Por el Mar de Cortés en Catamarán (Baja California Sur) - México Desconocido
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Ecoturismo y aventura

Por el Mar de Cortés en Catamarán (Baja California Sur)

Baja California Sur
Por el Mar de Cortés en Catamarán (Baja California Sur) fifu

En un afán por vivir una experiencia con el viento y descubrir las playas con agua de color turquesa del Mar de Cortés, fieles amantes de la exuberante naturaleza regional, los protagonistas de esta aventura navegan durante varios días en un catamarán de 16 pies.

El día que zarpamos Diego y yo reunimos las cosas que llevaríamos: chalecos salvavidas, botellas de agua, comida, botiquín, remo, kit de reparación, trajes de neopreno, bolsas de dormir, estufa, mapas, GPS, ollas, arnés, bolsa seca, bloqueador solar y equipo fotográfico en una maleta hermética.Tim Means, dueño de Baja Expeditions, nos prestó un catamarán para llevarlo y dejarlo en su rancho, que está a un costado de la comunidad de Agua Verde, 174 km al norte de La Paz. Una vez allí tendríamos que conseguir un aventón por la terracería para salir a Ciudad Constitución y regresar a la capital sudcaliforniana.

CON EL EMPUJE DEL AIRE

El viento que venía del oeste nos sacó del puerto y seguimos el rumbo hacia Punta Mechudo 81 km al norte. La velocidad que llegamos a alcanzar en ese empujón fue de 22 km/h, es decir, que si el viento seguía constante en menos de cuatro horas llegaríamos hasta Punta Mechudo. No teníamos planeado dónde dormir pues todo dependía totalmente del viento; en el Mar de Cortés se puede desembarcar y acampar en casi todas las playas.A media bahía de La Paz, a la altura del canal de San Lorenzo, el viento nos abandonó y estuvimos casi dos horas sin movernos; por fortuna no había corriente, pues nos habría desviado.

Mientras esperábamos vimos los chorros de cinco ballenas de aleta y a unos metros una manta gigante nos dio la vuelta y comenzó a acercarse hasta que estuvimos a punto de tocarla. A las seis de la tarde nos empezamos a preocupar, seguíamos en medio de la bahía. Poco a poco empezó a soplar de nuevo una brisa y optamos por dirigirnos hacia San Juan de la Costa.Diego sacó la caña de pescar y se dispuso a curricanear con ganas de sacar algo para la cena. El viento comenzó a soplar más fuerte en el momento que traía un pez enganchado en el anzuelo, así que soltamos las velas para reducir la velocidad y recoger la línea. En esos momentos, amplificado por el casco del catamarán, escuchamos el canto de unas ballenas.

HORAS EN EL MAR

El viento soplaba indeciso de un lado y de otro hasta que finalmente pegó del oeste. Las olas chocaban con el trampolín y nos mojaban; hacía bastante frío, el sol se metió y nosotros seguíamos lejos de tierra. Hicimos un viraje y otro, y luego otro y otro, hasta que casi a oscuras, una hora después, llegamos a una playa al norte de San Juan de la Costa.Siete horas más tarde y a 54 km. al norte de La Paz, desembarcamos y montamos el campamento; esa noche cenamos barrilete a las brasas y crudo, tipo sashimi, y la verdad, no me gustó. Nos refugiamos del viento bajo un acantilado, y al amanecer pudimos ver bien el lugar donde habíamos dormido: playas de arena gris claro con grandes acantilados de color amarillo y enfrente de nosotros, del otro lado de la bahía, la Isla de Espíritu Santo.

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Armamos el catamarán y a las diez de la mañana, cuando soplaba más del oeste, empujamos el velero al mar; ya en el agua subimos la vela delantera y luego la mayor o principal. Rápidamente tomamos buena velocidad, me colgué del arnés para hacer contrapeso y desde allí maniobré la delantera. Diego tenía a su cargo dirigir el timón y ajustar la ve- la mayor para desarrollar la mayor velocidad posible sin voltearnos.De repente nos sacudió una racha de viento muy fuerte, la punta del pontón izquierdo se sumergió y casi nos volteamos. El rumbo que seguíamos era hacia Punta Mechudo, el más al norte de la bahía de La Paz. Cuando le dimos la vuelta desapareció el viento, y la Sierra de la Giganta nos lo había tapado. Entramos al canal que separa a la isla San José y ahí nos empezó a pegar el viento del norte y se hizo un poco difícil avanzar porque todo venía de frente, tanto las olas como el viento. Conseguimos navegar hacia nuestro siguiente punto pegados a los cerros con cardones y a las playas de arena.

EL PUERTO DE SAN EVARISTO

Estaba cerca y durante los últimos km nos acompañó un grupo de delfines. El viento cambió de dirección haciendo que el velero saliera disparado de regreso al agua, por suerte alcancé a agarrarme de una de las cuerdas y arrastrándome en el agua pude subirme y regresarlo a tierra; una vez de regreso en la playa bajé las velas.Ya era tarde cuando Diego regresó con el agua. “Veleamos” hacia el norte y nos pusimos a buscar una playa para sacar el velero, pero todas eran de piedra muy grande y no queríamos maltratar la embarcación, así es que regresamos a la playa norte de San Evaristo y allí, sobre piedra bola muy chiquita, lo arrastramos hasta que estuvo completamente fuera del agua. Ese día avanzamos 46 km, a una velocidad promedio de 13 km/h, es decir, estuvimos en el agua cinco horas con 45 minutos. Pasamos la noche en el catre del catamarán; vimos mucha bioluminiscencia, tanta que en el Mar de Cortés en la noche se puede ver nadando la silueta de un delfín.

Con la brisa que sale de la sierra en la madrugada avanzamos dos horas hacia el norte, hasta que nos quedamos sin viento; como no regresaba el viento optamos por remar y así avanzamos hasta Punta Nopolo, donde nos alcanzó una brisa del sur.  Poco a poco nos fuimos alejando de la costa mientras el viento subía y cambiaba de dirección. Ya habíamos dejado muy lejos la isla San José y sin su protección las olas empezaron a llegar más y más grandes. Cambiamos el rumbo y nos dirigimos a la costa, lo cual nos tomó horas pues estábamos demasiado lejos. Ya en la tarde navegamos a la orilla de las playas hasta que encontramos una sin olas que nos gustó para pasar la noche, se llama Ensenada de Agua Prieta y está en Punta Malpaso.Al día siguiente pasamos por Timbabichi, donde todavía queda una casa colonial de dos pisos construida por un aventurero que sacaba perlas en la región. Más tarde, bordeamos por un costado de Puerto Gato y seguimos navegando pegados a la costa durante tres horas.Cuando llegamos nos recibió la gente que allí vive diciendo: –¡Casi no venían rápido! ¿Traen motor, verdad? Quedaron muy sorprendidos al saber que los 174 km que separan La Paz de Santa Martha los viajamos impulsados sólo por el viento.Desarmamos el catamarán y lo metimos debajo de una enramada para protegerlo del sol. Al día siguiente, la gente del rancho nos llevó en su panga a Agua Verde, donde en un vehículo salimos a la carretera núm. 1 y alcanzamos un camión de regreso a La Paz.

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