La Misión de Santa Gertrudis la Magna en Baja California
La fundación de la que sería la Misión de Santa Gertrudis la Magna de Cadamán, en Baja California, fue obra del padre Fernando Consag (Conskat).
El día 4 de junio del año de 1773, fray Gregorio Amurrio, cumpliendo las órdenes del Padre Francisco Palou hizo «entrega voluntaria y gustosa dejación…» de la iglesia, sacristía, casa y campo de la Misión de Santa Gertrudis la Magna, además de «las alhajas y utensilios de iglesia y sacristía y todo lo demás que pertenece a esta misión». En dicha entrega se incluirían los indios cochimíes que componían, no sólo la Misión propiamente dicha, sino las rancherías que se irían formando al cobijo de ésta. Dicha entrega de los cochimíes no se hacía como la de objetos o posesiones, sino como de seres que debían quedar bajo la protección de los frailes predicadores dominicos a cuyas manos pasaría toda la obra jesuítica después de su disolución. De esta manera quedaba concluída la grandiosa epopeya misional, iniciada en 1697 en Baja California, de la Compañía de Jesús.
La fundación de la que sería la Misión de Santa Gertrudis la Magna de Cadamán, como se le conocería, fue obra del padre Fernando Consag (Conskat).
Ferdinando Conskat había nacido en Varazadin, Croacia en 1703. Procedía de la Misión de San Ignacio Kadakaamán, fundada en 1728 por el Padre Juan Bautista Luyando; conocía bien la región, pues se había dedicado a explorar la Alta California y había navegado el Golfo de Cortés; además, había pasado un año aprendiendo la lengua cochimí antes de emprender su expedición que partiría desde la Misión de Loreto, en compañía del notable converso ciego Andrés Comanjil Sestiaga, quien fue su mayor apoyo en la nueva fundación. Habían sido el marqués de Villalpuente y su esposa doña Gertrudis de la Peña, los patrocinadores de dicha misión que tomaría el nombre de Santa Gertrudis la Magna en honor a su patrona.
Al fin, después de arduos días de caminata bajo el ardiente sol del desierto, en un bellísimo oasis rocoso, al pie de la gran sierra escarpada llamada Cadamán, entre la costa del Golfo y el paralelo 28 se encontró el sitio ideal para la fundación. Ya decidido el sitio, el Padre Consag -quien moriría poco tiempo después- dejó la misión a su sucesor, el jesuita alemán Jorge Retz. Retz, «alto, rubio y de ojos azules» había nacido en 1717 en Düseldorf. Como su antecesor, estudió la lengua cochimi. Ya el Padre Consag había dejado un buen número de neófitos cochimíes, un destacamento de soldados, caballos, mulas, chivos y gallinas a fin de establecer una misión en forma.
Ayudado por Andrés Comanji, Retz descubrió un ojo de agua y tallando tres kilómetros de roca, ayudado por los cochimíes, trajo el líquido necesario. A fin de alimentar a los futuros cristianos que llegaban de los alrededores, se removió la tierra para sembrar y necesitando vino para consagrar, Retz plantó las viñas cuyas cepas serían, entre otras, el origen de los magníficos viñedos bajacalifornianos. Cabe recordar que la Corona prohibía la siembra de viñedos y de olivos a fin de evitar la competencia, mas los monasterios estaban exentos de dicha prohibición, pues el vino era indispensable en la misa.
Era almacenado en toscos recipientes tallados en rocas, cubiertos con rudas tablas y sellados con cuero y la savia de las pitahayas. Alguno de estos recipientes se conserva en el pequeño, pero sugestivo museo al aire libre creado por el entusiasta restaurador de la misión, el Padre Mario Menghini Pecci, quien además tiene a su cargo la Misión de San Francisco de Borja ¡El incansable misionero italiano tiene ante sí una ardua labor!
En 1752, el Padre Retz inició la construcción de la que sería una magnífica misión dedicada a la germana Santa Gertrudis, cosa muy del agrado del alemán Retz. El plano sería horizontal y en forma de ángulo a fin de alojar, en un extremo, la iglesia y sus dependencias y en el otro las habitaciones y los almacenes. Construida con bien labrados y pulidos sillares cincelados en la roca viva, como es posible constar en la primera fase de la restauración, conserva, como gran número de misiones bajacalifornianas, reminiscencias medievales, aunadas a los recuerdos arquitectónicos que de su país traían los misioneros. La puerta de acceso a la iglesia está flanqueda por columnas rematadas en obeliscos finamente decorados. Particularmente bellas son la puerta y la ventana en el ángulo que constituye la sección dedicada a alojamientos, terminadas ambas en arcos conopiales y que por cierto necesitan urgente restauración. La bóveda del presbiterio que amenazaba desplomarse, pero que ha sido restaurada en la primera fase, pues la anterior fue defectuosa, luce nervaduras góticas que convergen en un círculo con el emblema de los dominicos, herederos de la misión, está fechado en 1795. La espadaña, con sus campanas de la época -muy a menudo donadas por los reyes de España- está a unos cuantos pasos de la iglesia. De Santa Gertrudis dependían las rancherías -además de «la casa»- habitadas entre otras, por las familias Kian, Nebevania, Tapabé, Vuyavuagali, Dipavuvai, entre otras. Seguía la ranchería de Nuestra Señora de la Visitación o Calmanyi, con más familias, hasta hacer un total de 808 personas, todas ellas evangelizadas y bien preparadas, no únicamente en asuntos religiosos, sino en cultivos nuevos como lo serían el de la vid y el del trigo. En nuestros días, la misión está habitada por una sola familia que la tiene a su cargo; sin embargo, a ella acuden cientos de devotos de Santa Gertrudis la Magna que hacen su peregrinación, ardua de por sí, en agradecimientos y peticiones ancestrales, ante la grácil figura de la Santa, representada en un estofado, muy posiblemente guatemalteco, dieciochesco.
Fuente: México en el Tiempo # 18 mayo / junio 1997
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