Safari en el Altiplano potosino y su desierto mágico - México Desconocido
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Ecoturismo y aventura

Safari en el Altiplano potosino y su desierto mágico

San Luis Potosí
Safari en el Altiplano potosino y su desierto mágico fifu

Acompáñenos a una excursión por el desierto del Altiplano potosino, a bordo de legendarias willys, pueblos llenos de leyenda, sabores sin límite y una flora y fauna tan rica, que sólo es posible en un desierto que se regala en abundancia.

La luna nos fue acompañando todo el trayecto mientras nos internábamos en el desierto. Cruzamos Matehuala, alumbrada por las seductoras luces de neón de sus moteles, que para muchos, evocan la atmósfera de la mítica ruta 66 que cruzaba, de costa a costa, el territorio norteamericano. La noche era fresca y con las ventanillas abajo, disfrutábamos el olor  a la tierra húmeda. Así llegamos al crucero de Vanegas y de ahí viajamos 28 km más hasta Estación Catorce. Finalmente nos detuvimos justo frente a la vieja estación de ferrocarril, en casa de Cristino Rodríguez, quien sería nuestro guía y chofer para llevarnos a conocer los misterios de la Sierra de Catorce, en lo que ha llamado “el safari fotográfico”.

Habíamos decidido pasar la noche previa al viaje en su casa, para salir temprano por la mañana. La cena, además de abundante, tuvo un tinte familiar y a pesar del cansancio, la charla se prolongó hasta pasada la media noche. Cristino ha acondicionado algunas habitaciones de su casa para hospedar a los viajeros que guiará al día siguiente por el desierto. Agotado del trayecto, apagué la luz y descansé plácidamente en una antigua cama de latón, así llegó un sueño profundo.

Al más puro estilo africano

A la mañana siguiente, después de tomar el desayuno, abordamos una willy, el legendario transporte que ha domado las estribaciones de la sierra. Primeramente nos enfilamos rumbo a Estación Wadley, la cual sólo fue un punto de tránsito en el camino para desviarnos ahí hacia San José de Coronados, un antiguo pueblo de gambusinos enclavado en las faldas de la Sierra de Catorce. A pesar de la corta distancia hacia el pueblo (9 km), el camino fue lento, pues constantemente hacíamos escalas para identificar las cactáceas, una de las finalidades de esta excursión. Para ello nos acompañaba Onésimo González, un biólogo especializado en la flora de la región.

Desde que tomamos la desviación en Estación Wadley, ingresamos en una zona medular de la reserva protegida de la biosfera, conocida como la Ruta Sagrada de Wirikuta. Entre otras especies propias del desierto, aquí abundan las biznagas (cabuchera y barril) y el peyote, cacto sagrado de los huicholes.

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Al llegar a San José de Coronados subimos inmediatamente al mirador, ahí contemplamos el pueblo, como un punto perdido en la inmensidad del desierto. Aprovechando que Cristino es nativo de San José, bajamos al centro a convivir un rato con su familia antes de continuar hacia las llamadas Tierras Negras.

Pueblos fantasmas y sulfuro

A medida que subíamos la sierra, la vegetación se iba transformando. Al llegar a la siguiente escala, conocida como La Tolva, nos encontramos en medio de un bosque de pinos que distaba mucho del paisaje típico del Altiplano potosino. La Tolva son los vestigios de una estación que recibía el mineral desde lo alto de la sierra, a través de canastillas que descendían por medio de la gravedad. Este fue sólo el preámbulo para llegar al General, una antigua mina de antimonio desde donde era enviado el mineral a la Tolva. A partir de aquí, el camino se hace más estrecho y escarpado, y marca la diferencia (además de la pericia del chofer) entre las willys y las camionetas comunes de doble tracción.

Nos encontrábamos ya en Tierras Negras, llamadas así por la coloración que le añade el sulfuro. Conforme avanzábamos por la pendiente, encontramos casas abandonadas, antiguas moradas de los gambusinos, hoy convertidas en pueblos fantasmas. Así llegamos hasta la cima del Cerro de la Corona y la vista fue más que extraordinaria al dominar desde los 2,845 metros de altura, toda la plenitud del desierto. Desde ahí comenzamos a descender nuevamente, haciendo una escala para comer en el Huerto del Ahorcado, un encinal que marca la mitad de la ruta.

Con el estómago satisfecho reanudamos el camino, parando a tomar fotografías en lugares estratégicos que Cristino nos iba sugiriendo. Cuando comenzaba la tarde, la panorámica de la Mina de Santa Ana y del pueblo La Luz, se asomó al fondo de una barranca. Cruzamos por en medio del pueblo para llegar al socavón del Refugio, antes de internarnos en el puente de Ogarrio. Al final del sorprendente túnel de 2.3 km de longitud, nos esperaba Real de Catorce, con todo su bullicio que le ha quitado el adjetivo de “pueblo fantasma”.

