Historia de la Charrería en México
Desde el momento mismo del desembarco, en Tabasco, de los 16 equinos que vinieron con las huestes de Hernán Cortés, la imagen del caballo y la del jinete formaron un binomio indisoluble en el transcurrir histórico de México.
Una vez superado el asombro-temor que causó en el ánimo de los indígenas la presencia del caballo, éste se convirtió en el símbolo de poder de una nueva sociedad. Durante los primeros años de la Colonia se prohibió a indios y a mestizos que poseyeran o aun que montaran a caballo. No obstante, las grandes extensiones de las tierras agrícolas y ganaderas hicieron imposible que las faenas se realizaran a pie, por lo que dicha prohibición fue cayendo en el olvido. Indios y mestizos empezaron a montar a caballo y en consecuencia se ingeniaron para elaborar, con los medios a su alcance, tanto los vestidos como los arreos que les permitían trabajar. Comienza así a perfilarse la figura del charro.
El antecedente más remoto de la fiesta charra lo encontramos hacia 1560 en el virrey Luis de Velasco I, quien regularmente organizaba «fiestas de ochenta a caballo, con jalces y bozales de plata, encerraba setenta y ochenta toros bravísimos y gustaba pasear los sábados por Chapultepec donde tenía toros en un toril muy lindo y los acompañaban cien de a caballo». Se considera precursor de la charrería a Sebastián de Aparicio, amansador, ganadero, agricultor e instructor de las actividades relacionadas con la domesticación y aprovechamiento de las bestias para el tiro, la carga y la silla. Sebastián de Aparicio nació en 1502 en Galicia, España. Treinta años más tarde llegó a la Nueva España en donde se desempeñó como agricultor, carretero y constructor de caminos. Posteriormente adquirió una hacienda en donde se dedicó a la agricultura y a la ganadería. Falleció en Puebla en 1602.
A lo largo de la Colonia y en la época de la Independencia -recordemos que Miguel Hidalgo inició la rebelión montado a caballo- abundaron los hechos importantes de nuestra historia en los que el hombre a caballo jugó un papel de vital importancia. La faena de amansar y arrendar o hacer a la rienda los caballos que, como el ganado bovino se habían multiplicado generosamente en estado semi salvaje en las grandes planicies, requería de hombres fuertes, diestros y entrenados: los arrendadores. Para separar el ganado que vagaba sin reconocer los límites de la hacienda a la que pertenecía se designaba un sitio llamado rodeo. Ahí se reunían para contar, reconocer y vender el ganado mayor. Enseguida los vaqueros marcaban a las bestias con el hierro del hacendado en sitios especialmente designados, ocasión que se convertía en una celebración colectiva. Nacieron entonces los herraderos. Algunos de estos animales eran elegidos para la agricultura o el transporte, se procedía a caparlos para facilitar las labores.
La actividad conocida como Coleadero surgió como una necesidad, pues a menudo las haciendas tenían demasiado ganado; una vez que los animales estaban separados, los vaqueros acostumbraban derribarlos tirándolos por la cola, surgía entre los jinetes un enfrentamiento amistoso -deportivo. Muchas de las haciendas conformadas en los siglos XVI, XVII y XVIII perduraron hasta el siglo pasado; sin embargo, gran parte de ellas desaparecieron o quedaron irremediablemente fraccionadas durante la Revolución y el reparto agrario.
Se inicia entonces el éxodo masivo del hombre del campo hacia los centros urbanos. Con nostalgia, tanto el antiguo hacendado como sus caporales y vaqueros, buscan un lugar en donde recrear las faenas campiranas que orgullosamente habían desempeñado en las haciendas, las estancias y los ranchos. Así, nacen las asociaciones y los lienzos charros y la charrería se convierte en deporte nacional y espectáculo sin precedente.