La increíble historia de la bebé del “Oso carpintero” de Pedro Infante
A los 11 meses de nacida, Rocío Gilabert participó en "Pepe el Toro": es la bebé de la escena del “Oso carpintero”. Aquí te contamos su historia.
Rocío Gilabert nació el 21 de enero de 1952. Hoy tiene 69 años y una vida fascinante, en la que ha enfrentado éxitos e infortunios. A los 11 meses de nacida participó en Pepe el Toro: es la bebé de la periquera que escucha con emoción la canción del “Oso carpintero”. Aquí te contamos su historia.
Rubia, de cara redonda, de sonrisa fácil y una energía avasalladora, conquistaba los corazones de quien la veía en la calle, incluso siendo bebé. En entrevista exclusiva para México Desconocido, nos contó lo deseada que fue su llegada a este mundo, como la primogénita de Arcadia Juárez Ortiz (Cayita) y Ernesto Gilabert Vázquez; luego vendrían Ruth María, Ernesto, César y Miguel Ángel.
El amor de la familia Gilabert
Su familia vivía en la calle Estrella en la colonia Guerrero y un golpe de suerte hizo que fuera vecina de la persona encargada de los extras para las películas que se filmaban en los Estudios Churubusco. Muy sociable desde bebé, Rocío se iba con facilidad con los desconocidos, confiando en plenitud gracias al tremendo amor con el que la rodearon desde antes de nacer.
La Guerrero y los vecinos
Esto le valió ser considerada desde los 3 meses de edad para una película, como extra. Aunque no se concretó esa primera vez, la persona pidió a la mamá de Rocío (de cariño Cayita) que la llevara a la audición de un posible filme con Pedro Infante, cuando la bebé ya contaba con 11 meses de vida. La señora Gilabert se conmueve mientras lee un extracto de la biografía que le escribió su madre.
Cayita falleció en 2020 y Rocío la extraña muchísimo. Conforme se le agolpan los recuerdos de la dulzura de su madre, Rocío necesita oler esencias para recobrar la voz y continuar con la entrevista. Mira fotos, toca los primeros zapatos que usó ella y que su madre guardó celosamente.
La audición
Al recobrar el aliento, continúa contando uno de los mayores momentos de fama. Cayita la acabó de bañar, la vistió y la llevó a las once de la mañana a los Estudios Churubusco. Había como otros seis bebés y varios artistas en un patio, entre los que su mamá reconoció al argentino Wolf Ruvinskis, quien le regaló una foto a la bebé, cuya dedicatoria reza: “Para la actricita”.
De repente, un joven muy apuesto se paró detrás de su mamá: era Pedro Infante. El ídolo de Guamúchil cargó a Rocío e ingresó al estudio. La película que estaban filmando era Pepe el Toro, dirigida por Ismael Rodríguez.
Entró al set y, según Cayita, tuvo que contener los nervios de perder de vista a su adorado tesoro, “por muy Pedro Infante que fuera”, lee Rocío y se echa a reír en complicidad con el gran sentido de humor que heredó de Cayita.
Pedro Infante salió sonriente y orgulloso diciendo que Rocío se quedaba a trabajar con él. El director ya había dado la orden de terminar con el trabajo del día. Sin embargo, Pedro se sintió tan a gusto con la bebé, que sacó su guitarra y comenzó a cantarle Oso carpintero. El momento, relata Rocío desde la visión de su madre, fue mágico al grado de que el director notó esta atmósfera y decidió meter una escena que no estaba programada en la película originalmente.
Ismael Rodríguez decidió llamar al equipo, traer a los niños que hacían de hermanos de Rocío y filmar la escena en la que aparece la encantadora bebé de la periquera, sonriente y juguetona. Por su participación en toda la película le pagaron 50 pesos. Los primeros de su vida.
El golpe del destino
Desde luego que la idea era que Rocío siguiera conquistando corazones. La siguiente película en la que trabajó como extra fue Los que no deben nacer (1953, director: Agustín Delgado), y en La infame (1954, dirección: Miguel Sacarías).
Justo durante este último rodaje Rocío se sintió mal. Ante el consejo de su abuela Naty, Cayita llevó a Rocío al Hospital Infantil. Además de la Época de Oro del cine, aquellos años aún era frecuente que los niños se contagiaran de poliomelitis y a Rocío le tocó la mala suerte; a saber, si lo pescó en el hospital o en otro lugar.
Enfermedad que la marcó
Para bien y para mal, la poliomelitis ha marcado un antes y un después en la corta vida de Rocío, a quien su amada tía nena llamó de cariño Ocho.
Mientras antes los vecinos corrían para cargar a la bebé sonriente, ahora huían azotando las puertas para evitar contagios. Desde luego, la enfermedad alejó a la familia del medio del espectáculo y lo que parecía el futuro de una deslumbrante carrera actoral.
Los camerinos se cambiaron por consultorios, inyecciones y tratamientos. Baños con agua hirviendo diariamente durante años, visitas medicas a diario, el adelgazamiento de su pierna derecha y el encogimiento de la misma fueron las secuelas más evidentes de aquel padecimiento. Su madre vivió el embarazo de su segundo hijo con la congoja del tratamiento de Ocho.
