José Chávez Morado, entre la memoria y el arte
Guanajuato amanece fresco en primavera. El cielo es muy azul y el campo muy seco.
Caminando sus calles y callejones, túneles y plazas, vas sintiendo como si esas construcciones de cantera tibia te abrazaran, y un bienestar se te mete en el alma. Ahí vives el asombro: al doblar una esquina se te va el resuello y cortas el paso, admirando esa bellísima mole del templo de la Compañía, con un San Ignacio que flota en su nicho como queriendo volar. De repente, un callejón desemboca en la plaza del Baratillo, con una fuente que invita a soñar.
La ciudad con sus gentes, árboles, geranios, perros y burros cargados de leña, armonizan el espíritu. En Guanajuato el aire se llama paz y con ella vas recorriendo pueblos, campos y haciendas.
En la exhacienda de Guadalupe, a orillas de la ciudad, en el barrio de Pastita, vive el maestro José Chávez Morado; al entrar a su casa percibí un suave olor a madera, libros y aguarrás. El maestro me recibió sentado en el austero comedor, y vi a Guanajuato en él.
Fue una plática sencilla y amena. Me llevó con la memoria y sus recuerdos a Silao, en un 4 de enero de 1909, cuando él nació.
Vi en sus ojos un brillo de orgullo, al decirme que su madre era muy hermosa; se llamaba Luz Morado Cabrera. Su padre, José Ignacio Chávez Montes de Oca, «tenía muy buena presencia, era un comerciante muy leal con sus gentes».
El abuelo paterno tenía una biblioteca llena de libros, y el niño José pasaba las horas en ella, copiando con plumilla y tinta china ilustraciones de los libros de Julio Verne. Tranquilamente, el maestro me dijo: «Todo eso se perdió».
Un día su padre lo animó: -Hijo, haz algo original-. E hizo su primera pintura: un mendigo sentado en el quicio de una puerta. «Las piedritas de la banqueta eran bolitas, bolitas, bolitas», y diciéndome esto, dibujaba en el aire, con su dedo, el recuerdo. Me hacía partícipe de aquello tan olvidado pero tan fresco en su memoria: «Luego le di un poco de acuarela y resultó parecida a ciertas obras de Roberto Montenegro», que el niño desconocía.
De muy joven trabajó en la Compañía de Luz. Le hizo una caricatura al gerente, «un cubano muy alegre, que caminaba con los pies para adentro». Cuando éste la vio, le dijo: -Chico, me encanta, es estupenda, pero te tengo que correr… «De esa afición nace la mezcla de drama y caricatura que creo plasmar en mi obra».
También trabajó en la estación del ferrocarril de su ciudad natal, y allí recibía la mercancía que llegaba de Irapuato; su firma de aquellos recibos es la misma de ahora. A ese tren le decían ‘La burrita’.
A los 16 años se fue a los campos de California a pizcar naranja, invitado por un tal Pancho Cortés. A los 21 tomó clases nocturnas de pintura en la Shouinard School of Art, de Los Ángeles.
A los 22 regresó a Silao y le pidió ayuda económica a don Fulgencio Carmona, un campesino que rentaba tierras. Al maestro se le enterneció la voz diciéndome: «Me dio 25 pesos, que era mucho dinero en ese tiempo; y me pude ir a estudiar a México». Y continuó: «Don Fulgencio casó un hijo con la pintora María Izquierdo; y actualmente Dora Alicia Carmona, historiadora y filósofa, está analizando mi obra desde el punto de vista político-filosófico».
«Como no tenía los estudios suficientes para ser aceptado en la Academia de San Carlos, me inscribí en un anexo de ésta, ubicado en la misma calle, asistiendo a clases nocturnas. Escogí a Bulmaro Guzmán como maestro de pintura, el mejor de ese tiempo. Era militar y pariente de Carranza. Con él aprendí óleo y un poco la forma de pintar de Cézanne, y descubrí que tenía facilidad para el oficio». Su maestro de grabado fue Francisco Díaz de León, y el de litografía, Emilio Amero.
En 1933 es nombrado maestro de dibujo de escuelas primarias y secundarias; y en 1935 se casa con la pintora OIga Costa. Don José me dice: «OIga se cambió el apellido. Era hija de un músico judío-ruso, nacido en Odesa: Jacobo Kostakowsky».
Ese año empieza su primer mural al fresco en una escuela de México, D.F, con el tema «Evolución del niño campesino a la vida urbana obrera». Lo termina en 1936, año en el que ingresa a la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios, publicando sus primeras estampas en el periódico Frente aFrente, «con tema político, donde colaboraron artistas como Fernando y Susana Gamboa», añadió el maestro.
Viaja por el país, por España, Grecia, Turquía y Egipto.
Ocupa múltiples cargos. Es prolífico en infinidad de áreas: funda, diseña, escribe, esculpe, participa, colabora, denuncia. Es un artista comprometido con el arte, la política, el país; yo diría que es un hombre creador y fruto de la época de oro de la cultura mexicana, en la que florecieron figuras como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Frida Kahlo, Rufino Tamayo y Alfredo Zalce, en la pintura; Luis Barragán en la arquitectura; Alfonso Reyes, Agustín Yáñez, Juan Rulfo, Octavio Paz, en las letras.
En 1966 compra, restaura y adapta para su vivienda y taller la «Torre del Arco», antigua torre de noria, cuya función era captar agua para conducirla por medio de acueductos a los patios de beneficio y para uso de la hacienda; ahí se fue a vivir con Oiga, su mujer. Dicha torre está situada frente a la casa donde lo visitamos. En 1993 donaron esta casa con todo y sus pertenencias artesanales y artísticas al pueblo de Guanajuato; se creó así el Museo de Arte Olga Costa y José Chávez Morado.
Ahí se pueden admirar varios cuadros del maestro. Hay uno de una mujer desnuda sentada en un equipal, como pensando. En ella volví a sentir el asombro, el enigma, la fuerza y la paz de Guanajuato.