Mineros: una luz en las entrañas de la tierra
Los orígenes de los trabajos mineros se pierden en la noche de los tiempos; primero en el lecho de los torrentes y ríos, después en el seno mismo de la tierra. Mucho antes de conocer los metales, los antiguos ya eran mineros y poseían conocimientos del subsuelo y del suelo que pisaban.
Las explotaciones mineras prehispánicas tuvieron como objetivo fundamental la obtención de cinabrio (mineral pesado del que se extrae el mercurio) que era utilizado para usos decorativos y con fines rituales. En otros casos se explotaron minerales como calcita verde (calcio cristalizado), fluorita y minerales de plata y plomo.Los indicios con que se cuenta permiten pensar que las minas estuvieron sujetas a una prolongada explotación que inició en el Preclásico (siglo IV a.C.) hasta principios del Posclásico (siglo VIII d.C.). Los antiguos mineros empleaban la técnica de percusión usando martillos de piedras duras para arrancar el mineral y para la excavación de galerías. Otras herramientas utilizadas eran hechas de hueso, como los punzones. Se iluminaban con pedazos de madera resinosa y antorchas. Ya desde entonces el minero vivía y moría en la mina, probablemente bajo un régimen de esclavitud y precarias condiciones de alimentación, vestido y habitación.
Al inicio los olmecas, y después los pueblos teotihuacanos y del centro de Veracruz, fueron quienes contribuyeron al auge minero prehispánico.Para darnos una idea, algunos de los últimos datos nos hablan de más de dos mil bocaminas prehispánicas, la mayoría aún sin estudiar, y constituyen un material invaluable para formular conclusiones sobre esta importante actividad y su influencia en la historia antigua de nuestro país. Los primeros asentamientos mineros novohispanos estaban en medio de una inmensa soledad, con enormes problemas de insalubridad y con numerosas dificultades para proveerse de lo necesario. Para extraer el mineral de la veta los mineros utilizaban un zapapico de hierro pesado y poco manejable.
Esta técnica subsistió hasta que empezó a usarse la pólvora (siglo XVII), y fue posible excavar tiros a mayor profundidad. En consecuencia, al extenderse el uso de ésta y de mejores herramientas para la perforación de tiros, e imponerse el empleo de azogue para el beneficio de los metales, la minería en la Nueva España cobró el auge con que se le conoció en el mundo de la época. La riqueza y las buenas rentas que redituó la minería a la Corona española durante los siglos de la Colonia fueron incalculables.Durante los primeros cien años del México independiente fueron los ingleses y norteamericanos quienes en gran medida explotaron las minas más importantes del país.
En tiempos de la Revolución, un gran número de tiros fueron inundados y, después de las cruentas revueltas, las compañías mineras extranjeras abandonaron México.Tres han sido las regiones más propicias para la actividad minera en nuestro país: la Mesa Central, cuyo subsuelo lo forman pizarras jurásicas y rocas cretácicas y terciarias, recorridas en su mayor parte por vetas y potentes filones; la Sierra Madre Occidental, constituida por rocas cristalinas y eruptivas; y la Sierra Madre Oriental, formada de calizas con cavidades mineralizadas.Los yacimientos mineros atraviesan casi toda la República, desde Sonora hasta Oaxaca, en una extensión de cerca de 2 570 km de largo por 400 de ancho. Hay 1 900 distritos mineros en todo el país y 550 son de plata y plomo argentífero. Las formaciones argentíferas se agrupan en tres categorías: vetas en las rocas eruptivas; filones de fractura a través de las pizarras cristalinas; y vetas y depósitos de sustitución en las calizas. Estas formaciones atraviesan el país siguiendo los alineamientos montañosos.
EL MINERO
Los mineros de la Senda de Plata en Piedras Verdes, Chihuahua, que trabajan ahí desde hace más de veinte años, comentan: “Y de noche soñamos ‘lo mismo’: todo está oscuro, nos vemos penetrando en la tierra, horadando, excavando; es la lucha del hombre contra la naturaleza y no se pueden cometer errores”.La jornada del minero da comienzo al colocarse los arreos necesarios para su trabajo, sobrevivencia y labor. Desde temprano, antes del amanecer, los mineros ya se encuentran listos: formados en la entrada de los tiros inician los descensos, el malacatero acciona la palanca y la calesa toma velocidad; en cuestión de minutos llegan a su “zona“ de trabajo, de pie, apretujados, iluminados sólo por la luz de la lámpara que cada uno lleva sobre el casco. Poco a poco los invade el silencio, la oscuridad, la soledad. Todos saben que un pequeño error, un sólo paso en falso, y todo puede terminar en una tragedia.
Cuando hay accidentes entran en acción “los escafandristas” con tanques de oxígeno, a manera de buzos, que se sumergen en las profundidades de la montaña para rescatar a sus compañeros en desgracia. Sin embargo, los mineros, inmutables hora tras hora, día tras día, veta tras veta, horadan, perforan, se cruzan en un enjambre de túneles y socavones; no tienen rostro, únicamente una luz que anuncia su llegada, sus voces se ahogan en las entrañas de la tierra cuando no son sofocadas por la ardua actividad de los barrenadores que con enormes barrenos eléctricos taladran la piedra en busca de la veta, o probablemente sea la senda de plata que alguno de estos héroes anónimos descubrirá.