Gualupita (Estado de México) - México Desconocido
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Arte y Artesanías

Gualupita (Estado de México)

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En Guadalupe Yancuictlalpan, "tierra nueva" de la Virgen de Guadalupe, los tejedores de lana trabajan al compás de un tiempo que los aleja de sus tradiciones.

En Guadalupe Yancuictlalpan, “tierra nueva” de la Virgen de Guadalupe, los tejedores de lana trabajan al compás de un tiempo que los aleja de sus tradiciones.  Cuenta una leyenda que, hace muchos años, una familia de origen desconocido, llamada Tizoc, pasó por estar tierras rumbo a la gran Tenochtitlan, pero gustaron tanto del lugar que decidieron quedarse aquí. Eran los tiempos “cuando los españoles habían llegado a México para reinar”. 

Los habitantes de Santa María Coaxtuzco, un pueblo aledaño, se inconformaron por la presencia de los nuevos vecinos y mandaron quemar sus chozas. Los Tizoc, gente paciente, volvieron a edificar, pero de nuevo sus casas fueron arrasadas por el fuego. Entonces, los moradores de este nuevo pueblo tuvieron a bien traer una imagen de la Virgen de Guadalupe para que los resguardara de las desgracias. Desde ese día, los de Santa María no volvieron a molestarlos, por respeto a la venerada imagen. En pago a los favores concedidos, este pueblo se bautizó como Guadalupe Yancuictlalpan, “sobre las tierras nuevas”, mejor conocido como “Gualupita”, nombre que de cariño pusieron los lugareños a la santa patrona.  Gualupita no tiene tierras de siembra. Es tierra de artesanos desde hace más de 200 años, cuando sus habitantes se cansaron de trabajar para otros y decidieron crear su propio modo de sobrevivencia.  Dicen los lugareños que un viejo, llegado de lejanas tierras, les enseñó el oficio de tejer la lana, y les mostró la importancia de aprender a crear. El ingeniero y el tesón de los guadalupanos hizo el resto y construyeron industrias familiares de tejido, donde niños, jóvenes y viejos participaban a la par. 

Actualmente, en Gualupita ya no quedan más que unos cuantos descendientes de aquellos tejedores de lana que amaban su oficio. Los tiempos modernos han irrumpido para acabar de tajo con la tradición artesanal. El éxodo de jóvenes hacia las ciudades se ha incrementado debido a la precaria economía y al ánimo de superar una etapa que consideran arcaica, tanto por el sacrificio que han visto en sus padres, como por la escasa remuneración del agotador trabajo que implica lavar, limpiar, cardar, hilar y tejer la lana.  Sin embargo, aún quedan cabezas de familia que sostienen viva esta tradición, aunque han visto perecer la herencia del orgullo artesanal, ante los títulos de licenciados y doctores que actualmente ostentan las paredes de sus casas.  Una de estas cabezas es Juventino López, hombre de arraigo en el pueblo, cuyos tejidos han producido la admiración de políticos y artistas de gran renombre. Sarapes y gabanes, elaborados en el telar de madera que heredó de su padre, destacan por sus motivos en grecas, líneas, flores, cruces y diversas figuras de inspiración prehispánica. Don Juventino registra sus diseños en una cuadrícula, que luego aplica, en directo, sobre su telar, en ese ir y venir de hilos entrecruzados. 

Don Juventino tuvo muchos hijos, pero sólo uno de ellos se interesó en la magia del tejido. No obstante disfrutar de su trabajo, dice que a sus hijos no les enseñará la labor, porque desea para ellos un futuro más alentador. El desaliento se explica cuando el maestro, que es don Juventino, empieza a “sacar” cuentas: un kilo de lana, cruda y sucia, cuesta 13 pesos, que después de arduas horas de trabajo, servirá para hacer un suéter o un chaleco que venderá en 25 o 30 pesos.  Esa lana hay que lavarla conzanacocheuochichicamol, yerbas de la región que logran cortar la grasa. Luego de secar al sol durante varios días, se escarmena o “se le quita la espina”; es decir, se limpia de ramas, insectos y de toda basura que tenga enredada.   

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Después viene el teñido, que se realiza mediante procesos modernos y con tintes industriales. Antes se hacía con extractos naturales, que poco a poco desaparecieron del mercado, hasta dejar su lugar a tinturas sintéticas.  Paciente y amable, don Juventino habla del siguiente paso: después de lavarla nuevamente, la lana se manda cardar. “Antes nosotros cardábamos, pero ya no. Es muy tardado, y muy `matado’ también. Ahora ya hay máquinas que lo hacen mejor y más rápido. Pero también hay muy pocas, y los dueños luego ya no quieren cardar, o cobran muy caro.” 

