Tecnología y obras públicas en el México Prehispánico
Uno de los factores substanciales de la evolución cultural de Mesoamérica fue el desarrollo de una tecnología propia que permitió llevar a cabo las extraordinarias obras públicas, cuyos restos arqueológicos nos asombran hoy en día por el enorme esfuerzo que significaron para los pueblos del México antiguo.
LOS SISTEMAS HIDRÁULlCOS
Como es bien sabido, la agricultura intensiva constituyó la base económica fundamental de las culturas mesoamericanas y para tener éxito en sus cultivos, aprovecharon las fuentes cercanas de aprovisionamiento de agua. Con este fin los tempranos agricultores construyeron ingeniosos canales de irrigación que conducían el vital líquido desde manantiales y ríos hasta las parcelas donde crecían los diversos cultivos, especialmente el maíz. Richard MacNeish localizó en sus recorridos por la región del valle de Tehuacán, Puebla, las evidencias de una presa de considerables dimensiones que tenía cinco niveles constructivos, con el propósito de colectar agua de los arroyos en las cercanías. Esta presa de la Fase Purrón, en Moquitongo, fue construida varios siglos antes de la era cristiana y constituye, sin lugar a dudas, la obra más temprana de este tipo en nuestro país.
Del tiempo de los olmecas, hacia 1000-800 a C., en La Venta, Tabasco y en San Lorenzo, Veracruz, se conservan curiosos ductos, integrados por lozas de piedra acanaladas. Éstos conducían el agua a recipientes de carácter ritual, ubicados específicamente para realizar ceremonias dedicadas a las deidades acuáticas. En la península yucateca, los mayas excavaban depósitos bajo los pisos de sus casas, llamados chultunes, los cuales se impermeabilizaban y se utilizaban para captar el agua de lluvia. Los habitantes de Teotihuacan, a lo largo de su historia, 100-650 d. C., planearon y construyeron una compleja red de ductos, excavada por debajo de las calles y de los pisos de los conjuntos habitacionales. Los canales eran de forma cuadrangular y estaban construidos con lozas de piedra, cuyas juntas eran selladas con estuco; todo el sistema iba tapado con lozas. De esta manera aseguraban que el agua de lluvia corriera por la red -sin basura e impurezas-, colectándola en grandes depósitos, de donde la extraían según sus necesidades.
Algunos de los sistemas hidráulicos más sofisticados que conocemos se deben al ingenio de Nezahualcoyotl, tlatoani acolhua que gobernó en Texcoco durante el siglo XV de nuestra era. A este ilustre personaje se le considera uno de los grandes hacedores de la época prehispánica. Hizo construir, utilizando abundante mano de obra indígena, los muy famosos «jardines de Texcotzingo», cuyos restos se conservan hasta hoy día. El agua para irrigarlos se obtenía de los manantiales ubicados en las montañas al oriente de esta localidad, cercana a la ciudad de Texcoco; el líquido era conducido por canales, mediante la acción de la gravedad, hasta un poco antes del Texcotzingo. El mayor problema del sistema se presentó a causa de una profunda cañada que corría de norte a sur; Nezahualcoyotl, entonces, ordenó que se tapara la hondonada con toneladas de tierra y piedra, uniendo dos cerros. Así nació un original acueducto de carácter indígena. Ya en el Texcotzingo el agua se distribuía mediante canales excavados en la roca, llevándola a curiosos depósitos que hoy día llevan el nombre de los baños del rey y de la reina. En ciertas secciones, las escalinatas también excavadas en la roca se transformaban en cascadas cuando así se requería.
Todo el cerro del Texcotzingo se convirtió, «por la acción del hombre, en el sitio sagrado, lugar deleitoso donde residía Tláloc, el señor de la lluvia. Por su parte, los mexicas condujeron el agua potable que requerían para su vida cotidiana -mediante un acueducto hecho de argamasa-, desde los manantiales del cerro de Chapultepec, hasta el centro mismo de su ciudad-isla, México-Tenochtitlan. Primero represaron el agua mediante grandes depósitos que los españoles llamaron albercas; la conducción del líquido se llevaba a cabo -conociendo el efecto de la gravedad de la tierra- a través del acueducto que corría por el borde de la laguna, siguiendo la dirección del actual circuito interior, que más tarde se conocería como Calzada de la Verónica y actualmente como avenida Melchor acampo. Al topar con la calzada indígena de Tlacopan o Tacuba el caudal se integraba a esta vía de comunicación, corriendo por el centro de la misma, hasta la ciudad.
El acueducto que traía el agua potable de Chapultepec tenía un doble canal, lo cual permitía que uno de ellos estuviera en funciones, mientras el otro se aseaba para evitar enfermedades y epidemias. El doctor Ignacio Alcocer, autor de los célebres Apuntes sobre la Antigua México- Tenochtitlán, tuvo la fortuna de conocer los restos de aquel acueducto e indica que cada ducto, en sus masa constructiva de argamasa, medía 1.60 m de base y altura, por 50 cm. de ancho. Por los relatos de los conquistadores españoles sabemos que la Calzada de Tacuba -con un propósito defensivo-, tenía ocho cortes; durante el día éstos se salvaban mediante vigas que servían de puentes; el acueducto de la sección central también tenía dichos cortes, salvados durante el día, mediante canales tallados en grandes vigas de madera, que se retiraban, al igual que las vigas, durante la noche. El aprovisionamiento de agua potable requería de un estricto control llevado a cabo por funcionarios especializados, quienes en tiempo de ataque o durante la noche, cerraban las compuertas de las albercas.
