La misión de San Francisco en Baja California
Antes de abordar el tema que nos ocupa habrá que hacer un breve relato de la extraordinaria vida de Francisco de Borja quien mereció, además de los altares, que se le diera su nombre a una misión en tan remoto sitio.
En el inhóspito más indescriptiblemente hermoso paisaje de la península—que no isla como se creyó hasta que la exploración de Sebastián Vizcaíno en 1602 demarcó las costas del Pacífico—y en el centro del “paraíso terrenal” intuido por Ordóñez de Montalvo en el siglo XV, está ubicada, apuntalada por la fe de los escasos pobladores, incontables devotos del santo patrono y de Santa Gertrudis, además de las oraciones y acciones del misionero comboniano Padre Mario Menghini Pecci, la misión de San Francisco Borja.
Francisco de Borja nació en Gandía España, en el año de 1510. Descendía de uno de los «ricos homes» de la villa de Borja de Aragón, quienes en 1240 siguieron al rey Jaime a la conquista del reino de Valencia. La exitosa toma de Játiva, provocó el saludo de sus compañeros de armas: «Viva Borja», nombre que conservaron al entregarles su soberano las tierras que circundaban esta villa. Establecidos después de su épica hazaña de Jávita, estos prominentes varones no brillaron sino hasta el siglo XV, cuando Alonso de Borja, elegido papa bajo el nombre de Calixto III los dio a conocer y los italianizó, haciéndolos perder su auténtica personalidad aragonesa. Su sobrino Rodrigo a su vez fue coronado con la tiara pontificia en 1492 tomando el nombre de Alejandro VI. El hijo bastardo de Rodrigo, Juan, casó en 1488 con María Enríquez de Luna con la cual tuvo dos hijos. Gracias a María, la santidad se inició en la familia Borja al morir asesinado su marido, en Roma, hecho que resultó providencial para la viuda de escasos 18 años quien educó a sus hijos en el camino de la virtud. Su nieto Francisco fue quien heredaría el ducado de Gandía.
El Señor colmó a Francisco no únicamente de virtudes, sino del atractivo aspecto que se puede admirar en la dieciochesca talla que, recién restaurada con las limosnas de sus devotos, se conserva en la remota misión californiana. Carlos V y su esposa, la emperatriz Isabel de Portugal, recibieron a Francisco en su corte como a un hijo, tenía 17 años; sin embargo, sus éxitos en el mundo nunca le hicieron perder la cabeza, fue la propia emperatriz quien lo casó con su amiga más querida, la portuguesa Leonor de Castro, recibiendo para su boda el título de Marqués de Lombay. Es bien conocido el momento de la decisión de Borja de dejar el mundo, esto aconteció al conducir el cadáver de su soberana Isabel de Portugal, quien había fallecido en mayo de 1537, a su enterramiento de Granada. Poco después Carlos V nombraría a Francisco virrey de Cataluña, aunque a pesar de sus 29 años, 8 hijos, feliz matrimonio y glorias mundanas sabía que para él el camino a seguir sería otro. El encuentro con miembros de la recién fundada Compañía de Jesús y al poco tiempo con el propio Ignacio de Loyola, le inclinarían, a la muerte de Leonor, su mujer, a la vida religiosa.
En 1554, después de haber asistido a bien morir a la reina Juana llamada «la loca», fue elegido Francisco de Borja, General de la Compañía, no sin antes haber conseguido el doctorado en teología en la Universidad de Canilla acatando la orden de su superior Ignacio. En 1566 fundó la Provincia de la Nueva España. Murió en 1572 y fue canonizado un siglo después en compañía de Santa Rosa de Lima. Al poco tiempo, desde el cielo, escribe el Padre Menghini, «contemplaba la conversión de tres mil indios cochimíes». En 1572 llegaban a la Nueva España, encabezados por el Padre Pedro Sánchez, los 15 primeros misioneros jesuitas. Su obra educadora y evangelizadora los llevó al norte del inmenso territorio, eligiendo sitios remotos e inhóspitos para cumplir con su misión.
A pesar de la oposición del gobierno español, dicha misión contaba con un número abundante de elementos extranjeros, muchos de ellos provenientes de Europa Central, quienes recorrieron la agreste geografía norteña novohispana, sintiendo particular atracción por la Baja California. Entre los misioneros estaban el croata Fernando Consag (Konscat) (1703-1759), Georg Retz (1717-1773) fundador de Santa Gertrudis y Wenceslao Linck, -nacido en Bohemia en 1736 y fallecido en 1790 en Olmutz, en Checoslovaquia- quien tendría a su cargo la futura misión. En Santa Gertrudis plantó Retz una viña de cuya vid se hacía el vino necesario para consagrar y que fue la primera en plantarse en Baja California.
