La Pasión de Cristo en Iztapalapa
En Iztapalapa tiene lugar una ceremonia, fiesta y representación de la Pasión, que no responde ni a una narración sacra, ni a un teatro tradicional: es una expresión de múltiples aportaciones que se funde en una particular sincretización.
Los misioneros utilizaron el teatro para catequizar a los antiguos mexicanos y desterrar así las prácticas religiosas anteriores. Las escenificaciones de la Pasión, conmovían profundamente a los espectadores; así, el teatro de los evangelizadores actuó en favor de la cristianización. Del pasado llegan las voces que amalgaman en el presente una forma particular de sincretismo, donde las viejas costumbres, los componentes internos y externos del drama, se llenan de nuevos contenidos sin desalojar completamente a las anteriores.
EI escenario general
Iztapalapa sustituyó sus canales, chinampas y trajineras con verduras y flores, por ejes viales, grandes colonias y el Metro. Tiene en el Cerro de la Estrella, en sus templos, plazas y jardines de Ia cabecera, los espacios sagrados donde se escenifica cada año la representación ritual por excelencia. La coexistencia de Iztapalapa con la gran urbe, no ha logrado borrar Ias viejas costumbres; sus habitantes renuevan sus lazos de amistad, de compadrazgo y vecindad, de pertenencia e identidad con el barrio y con Ia localidad en las distintas fiestas de su calendario, pero es en la Semana Santa cuando éstos aparecen con mayor fuerza.
Los moradores de los ocho barrios: La Asunción, San Ignacio, Santa Bárbara, San Lucas, San Pablo, San Miguel, San Pedro y San José, conviven entre la modernidad y la tradición: los que mantienen un ancestral apego a la tierra y los que llegan y demandan un lugar donde vivir. Comparten una costumbre heredada de muchos años, un deseo de mantener la unidad, a través de la cooperación y el esfuerzo colectivo para representar, con gran realismo, la Pasión de Jesucristo en una fiesta que permite la reafirmación y Ia cohesión cultural de sus residentes.
Los protagonistas
Los papeles ya no se heredan familiarmente como se hacía en otras épocas. Soldados romanos y judíos, integrantes del Sanedrín, vírgenes del pueblo, mujeres de Herodes, romanas, se eligen de entre los habitantes de los diferentes barrios. Los nazarenos son aquellos que por promesa, manda o voluntad propia, se imponen la carga de una cruz a lo largo de todo el trayecto del Vía Crucis, atrás del Cristo. Los actores rivalizan por los papeles principales. Los criterios para seleccionar a los personajes son diversos, y los más estrictos son para designar a los actores principales: los apóstoles y la Virgen María. Cristo, por ejemplo, debe ser fuerte para soportar el recorrido cargando la cruz, soltero, originario de Iztapalapa, de familia cristiana, y poseer un físico que concuerde con la idea que la población tiene de Jesús. Él y otros personajes se dejan crecer el pelo, se lo tiñen.
El drama
El Domingo de Ramos, las casas y las calles se llenan de flores, las campanas se echan a vuelo, y un ángel con un niño inician la procesión que avanza lentamente. Los cientos de nazarenos llevan adornos de bandas blancas sobre las túnicas moradas; las vírgenes y las mujeres del pueblo adornan sus cabezas con coronas de flores, la Virgen, la Magdalena, llevan atuendos únicos. Por momentos Iztapalapa se transforma en Jerusalén, la multitud se dirige al barrio de San Lucas para que el sacerdote bendiga las palmas, los ramos de manzanilla, romero y laurel (éstas se guardan, pues la gente les atribuye poderes curativos). Hay risas cuando se reciben en la cara las gotas de agua bendita; en el atrio se mezclan los olores de los puestos de comida, los gritos de los vendedores, la música de los juegos mecánicos: el pueblo mezcla lo bíblico con lo actual.
El Jueves Santo, los adornos en las calles son de color blanco y morado; los actores llegan al lugar donde han ensayado; llena de flores y frutas está la cárcel que Cristo ocupará más tarde. De una casa, sale la procesión que inician el niño y el ángel, después las vírgenes, Jesús, los nazarenos, los sacerdotes y dignatarios romanos, flanqueados por los soldados. La procesión recorre las calles de los ocho barrios, y llega hasta la iglesia del Señor de la Cuevita, donde los presentes quieren tocar la urna y pedir gracias. Los nazarenos, que suman cientos, ahora llevan una corona de espinas con flores en la cabeza. Después de la alocución del obispo en la iglesia, continúa la escena de la última Cena en el Jardín Cuitláhuac; sigue el Lavatorio de los Pies; el Prendimiento, y la Oración del Huerto. Los parlamentos no coinciden con la Sagrada Escritura, se han transformado al correr de los años según el gusto de los participantes; lo mismo sucede con otros episodios que los lugareños han agregado.
El Viemes Santo congrega multitudes; la presencia de los encargados de la seguridad y de los primeros auxilios a los visitantes es muy evidente. Llevan a Cristo de la cárcel a la explanada, donde hay una columna; ahí se suceden varios episodios. La gente se estremece conmovída por la representación, cuando Jesús vestido de blanco es azotado con unas ramas teñidas de rojo. El rumor aumenta cuando la muchedumbre inicia el recorrido al Calvario-Cerro. La subida es difícil para los penitentes, actores y espectadores que quieren presenciar la escena; algunos se conforman con los periscopios de cartón adquiridos allí mismo. Todos deben llegar al lugar de las tres caídas, del encuentro con la Verónica, la Samaritana y las santas mujeres.
La iglesia ahora alienta una representación paralela, diferente a la popular, que considera no está apegada a los textos bíblicos; es de hecho, el reconocimiento de dos puntos de vista: por una parte el de la tradición escrita y sancionada, la litúrgica en el interior del templo, y por otra la celebración callejera que va más allá de una escenificación, pues en ella convergen los ideales, las esperanzas de acabar con muchas de las dificultades de la vida; es más que teatro, es el enlace entre el pasado (el drama) y el presente, la búsqueda de reconocimiento de los organizadores y de los que participan, el gusto de los que toman parte como actores, o como espectadores. Todo ello permite que la fiesta, ceremonia o representación continúe por lo que significa no sólo para los de Iztapalapa sino para la nación entera.
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