A pesar de conocer ya la mayoría de sus monumentos, aprovechamos para visitar  las recientemente inauguradas Casa Catorceña y Casa de la Moneda, hoy convertida en casa de la cultura. Más adelante, al continuar la jornada, después de bajar a orillas de un desfiladero, llegamos primero al Socavón de Purísima, una ex hacienda en donde se beneficiaba la plata y finalmente a Los Catorce, en donde tuvimos la oportunidad de visitar el interior de la iglesia, maravillándonos con las obras de arte que conserva.

Cuando arribamos finalmente a Carretas, punto hasta donde subían los carretones con mercancías y se regresaban al ferrocarril cargados de plata, el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte. El resto del viaje, ya sobre la planicie, disfrutamos de una puesta del sol que enrojeció las nubes. En Estación Catorce nos esperaba un buen baño y una cena en familia.

El mágico desierto

Durante los días siguientes nos dedicamos a explorar esta región conocida como el Bajío. Exploramos gran parte del área protegida de la biosfera, fotografiando y tomando nota de la enorme variedad de especies que se encuentran en ella.

También visitamos los pueblos inmersos en el desierto, como San Antonio de Coronados. Nos perdimos sin prisas por sus pintorescas calles y recorrimos el acueducto que nace en la inmensidad de la sierra. El billar del pueblo nos cobijó del inclemente sol y nos refrescamos con una bebida en torno a una antigua mesa de billar, que evidentemente habían pasado sus mejores épocas. A la salida del pueblo, doña Diega nos agasajó con su cocina, famosa más allá de las fronteras regionales. Ella tiene siempre sorpresas de temporada en su mesa: gorditas de maíz rellenas de queso de cabra con chile cascabel, gorda de tripa (rellena de queso y canela), gorditas de horno y ate de membrillo, al que llama mermelada.

Rincón de Coronado, Ranchito de Coronado y Las Margaritas fueron otras poblaciones que formaron parte de nuestro itinerario. Pero quizás el sitio que más nos cautivó fue el Bosque de Yucas, un sitio poco conocido cercano a Huertecillas. Entre estas palmas tan representativas del desierto se ocultan los restos de algunas casas y una iglesia de adobe. Se trata de lo que fue una locación cinematográfica para la película Desierto Adentro (2006, Dir: Rodrigo Plá), cuya escenografía forma parte ya de este lugar. Aquí nos sorprendió la puesta del sol, que más que casual, fue premeditada. Y sobra decir que fue una total comunión con  el desierto cuando el sol se desvaneció entre los brazos de las yucas.

Se ha dicho que este un desierto mágico y místico, y éste es el mejor lugar para corroborarlo. Pero aún nos aguardaba una sorpresa más y corrió por cuenta de Onésimo, quién había escuchado de la presencia de perritos de la pradera en los llanos cercanos a Vanegas. Acompañados de un guía, nos decidimos a buscarlos y fuimos felizmente recompensados. Al final de un inmenso zacatal, encontramos el hábitat de estas sorprendentes criaturas, que poco acostumbradas a la presencia humana, se escondían bajo la tierra, para luego emerger curiosas a nuestro paso.

Después de unos días por el Bajío, regresamos a Matehuala y como un ritual, antes que nada pasamos al restaurante El Chivero para disfrutar de su excelente cabrito. Más tarde, reposábamos junto a la piscina del motel Las Palmas disfrutando otro atardecer maravilloso que contrastaba con los anuncios de neón. La noche apenas comenzaba a refrescar, mientras planeábamos las siguientes rutas. Al día siguiente partiríamos nuevamente a explorar este desierto mágico.

¿Qué tienen de especial las willis?

Son unas vagonetas que llegaron a la Sierra de Catorce en 1958. Se utilizaban para transportar peregrinos desde Estación al Real de Catorce. Para poder transitar en lo escarpado de la sierra fueron reconstruidas y adaptadas. Para ello fue necesario cambiarles el motor, la transmisión y los diferenciales. Ahora se pretende usarlas para estos circuitos turísticos y explorar fotográficamente la región.

Sabores del desierto

Son tan sorprendentes como abundantes y para muchos, hasta exóticos. Entre las cactáceas y sus frutos que se consumen destacan los cabuches, el fruto de la biznaga, el cual se usa para conservas e incluso pizzas. El nopal tiene también variadas formas de prepararse: empanizado, en ensalada, relleno y hasta en gelatina. Aquí abundan igualmente los quesos de cabra y los dulces de leche.

El cabrito es punto y aparte pues Matehuala es la “cuna del cabrito”, ya que desde hace mucho tiempo y antes de que se empezara a comercializar en otras ciudades, ya formaba parte de la comida casera de esta zona. Aquí se producen gran parte de los cabritos que son consumidos en Monterrey, y en tiempos de producción, llegan a preparar aproximadamente 2,000 al día. Los mezcales son algo más de lo que puede presumir la región. Laguna Seca, Santa Isabel y Jarillas son las fábricas mezcaleras de gran renombre.

autor Conoce México, sus tradiciones y costumbres, pueblos mágicos, zonas arqueológicas, playas y hasta la comida mexicana.
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