SISTEMA PARA LA CONSTRUCCIÓN DE LOS BASAMENTOS PIRAMIDALES.
La arquitectura monumental del mundo precolombino es el testimonio mejor conocido del ingenio constructivo indígena debiendo puntualizarse que las diferencias en sus sistemas de edificación dependían de la región donde se ubicaban y, especialmente, del acceso a las fuentes de aprovisionamiento de materia prima. En Teotihuacan, los constructores utilizaban diferentes técnicas, y una de las más peculiares fueron los cajones de adobe de planta cuadrangular con troncos de árbol en sus esquinas para dar fuerza a estos cercados; en nuestras construcciones los castillos de varilla y concreto tienen el mismo fin. Estos cajones rellenaban los espacios con piedras y tierra y, al concluir un nivel, se edificaba encima de ellos. De esta manera, dieron una gran solidez a todo el núcleo de la construcción, la que finalmente recubrían con piedras careadas para obtener una superficie de textura! homogénea. Este acabado permitía posteriormente la cobertura total con estuco.
Para llegar a las alturas requeridas, durante la construcción de los edificios, se levantaban taludes de piedra y tierra por donde subía la interminable hilera de cargadores, quienes llevaban en canastos sobre sus espaldas los diversos materiales requeridos por los antiguos arquitectos. En el mundo maya, la piedra caliza -de hermoso color blanquecino y gran suavidad cuando está húmeda-, constituyó la materia prima por excelencia en las edificaciones rituales y palaciegas. Los fragmentos de forma irregular se utilizaban Como núcleo de las pirámides o en las paredes de las habitaciones y los templos; esta misma roca se transformaba en el material adherente, que ha probado su fuerza y duración a través de los siglos. Primero la trituraban hasta obtener pequeños trozos y a continuación, en un horno de buenas dimensiones, alimentado con brasas, la calentaban hasta transformarla en cal viva. Fue utilizada con gran éxito en la construcción, mezclándola con agua. Las poblaciones que no contaban con roca caliza en abundancia aprovechaban su cercanía con el mar para obtener toneladas de conchas de ostión las que sometían al mismo procedimiento, obteniendo cal viva de la misma calidad.
La roca caliza permitía a los arquitectos mayas diseñar extraordinarias fachadas, la tallaban y le integraban diversos elementos decorativos a manera de curiosos mosaicos de piedra. La utilización de la roca caliza como material del núcleo y elemento adherente, permitió que el ingenio de los mayas desarrollara el llamado arco falso o arco maya. A través de éste crearon bóvedas extraordinarias, que sustentan hasta hoy día el peso de todo el techo de los templos y palacios del sureste mexicano y, además, llevan sobre ellos la pesada crestería: uno de los elementos arquitectónicos más significativos de aquellas latitudes.
En Comalcalco, Tabasco, donde los mayas no contaron con el recurso de la piedra caliza, el ingenio constructivo no se detuvo ante esta eventualidad; ya que desarrollaron la producción masiva de ladrillos de barro cocido de diferentes dimensiones, con los cuales edificaron sus basamentos piramidales, templos y palacios. Estos peculiares ladrillos resultaron un material tan exitoso que aún hoy en día en la gran acrópolis, se levanta solitario el muro central del enorme salón de ceremonias, donde se aprecian los restos de los muros internos, de la doble bóveda de forma triangular. Los hacedores de ladrillos dejaron su impronta personal excavando, esgrafiando o modelando distintos motivos rituales, calendáricos o de carácter cotidiano en estos elementos constructivos, que han sido cuidadosamente colectados por los arqueólogos.
LA UTILIZACIÓN DE SISTEMAS DE PILOTAJE
A lo largo de las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en el Centro Histórico de la Ciudad de México, se han podido precisar que los constructores de las ciudades-islas de México-Tenochtitlan y México-Tlatelolco, solucionaron el tremendo problema de edificar en islotes de lodo, utilizando un curioso sistema de pilotaje; encajaban troncos de ahuejote, árbol característico de la Zona lacustre del centro de México que todavía da identidad al paisaje de Xochimilco. Esta madera tiene la peculiaridad de resistir los ambientes húmedos por largo tiempo, siempre que no quede expuesto a la intemperie. Este material, de gran fuerza y resistencia, puede soportar enormes volúmenes de peso; razón por la cual se le utilizó para sustentar los basamentos piramidales, conjuntos palaciegos y todas las construcciones de carácter público en estas capitales indígenas.
El arqueólogo Francisco González Rul estudió el sistema constructivo de la Calzada de Iztapalapa; detectó el sistema de pilotaje a lo largo de toda esta vía, que al estar sustentada en una gruesa capa de grava, soportó el transporte de los inmensos monolitos, ornamentos en su tiempo de la ciudad de Huitzilopochtli. En los relatos de Fray Diego Durán apreciamos el esfuerzo increíble de los obreros indígenas, quienes rodaban sobre troncos aquellas grandes rocas de origen volcánico: andesitas y basaltos, hasta el lugar a donde los escultores da- ban forma a piezas como la Coatlicue o la Piedra del Sol. Debemos recordar cuando contemplamos con gran asombro los grandiosos espacios de Monte Albán, o nos deleitamos ante el cúmulo de figuras geométricas y zoomorfas del cuadrángulo de las Monjas en Uxmal, o contenemos el aliento asombrados ante la armonía de la Pirámide de los Nichos, en Tajín, que detrás de esa inconmensurable belleza, está el trabajo arduo de los cargadores de piedra, de los hacedores de cal y, especialmente, de los arquitectos y diseñadores antiguos, quienes manejaron con gran sabiduría el ancestral conocimiento de la construcción.