Las aves migratorias de Zoquipan, tierra nayarita
Hay que ganarle la partida al amanecer y, entre sombras, prepararse para llegar a la Laguna de Zoquipan, donde varias docenas de especies de aves migratorias desplegarán sus alas entre trinos y graznidos para incendiar el cielo con sus colores y cantos que no se escuchan en otro punto del mundo.
El sol baña las alas del pijiji aliblanco, el cormorán, la espátula rosada, el aura cabecirroja y tantas aves más como colores hay en este arcoiris de más de 282 especies. La lancha que nos llevaba hacia ese paraíso, la comandaba don Chencho. Cruzó los brazos de agua de este laberinto de manglares con el sigilo de un cocodrilo hambriento. Salimos de San Blas, ese puerto enclavado en Nayarit, a las 6:30 horas para conocer más sobre la libertad en vuelo de aves que surcan cielos sin fatiga ni temor alguno.
También conocida como La Aguada o Los Negros, la Laguna de Zoquipan es un área natural de gran riqueza biológica. Junto con La Tobara, otro humedal cercano, abarca una superficie de 5,732 hectáreas pertenecientes al municipio de San Blas. Esa es la razón por la que Nayarit ocupa el cuarto lugar nacional en cobertura del manglar.
Y es precisamente gracias a los manglares que tantas aves viven aquí porque entre sus
rebeldes y curvados ramajes, ellas encuentran sombra en la floresta, abundancia de insectos, crustáceos y peces en sus aguas dulces y salobres, pero, sobre todo, las atrae aún
más el viento calmo y el abundante sol para entregarse a los cortejos del amor y posteriormente el alumbramiento.
La Laguna de Zoquipan es donde descansan y se aparean tras largos días de vuelo especies como el pato cucharón, la cerceta, la gallareta, el pato golondrino, el pato tepalcate y el pato enmascarado, que dejan los cielos de Canadá y Estados Unidos para aparearse en este santuario para aves viajeras. Algunas se desplazarán más lejos, como los chorlitos y las abocetas, aves playeras que sólo hacen un alto en el camino aquí, para luego continuar su vuelo hasta el sur de Chile.
Las residentes
Otras no se mueven de aquí. Es el caso de la espátula rosada, cuyo colorido plumaje es un remanso para la vista como lo son sus hábitos. Con su pico aplanado y en forma de «espátula o cuchara aplanada» filtra el agua que absorbe para extraer de ella pequeños crustáceos del fondo de la laguna. Si uno se acerca con lentitud, puede apreciar en sus delicados movimientos un orden que mantiene en perfecto equilibrio la construcción de nidos, los distintos apareamientos y la colecta diversa de comida que picos de todas las formas realizan en todo momento. Y cuando no comen, cantan. Y cuando se enfadan, hieren.
No sucede así con el águila pescadora, uno de los depredadores de la zona, cuya envergadura es apabullante para cualquiera de las aves que mora aquí: 150 a 180 centímetros de longitud, es decir, tan ancha como uno pueda estirar los brazos. Mide 55 cm y cuando remonta hacia el cielo y cae en picada, es que acaba de iniciar su ritual de cacería. Antes de tocar el agua, pone las garras hacia adelante para atrapar a su presa, calculando y corrigiendo el efecto de la distorsión óptica propia del agua. Atrapa un pez en seis de cada diez intentos, gracias a dos adaptaciones únicas en las aves rapaces: tiene un cuarto dedo reversible en las garras, flexión que le permite agarrar firmemente al pez con dos dedos adelante y dos atrás. Además, las partes inferiores de sus patas están cubiertas de diminutas espinas que evitan que los escurridizos pescados se liberen de sus garras.
Rapaces y cantoras, playeras y viajeras, carroñeras o come insectos, las especies aladas que viven aquí fueron la estrella principal del V Festival de Aves Migratorias de San Blas, realizado en enero de este año, y donde confluyeron investigadores, biólogos, ecologistas y ciudadanos interesados en el cuidado del medio ambiente. Todos quieren que este paraíso se conserve y que resista los embates de la modernidad.