Sin embargo, la enfermedad no frenó en lo absoluto el amor de los padres de Rocío. Cayita la llevaba a las consultas y Ernesto aportaba sin escatimar todo lo necesario para conseguir la salud posible. De la Guerrero se mudaron a la Juárez, a la calle Hamburgo.
La juventud para despedirse de los aparatos
Rocío no perdió nunca su alegría de vivir ni sintió jamás un ápice de rechazo en su familia, por lo que sostuvo un vínculo muy estrecho con su madre.
Cayita se esmeró en guardar cada detalle de su bebé y Rocío cuenta con una memoria prodigiosa y un carácter a prueba de polios. Su objetivo era bailar el vals de graduación de la secundaria con zapatillas y así lo hizo: entró triunfal, con plataformas ajustadas pero por fin sin los zapatos toscos y con metal que marcaron su infancia.
Con esa conquista obtuvo también el título de Reina de la Simpatía en la escuela. Luego, vino el amor: se enamoró el atleta Rogelio Leaños, entrenador y arbitro olímpico especializado en lucha olímpica. Fornido, amante del deporte y de gran corazón la pidió en matrimonio.
Durante los Juegos Olímpicos México 1968, el director de la Villa Olímpica (masculina) fue Ernesto Gilabert Vázquez y Rocío se desempeñó como una de sus secretarias después de pasar todos los exámenes de admisión que demostraban sus aptitudes para el puesto.
La nueva familia
Se casaron a los 23 años y su luna de miel fue en Cancún, con un viaje organizado por su padre que tenía para entonces una agencia de viaje, junto con su hijo Jaime Santini (de su primer matrimonio). Su padre fue socio de Pedro Vargas en el desaparecido Centro Nocturno Capri en el Hotel Regis en el Centro Histórico de la CDMX.
Para el reciente matrimonio llegó el primer embarazo de cuatro, aunque sólo dos bebés lograron vivir: Urzo y Dante, los cuales le han dado 1 y 4 nietos respectivamente.
El destino, también, se encargó de “compensar” a uno de aquellos bebés muertos con uno de sus nietos, Sebastián, hijo de Dante, cuya madre falleció tras darlo a luz. Sebastián adquirió una enfermedad que lo limitó de bebé.
Ante la tragedia, el matrimonio de Rocío y Rogelio fungieron como papás del bebé, mientras Dante se encargaba de sus dos primeros hijos, de 6 y 3 años.
Este periodo, cuando Rocío tenía 60 años, fue un motivo de unión mayor para los abuelos que se volcaron en atenderlo y proporcionarle los tratamientos necesarios para mantenerlo con vida y darle todo el amor maternal que le faltaría por la pérdida de su mami, Fabiola.
En la actualidad, muchos de sus nietos pasan los días con los abuelos Rocío y Rogelio, quienes una vez juntos no se han separado hace 45 años. Abrieron R&R Aerobics y se enfocaron en entrenarse y entrenar a otros deportistas o aficionados.
Por la sangre de Rocío corre la sensibilidad artística, lo que la ha dotado de una capacidad casi nata para la oratoria, lo que la llevó a postularse como candidata del partido Convergencia en 2016. Y fue pionera en ser representante de Just, hace 28 años, en la marca líder de aromaterapia y con presencia en 35 países del mundo.
María Teresa Hernández fue quien la introdujo en el universo que hoy representa su pasión y gran apoyo, donde ha conocido y empujado a muchas mujeres, sólo por mencionar algunas, Sofía Vera, Ali Mancera y Georgina Suárez.
Todos los oficios
Si bien trabajó como secretaria y de auxiliar en áreas contables fue en el deporte y la salud (a través de las esencias en Just) en donde ella ha podido desarrollar en plenitud una historia de éxitos y de retos alcanzados.
Transformar vidas en términos económicos y emocionales, viajes de promoción, autonomía económica y ser sostén de sus hijos y nietos son sólo algunas de las tantas recompensas que ha ganado a lo largo de su vida la bebé de la periquera de Oso carpintero que cargó Pedro Infante.
Ella se define a sí misma como osada, muy movida, bailadora, sensible y alguien a quien le gustan los desafíos. Y sí: la pasión y el movimiento serían quizá los rasgos que conserva de aquella escena en la que Pedro Infante le cantó Oso carpintero y ella golpeaba con vigor unos muñequitos sobre la periquera.
Ese vigor la ha mantenido y llevado a tener siempre una actitud positiva y admirable ante las adversidades, incluso las más dolorosas como no conocer a sus dos hijos menores que fallecieron casi al nacer.
No fue fácil concluir esta entrevista porque no es fácil despedirse de Rocío Gilabert, la bebé de la periquera, la diputada, la Miss Simpatía, la madre, la mamá-abuela, la hija, la sobrina, la emprendedora, la deportista con una pierna delgada y un corazón enorme.