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Un día de 1541 Juan Diego Bernardino subía por el cerro de San Lorenzo llevando agua del río Zahuapan –palabra que significa “agua que cura los granos”–, a sus hermanos enfermos de peste.
Pero al hacer un alto para descansar oyó una voz que le decía: “Dios te salve, hijo mío”. Al levantar la mirada se encontró con una bella señora que resplandecía y que le preguntó que a dónde iba. Juan Diego le contestó que le llevaba agua a sus enfermos; y la señora le dijo: “Yo te daré otra agua con la que sanarán todos los que de ella beban, porque mi corazón sufre al ver tanta desdicha”. Al momento brotó un manantial, y la señora continuó: “Toma de esta agua la que quieras y da de beber a tus enfermos; una gota bastará para sanarlos”.
La señora también le dijo que pronto aparecería su imagen y que quería que la llevaran a la ermita de ese cerro. Los hermanos de Juan Diego sanaron y juntos fueron a contarle a los frailes lo sucedido, quienes les pidieron que los llevaran al lugar. Ahí se encontraron con un árbol inmenso que emanaba una gran luz. Los frailes y varios leñadores golpearon el árbol con un hacha y a los pocos golpes el árbol se resquebrajó, dejando al descubierto la bella imagen de Nuestra Señora María Santísima de Ocotlán.
Fuente: Tips de Aeroméxico No. 20 Tlaxcala / verano 2001