El éxito de esta misión hacía necesaria otra a fin de adelantar la cristiandad. El impedimento más importante era la falta de recursos necesarios para la edificación material, más para los soldados de Jesús dichos impedimentos eran inaceptables. La ayuda vino bajo la forma de un soldado ya no religioso como los de la Compañía. Este humilde personaje, después de haber vivido y padecido los rigores del inhóspito sitio donde estaba destacado, al volver a España entre su bagaje llevaba mil historias que contar sobre el valor y los sufrimientos de sus contrapartes tonsurados. Por designio divino, este soldado entró al servicio de doña Mariana Francisca Téllez Girón, Borja y Centelles, duquesa de Béjar y de Gandía, descendiente directa de San Francisco de Borja, heredera de los títulos y las inmensas propiedades a ellos vinculados.
Doña Mariana era tan devota de su antepasado que en su oratorio particular de Madrid tenía «un retablo con la efigie del santo en trance de muerte» .Otra descendiente del santo, la duquesa de Medinaceli, conserva las llaves del sepulcro de su ancestro ubicado en la iglesia de los jesuitas en la madrileña calle de Serrano. El Padre Barco (1706-17709) relata: «…este hombre (el soldado) refirió a la citada señora (doña Mariana) los trabajos de la Compañía en su reducción, la suma pobreza de los indios y las grandes estrecheces en que se hallaban para mantenerse y socorrer a los indios». Dichas noticias movieron el piadoso corazón de la noble dama que determinó aliviar tantas necesidades y procurar que se extendiese la fe entre la gentilidad, como lo ordenó en su testamento. En las lejanas tierras de California se recibieron estas noticias con júbilo y pasados algunos años, demasiado largos, los jesuitas empezaron a recibir los beneficios.
La voluntad de la duquesa de Gandía sería que la misión llevase el nombre de su ilustre antepasado. Cabe anotar que su hija, casada con el duque de Osuna, dueño del códice que lleva su nombre, puso de moda a Francisco de Goya quien pintó el retrato de esta familia que se conserva en el Museo del Prado y decoró los salones de su finca, además de habérsele encargado las obras sobre San Francisco de Borja que aún se conservan en una colección particular. El Padre Francisco Javier Clavijero, durante su destierro de Bolonia, apunta importantes datos acerca de las fundaciones jesuitas en su Historia de la Antigua California. El encargado de la recién fundada misión fue el padre Wenceslao Link quien había aprendido la lengua cochimí: el sitio elegido estaría en el territorio de Adac. Mejibó sería el grito de los indígenas al hacer la recolección de pitahayas. En esta región descubrió el misionero una llanura con agua y pastos suficientes para 800 cabezas de ganado, lo que traería prosperidad a la misión que «en las cosas temporales», escribe Clavijero, «no era comparable con los progresos de la religión cristiana». La misión edificada por el Padre Link era de adobe, mas viendo que resultaba demasiado pequeña, inmediatamente se dio a la tarea de edificar otra.
«Blanqueadas las parece» anota el padre Barco «que da una iglesia bastante capaz y decente». Sobre el altar se colocó un cuadro grande de San Francisco de Borja «de buen pincel que para este fin había venido desde México». El cuadro ha desaparecido, más no así el hermoso estofado que se conserva, mandado restaurar recientemente por el padre Menghini. Sin embargo, la edificación fue terminada en 1801, ya disuelta la Orden por Carlos III y expatriados los jesuitas. Los dominicos, cuyo escudo adorna una de las puertas, y antes, por breves años, los franciscanos, ocuparon la misión y se encargaron de continuar la edificación de la iglesia y de continuar la extraordinaria obra evangelizadora de la Compañía de Jesús. La misión quedó concluida en 1801. La fábrica, construida con grandes sillares, contra la sierra resalta majestuosa en su horizontalidad.
La puerta de acceso está flanqueada por columnas anilladas decoradas con anillos en relieve. En la parte superior, medias columnillas divididas por bulbos enmarcan la ventana terminada en arco bajo cuyo dintel está tallado un emblema eucarístico, posiblemente franciscano. El remate es otra interesante talla difícil de interpretar, seguramente también emblemática. En otro acceso está tallado el escudo dominico. Como la mayoría de las iglesias de las misiones del Noroeste, San Borja tiene características que se remontan al siglo XVI, a las que se aúnan elementos medievales, en este caso el arco conopial de la puerta de acceso a la iglesia de cañón corrido. La pila bautismal colocada sobre un capitel muestra, en su decoración, una gran influencia indígena. Tanto la misión de Santa Gertrudis, como la de San Francisco de Borja, necesitan un fuerte apoyo económico a fin de conservarlas, no sólo para el fin con el que fueron construidas, sino como monumento histórico y como testimonio de fe de la recia gente que a ellas acude en el inhóspitamente magnífico “paraíso terrenal” del que escribía Ordóñez de Montalvo, habiéndolo soñado únicamente cinco siglos atrás.
Fuente: México en el Tiempo No. 14 agosto-septiembre 1996
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