Tecoyame, presencia africana en la costa de Guerrero
Población donde la tercera raíz se manifiesta claramente, en Tecoyame la mayoría de los habitantes presentan rasgos distintivos que los identifican con sus hermanos que muchos años atrás llegaron a estas tierras desde el lejano continente africano.
Población donde la tercera raíz se manifiesta claramente, en Tecoyame la mayoría de los habitantes presentan rasgos distintivos que los identifican con sus hermanos que muchos años atrás llegaron a estas tierras desde el lejano continente africano.
Estamos en el extremo sur de la Costa Chica del estado de Guerrero, en los límites con la costa norte de Oaxaca, en un territorio donde abundan las personas y los poblados afromestizos. Una enorme ceiba o pochota destaca a la entrada del caserío, poco después de cruzar un estrecho arroyo que en los calurosos días de principios de año lleva poca agua. El ganado vacuno que arrea un niño de escasos 10 años de edad bloquea el paso; son vacas negras, blancas y rojizas, la mayoría lleva un becerro casi entre sus patas. Metros más abajo, varias señoras lavan ropa y algunos niños juegan a mojarse con agua del pozo. Adelante están las casas del diminuto pueblo de Tecoyame, el cual tiene la peculiaridad de estar integrado por personas de raza casi totalmente negra que conservan entre sus tradiciones varios rasgos cuyo origen es africano.
Llegamos hasta aquí porque en Cuajinicuilapa, en el Museo de las Culturas Afromestizas, nos hablaron de la “casa redonda”: una reliquia que sobrevive hasta nuestros días. Así que fuimos hasta la casa de don Amado Clavel y doña Coínta Chávez, mujer conocida como “la chocolatera” porque conserva una tradición vigente desde los tiempos coloniales, cuando en la región se cultivaba buen cacao. Esta “casa redonda” proviene de mediados del siglo pasado y es distintiva de una comunidad compuesta por cerca de cien habitantes, donde antaño todas las casas eran así, pues según cuentan los más ancianos, en este remoto y aislado sitio África siempre ha estado bien representada.
Desde lejos destaca esta casa única, pues parece haber sido trasplantada desde tierras lejanas. La casa está casi en el centro del caserío, donde sobresale por sus características: es una estructura de forma redonda y techo cónico de palma de coco, que sustituye al zacate de antaño. Su espigado techo está construido con troncos delgados atados con bejucos. Según el señor Pedro Noyola, nativo del lugar, en esta comunidad las casas siempre fueron así, todas hechas a base de lodo, palos y zacate, materiales obtenidos de su entorno.
Al conocer el interior de la casa vimos por qué perduró su uso en toda la región, pues encontramos que es muy fresca y amplia, con 6 m desde la única puerta hasta el fondo, donde un pequeño altar está adornado con veladoras y flores para honrar a los santos católicos más conocidos. El espacio es suficiente para acomodar una cama, una mesa con tres sillas y un baúl para la ropa de uso diario; incluso parte del maíz es almacenado ahí. Todo el centro de la casa queda libre para moverse con facilidad. Su pared, sin esquinas y continua, está remozada con un barro café amarillento que cubre su esqueleto, armado con delgadas varas verticales, las cuales se complementan con troncos más gruesos para fortalecer su estructura.
En la comunidad abundan los niños que lucen amplia sonrisa y penetrantes ojos negros. Salen de las casas aledañas, también hechas a base de tierra y madera, pero de forma rectangular y cubiertas con techos de lámina de cartón o de palma, que igualmente tienen esqueleto de varas. Todas están cubiertas con lodo amarillento que a veces se torna rojizo, y sólo construcciones como la escuela son de material más duradero, como blocks y concreto.
Recorrimos el poblado, platicamos con algunos de sus habitantes, obsequiamos dulces a los niños que en gran número nos siguieron a cada paso, y compramos chocolates caseros en la casa redonda. Nos percatamos entonces de que aunque la gente es amable, lo mejor es contar con su autorización para tomarles fotografías.
