. Un dato estremecedor es el hecho de que el mayor porcentaje de marcas de violencia ritual fue documentada en huesos de niños. Los individuos del cenote analizados son casi en un 80%, niños de entre 3 y 12 años de edad. Parece ser que existe un patrón mesoamericano en la elección de niños varones para ser ofrendados, ya que había la creencia de que estos eran las víctimas favoritas de los dioses de la lluvia, entre otras cosas. Es interesante hacer notar que los resultados no sólo son consistentes con lo que encontramos en las crónicas del siglo XVI y por la iconografía del sitio, sino que ellos mismos nos proveen de valiosa información adicional. Los complejos rituales efectuados en el Cenote Sagrado fueron mucho más sofisticados que lo que se había proyectado a través de las fuentes etnohistóricas y que desde luego no se limitaban al acto de arrojar individuos vivos a sus aguas.
El Proyecto “Culto al Cenote”
Provistos con la información de las crónicas históricas, los resultados del análisis de los huesos del Cenote Sagrado (de Chichén Itzá) y equipos de espeleología vertical y de buceo en cuevas, y después de seis años de investigación en gabinete, nuestro equipo de trabajo finalmente salió al campo. Íbamos en busca de la evidencia de las actividades de culto a cuevas y cenotes en Yucatán.
Sabíamos bien que algunos de nuestros datos eran abrumadores, sobre todo en lo que a la información de las fuentes históricas se refiere, pero quedaba aún la duda de que aquellas confesiones contuvieran datos verídicos. Necesitábamos reunir la mayor información posible para corroborar todas las hipótesis.
Detectives del pasado
A través de los datos previos a la investigación de campo, que fueron llevados a cabo en bibliotecas, archivos y en laboratorio, nos dimos cuenta que había zonas “susceptibles” de contener cuevas y cenotes con mayor evidencia de los rituales que se llevaban a cabo en torno a esta importante parte del universo maya. Clasificamos estas zonas como “áreas de alerta”. Fue de esa manera que durante nuestra primera temporada de campo llegamos a 24 cuevas y cenotes que fueron sistemáticamente revisados y registrados. Para acceder a estos sitios fue necesario utilizar una combinación de metodologías que van desde el uso de técnicas de espeleología vertical, hasta el buceo profundo y buceo en cuevas. Tal vez por esto muchos de ellos han permanecido sin tocar durante un largo periodo de tiempo. Es sorprendente constatar que los mayas antiguos, desprovistos del equipo con el que contamos en la actualidad, hayan interactuado de una manera tan activa y contundente con estos sitios. Esta temporada fue extraordinariamente exitosa, aunque desde luego nuestro trabajo presenta limitaciones, debido a que los sitios se encuentran en los extremos entre el mundo cotidiano, la superficie de la tierra y el “inframundo”. Aparte de las dificultades que presenta la naturaleza del terreno, una limitante más, es el hecho de que todo el material se analizó en su lugar original y ningún segmento fue tocado alterado o removido y por consiguiente no ha sido analizado en el laboratorio. Es interesante destacar en este punto, que la selección de las zonas, misma que nos condujo a determinar 24 de las más de 5,000 cuevas y cenotes que yacen en la Península de Yucatán, no fue hecha al azar. El trazado de un mapa basado en los antiguos documentos de la época colonial, fue la clave para los descubrimientos.
La tormentosa evidencia de las fuentes coloniales
En 1562, un hombre llamado Diego Te, permanecía sentado moviéndose inquietamente en un pequeño banco de madera, mientras sudaba copiosamente. Su sudor no era producto del intenso calor de ese día de verano, al cual estaba acostumbrado, sino que se debía al nerviosismo provocado por el interrogatorio al que había sido sometido por más de 12 horas. Todo esto sucedía dentro de la iglesia del pueblo de Homún, en el centro de Yucatán. Bajo la escrutadora mirada del Juez Apostólico Don Juan de Villagómez, un sacerdote traducía los testimonios de Te, mientras este último hacía el signo de la cruz ante el juez, jurando estar diciendo la verdad, y finalizando con la palabra “Amén”. Su testimonial se preserva aún en el Archivo General de Indias en España. Hacía aproximadamente un año –decía Te– había ido a la iglesia a medianoche a encender una vela para su padre enfermo, cuando se encontró con Lorenzo Cocom, el cacique de Tixcamahel. Acompañando a Cocom estaba un hombre llamado Mateo y Francisco Uicab, un ah kin, o sacerdote maya. Los hombres habían traído a la iglesia dos “ídolos” que representaban sendas deidades mayas. Parados cerca de los ídolos había dos niños que el testigo identificó como Juan Chel y Juan Chan. Los niños habían sido secuestrados por estos hombres de sus casas en los pueblos de Kantunil y Usil. Mientras Te, observaba escondido en la parte de atrás de la iglesia, Cocom y Uicab tiraron en el suelo a los niños para ponerlos de espalda en una piedra, y con un navajón de pedernal los abrieron por el lado izquierdo y abiertos les cortaron los corazones de los niños y se los pasaron al ah kin, quien a su vez los frotó en la boca de los ídolos. Y vio después cómo arrojaron a los muchachos a un cenote que se decía Katmún.
Al día siguiente, Melchor Canché atestiguó frente al juez apostólico y describió un evento similar. Canché había ido a la iglesia cinco años atrás a “decir sus oraciones”, cuando vio a los caciques de Tixcamahael, y a un grupo de ah kin ob (plural para sacerdotes mayas), haciendo sacrificios a “sus ídolos” dentro de la iglesia. Dos niños fueron sacrificados y atados a cruces de madera. Mientras los hombres levantaban las cruces dentro de la iglesia, decían: “aquí está Jesucristo”. Al tiempo que Canché miraba la escena, dos hombres, que él identificó como Juan Cime y Luis Ku, abrían el pecho de los niños y entregaban los corazones a los sacerdotes. Los cuerpos fueron tirados posteriormente a un cenote.
Lo anterior es un ejemplo del lujo de detalle con el que son descritos los sacrificios en las fuentes del siglo XVI. Las confesiones generadas en 1562 son muy numerosas y detalladas. En ellas se mencionan los nombres de los sacerdotes, de sus asistentes y de las víctimas. También las fuentes son generosas con la información referente al sexo, edad, procedencia y estatus social de los sacrificados. En total se describen 196 víctimas de sacrificio, de las cuales 143 fueron depositadas en cenotes. Cabe destacar que en su mayoría las víctimas de los sacrificios descritos fueron niños. Mi entusiasmo al encontrarme con estos datos que describían al detalle la etapa final de una actividad ritual milenaria, no se vio defraudado. A través de una de las acciones pertenecientes al llamado Acto de fe del año de 1562, Landa nos proporcionó un legado excepcional para iniciar nuestra investigación relacionada con el depósito de los muertos en cuevas y cenotes de Yucatán.
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