Cardar es el paso en donde la lana deja de ser una bola de enredijos y se convierte en una suave textura acolchada, de porosidad uniforme. Los artesanos conservan sus antiguas tablas de cardar, que son como dos enormes cepillos con púas de alambre, entre las que se aprisiona la lana y se jala repetidas veces, hasta desaparecer la bola informe y dar un delgado colchón, lista para hilarse.  Hilar tiene gran ciencia, pues es justo donde la lana adquiere su fuerza. De torcerla bien, durante esta etapa, depende la consistencia, el grosor y la resistencia del hilo. El hilado requiere días y hasta meses de trabajo. Es una labor minuciosa, en la que mucho tiene que ver la experiencia, incluso hay artesanos que se especializan como hiladores, así como hubo cardadores. Aunque hay quienes sólo tejen y compran el hilo en madejas. 

Después de hiladas, las madejas se vuelven a lavar y se ponen al sol. Ya secas, se puede empezar a tejer, desde unos guantes o un gorro hasta la cobija o el gabán más sofisticados.  El telar es un instrumento mágico que se mueve rítmicamente, como las cuerdas de un piano, para deleite inmediato de quien escucha, pero con la diferencia de que el telar deja tangible el resultado de sus movimientos, de sus ires y venires, de su sorda disponibilidad a fatigantes horas de trabajo, desde el amanecer hasta el atardecer. Esas cuerdas no son más que el sostén de la lana que, de tanto lavarse, se ha vuelto más blanca y pura que las mismas cuerdas. Suben y bajan los lienzos recién elaborados, con figuras casi mitológicas que salen al paso de la imaginación y de las manos de don Juventino. La fuerza del hombre hecha arte, y cuyo destino es otro hombre u otra mujer.  En Gualupita el artista sabe lo que es. Las alabanzas se reciben con modestia y, a la vez, con seguridad. Los artesanos valoran su trabajo y conocen de sobra sus méritos. Pero ya nadie les paga el precio justo. 

Hoy, la afluencia de visitantes al tianguis de Gualupita ha descendido considerablemente, a pesar de los magníficos ejemplos artesanales, producto de varios días de labor que los tejedores -convertidos en vendedores- ofrecen al mejor postor.  Entre las tiendas de suéteres, cobijas, gorros, cojines, calcetas y bufandas de lana, proliferan productos importados de tela sintética, que han desplazado a la tradicional.  Desde hace años, Gualupita enfrenta una disminución de compradores al mayoreo, participaciones en ferias nacionales, contactos con tiendas de artesanías y, como resultado, las ventas han decaído.   

Durante dos décadas, una unión de artesanos locales. Fueron tiempos de abundancia en que los suéteres tejidos con lana de borregos mexiquenses llegaron hasta Suiza, pasando por Estados Unidos y Canadá, a través de intermediarios extranjeros que “pagaban muy bien”, según el señor Eladio Juárez, artesano y promotor de la unión.  Don Eladio cuenta que Gualupita se dio a conocer a tal grado que no podían abastecer la demanda. Sin embargo, esa etapa poco a poco quedó atrás, debido a que los compradores trataban de sacar ventaja de su condición de intermediarios, pagando poco por los trabajos e intentando engañar a los artesanos con los precios de compra-venta.  “No lo respetaban a uno. Sólo querían revender.

Compraban el producto para revenderlo, y no les importaba la calidad, por eso toda la artesanía de México va pa’abajo. Ahora se trabaja para ir comiendo; a través de los años este trabajo va a desaparecer.”  Los artesanos se desengañaron y desistieron de la comercialización a gran escala. Entonces volvieron a concentrar su actividad en las ventas al menudeo, en el mercado de sábados y domingos en Gualupita, y los martes en Santiago Tianguistenco, pueblo contiguo.

La gente de Gualupita, tan valiosa como su trabajo, busca construir un lugar digno para vivir y heredar a los hijos de los hijos. Pero esa dignidad no sólo depende de que se conciba como heredero de una raza llena de sabiduría, sino también de lograr el reconocimiento de otros miembros de la sociedad. El círculo de la comercialización del trabajo se cierra más que por obtener un ingreso, por saber que las labores desempeñadas son útiles a los habitantes de una tierra que fue pródiga para unos y negada a otros.  La calidez de la gente de Gualupita nos abre las puertas al producto de su trabajo diario, y nos recuerda que la dignidad y la paciencia de los Tizoc aún persisten en estas tierras ganadas a pulso con el empeño fiel de sus moradores, sin dejar de lado la “ayudadita” que la Virgen de Guadalupe, Gualupita, ofreció a quienes llegaron de lejos buscando un porvenir…   

SI USTED VA A GUALUPITA  

Puede tomar la autopista núm. 15 a Toluca; a la altura de Ocoyoacac continuar por la carretera federal rumbo a Santiago Tianguistenco, población que colinda con Gualupita    Fuente  México desconocido No. 236 / octubre 1996

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autor Conoce México, sus tradiciones y costumbres, pueblos mágicos, zonas arqueológicas, playas y hasta la comida mexicana.
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