Este poblado es pequeño pero está bien comunicado y tiene un camino rústico en buenas condiciones. Los jóvenes se distraen practicando su deporte favorito y cuentan con un competitivo equipo de futbol. También practican sus ritos y danzas típicas, como la de “Los Diablos”, con la cual participan en las festividades de los pueblos aledaños, donde bailan de manera insuperable al compás del acordeón, las jícaras y la guitarra. Durante la primavera pasada admiramos estos ancestrales bailes cuando se presentaron en el Encuentro de Pueblos Negros, evento que cada año tiene lugar en una comunidad afromestiza diferente de la costa de Oaxaca o de Guerrero.
En los alrededores abundan poblados con tradiciones ancestrales, como Santo Domingo, Tapextla, San Nicolás, El Ciruelo y muchos más, donde la mayoría de sus habitantes son representantes de la Tercera Raíz y descendientes de africanos. Entre ellos están comunicados por caminos de terracería en buenas condiciones, y los enlaza la carretera de Cuajinicuilapa a Punta Maldonado, en el litoral costero. Todo está muy cerca entre sí y bastan sólo 20 minutos para llegar de un poblado a otro. Estos senderos pasan junto a extensos potreros con ganado vacuno; por ellos caminan campesinos con burros cargados de leña, vaqueros arreando ganado y leñadores solitarios; aquí cada trecho conserva enormes árboles de guanacaste, cuya fronda horizontal cobija a personas y animales en este ambiente cálido y soleado.
Así, gran parte del año los paisajes lucen colores pardos y nos transportan a las semiáridas sabanas africanas, con sus tierras cafés a rojizas, donde hay extensas planicies casi libres de árboles y lomeríos que suben y bajan hasta perderse en el litoral del Pacífico por el oeste, mientras que por el este se desvanecen junto a las elevaciones donde inicia la Sierra Madre Occidental.
Pero no todo el panorama es opaco: en estos días el palo de rosa y su primo el macuili amarillo rebosan de esplendor y adornan el paisaje con pinceladas de color rosa o amarillo. Y en la penumbra del atardecer distinguimos la fuga de una veloz zorra, el salto acompasado de un conejo y el planeo bajo del tapacaminos, admiramos los cielos estrellados y escuchamos el lejano aullido de un coyote.
Nos vamos de Tecoyame con la satisfacción de haber conocido una casa con características ancestrales que nos transportó hasta África; una rareza amenazada de extinción, igual que su medio natural, y la misma raza negra que cada día relega sus orígenes, se mezcla o abando- na esta tierra. La casa redonda, por su herencia histórica, es bastante conocida en la región, pues la visitan personas comunes, arquitectos y estudiantes de diversas universidades y países; todos llegan con el interés de admirar esta antigua construcción, que con todo su contenido nos recuerda al África negra en México, no tan lejana pero sí bastante aislada, y hasta olvidada.
COMO LLEGAR
Desde la ciudad de México hay que tomar la Autopista del Sol hasta Acapulco. No hay que entrar al puerto, sino seguir rumbo al sur hacia el aeropuerto y salir hacia la Costa Chica; pasar San Marcos, Copala y Marquelia, y llegar a Cuajinicuilapa, Guerrero.
Para llegar a Tecoyame desde Cuajinicuilapa hay que seguir unos 20 minutos hacia Punta Maldonado por un camino asfaltado, pasar por Montecillos, minutos después desviarse a la izquierda y seguir unos 10 minutos por terracería, y ahí está el diminuto poblado.
Desde la ciudad de México se llega a Cuajinicuilapa en autobús (son 9-10 horas), o bien en Acapulco tomar autobús o taxi colectivo (son 3-4 horas).
Fuente: México desconocido No. 341 / julio 2005
¿Quieres escaparte a Guerrero? Descubre y planea aquí una experiencia inolvidable