La talla en madera. Tradición profunda de Tlaxcala
Empleada con fines útiles o decorativos, la madera sigue siendo materia prima para las manos expertas que la convierten en objeto de admiración o veneración.
Aunque resultaría imposible datar el tiempo en que nuestros ancestros mesoamericanos comenzaron a tallar la madera, pues la acción degradante de los elementos dificulta su preservación, no es aventurado afirmar que esta práctica es tan antigua como la relación del hombre con el árbol. Utilizada para construir sus viviendas rudimentarias, sus armas primitivas o sus utensilios domésticos, la madera también sirvió para plasmar las imágenes de las deidades vernáculas.
El avance de la técnica y de la cultura misma hicieron posible, con el transcurso del tiempo, objetos cada vez mejor elaborados y con un simbolismo más profundo. El placer y la apreciación estética también tuvieron aquí su nacimiento y desarrollo. Son pocos los artefactos prehispánicos que han podido conservarse después de cinco siglos. Afortunadamente, nuestros antepasados buscaron la forma de proteger la madera, y hoy podemos apreciar obras como el panhuéhuetl de Malinalco, o el espléndido teponaztli que se exhibe en la Sala Mexica del Museo Nacional de Antropología. Después de la conquista, los artesanos indígenas no sólo emplearon sus habilidades para trabajar la piedra y los metales, sino que también las aplicaron en la madera; esta actividad fue conjuntada con la tradición española de la ebanistería.
Ejemplo de este sincretismo es el artesonado que luce el templo de San Francisco, hoy Catedral de Tlaxcala, con su enorme cantidad de vigas totalmente ensambladas. La talla en madera siguió utilizándose desde entonces, sobre todo en los tiempos de auge económico. En el siglo XVIII los talladores tuvieron gran actividad en el labrado de los retablos barrocos que aún se aprecian en los templos católicos del país. Durante el porfiriato muchos propietarios de grandes casas contrataron ebanistas y escultores para realizar diseños de lujo en las enormes puertas de sus zaguanes. Las ciudades de México y de Puebla, entre otras capitales, lucieron leones, escudos de armas, dragones y muchos otros motivos que hablaban de la alcurnia de cada familia. En Tlaxcala no se preservan tantas puertas de ese tipo, pero sí vale la pena admirar, entre algunas, la del Ayuntamiento, del siglo XIX, y la que ostenta la Secretaría de Turismo, de comienzos del siglo XX.
LOS TALLADORES CONTEMPORÁNEOS
Las profundas raíces culturales que se conservan en Tlaxcala hicieron posible que muchos oficios olvidados en otras regiones mantuvieran allí continuidad. Algunos pueblos se caracterizaron por desarrollar determinado tipo de artesanía, como los textiles en Santa Ana Chiautempan, o el barro en La Trinidad Tenexcáyac. El compacto núcleo familiar permitió que el oficio se heredara de generación en generación, y en algunos casos la familia entera se entregó al proceso, relegando otras actividades.
Por dar un ejemplo, en el barrio de Tlatempan, de San Pedro Apetatitlán, Pedro Reyes Ramírez hizo a un lado su trabajo de ingeniero en computación para retomar la elaboración de máscaras, pocos meses después de que su padre, don Pedro Amador Reyes Juárez, dejara este mundo. Tan fuerte era la raíz que los unía, y que los une, que no podía interrumpir esta labor iniciada por su abuelo, don Carlos Reyes Acotzi y continuada por su padre y sus tíos, José y Victorio. Al rescate de esta tradición, considerada como patrimonio familiar, también se han incorporado las hermanas de Pedro, Silvia y Eva, su hermano menor Fernando, y la madre de ellos, María de Lourdes Ramírez, quien elabora las pestañas, toque final de las máscaras de chivarrudos o catrines que habrán de danzar en los carnavales.
La familia también ha continuado con la elaboración de cristos, vírgenes, santos y otras imágenes religiosas que a don Pedro le encargaban para templos y capillas particulares. Otra familia dedicada a la artesanía de madera es la de los Molina, de Tizatlán. Cabe mencionar que en este pueblo la talla en madera es una tradición muy antigua. Los Molina, como la familia Reyes, también están en la tercera generación de talladores, y actualmente Ricardo es el más activo de entre sus hermanos. Además de Margarita y Elisa, que tienen poco tiempo de haberse integrado de lleno al trabajo, recientemente se reincorporó el hermano mayor, Marcial, lo que anuncia una dinastía que habrá de preservarse por mucho tiempo.
El trabajo de los Molina es muy variado. Sus bastones policromos son las piezas más características, aunque pueden elaborar cualquier motivo que se les ocurra o que se les requiera. En las varias veces que los he visitado, siempre me encuentro con nuevos trabajos, pues los mejores no acostumbran durar mucho tiempo o son encargos cuyos clientes los esperan con impaciencia. Plumas, portalapiceros, juguetes infantiles, teponaztlis, cuadros en relieve…, inclusive puertas y muebles de todo tipo, se producen en este taller familiar. Los bastones de mando con los escudos de los cuatro señoríos tlaxcaltecas son de los objetos más preciados, lo mismo que los teponaztlis con motivos prehispánicos. En otras ocasiones he podido apreciar ajedreces cuyas piezas son figuras de indios contra españoles.
En el último viaje a Tlaxcala visitamos también el Museo Vivo de Artes y Tradiciones Populares. Aquí se pueden observar, entre otras obras importantes, un teponaztli elaborado en madera de ayacahuite, cuyas figuras de relieve policromado representan los escudos de la Tlaxcala prehispánica; su autor es el artesano Adolfo Vázquez Ramos.
También hay un Cristo tallado con el mismo tipo de madera por José Reyes Juárez, hermano de don Pedro Amador. La visita al museo me permitió conocer a su director, Hipólito Vázquez, un personaje de profunda sensibilidad artística que en nada nos recuerda el ceremonioso burocratismo, característico de muchos otros funcionarios. Formado en las mejores academias de México y Europa, ganador de premios nacionales e internacionales y viajero incansable de todos los continentes, Hipólito nos muestra lo difícil que es deslindar los límites entre la artesanía y el arte. Sus obras denotan un perfecto dominio de la proporción y el equilibrio y nos recuerdan los mejores trabajos de los afamados escultores decimonónicos. Hipólito tuvo la gentileza no sólo de mostrarnos las piezas que tiene en el museo –varios arcángeles tallados en madera de cedro– sino de invitarnos a su casa-taller, donde además de él labora un grupo de señoras que han tenido la fortuna de recibir sus enseñanzas.
Trinidad Sánchez, Lilia Vázquez, Flor Vázquez, Georgina Tizapantli y Graciela Nava forman el equipo de talladoras de Tizatlán que día con día ejercen un mayor dominio sobre las gubias; los clientes, cada vez más numerosos, les encargan retablos, sillas, mesas, puertas, tocadores, figuras de santos y muchos otros objetos. El ambiente familiar que se respira en ese taller, sin duda tiene sus raíces en la cultura que se preserva en Tlaxcala. Como en las casas de las familias Reyes y Molina, tales vínculos de solidaridad son claro indicio del futuro de este oficio: relieves donde los niños trazarán, mañana, las imágenes y los símbolos del nuevo milenio.
Fuente: México desconocido No. 284 / octubre 2000
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