Cabalgata por la Sierra de Catorce (San Luis Potosí)
Documentándonos acerca de los lugares en México que tienen condiciones para promover el turismo ecológico y de aventura, encontramos información sobre la Sierra de Catorce en San Luis Potosí.
Cuando iniciamos la búsqueda no sabíamos que muy pronto nos encontraríamos atravesando a caballo el desierto de esta sierra, visitando pueblos fantasmas con capillas que a pesar de haber perdido el techo conservan todavía su retablo, casonas de estilo colonias que guardan brillantes pinturas en los muros y tiros de minas que van más allá de la imaginación; tampoco sabíamos que encontraríamos una gran variedad de plantas y animales, y la tierra del desierto que tiene el color que atrajo a los buscadores de fortunas en el año de 1770.
El primer día de la expedición lo dedicamos a preparar lo que sería nuestra ruta con el auxilio de mapas topográficos; esa misma noche nos hospedamos en La Paz Vieja, ex hacienda minera ubicada en la ciudad de La Paz, la cual, una vez restaurada por la familia Carrillo, funciona nuevamente y tiene a disposición de los visitantes agradables habitaciones. Al amanecer fuimos a ver los restos de las primeras minas explotadas en la región y, después de un suculento desayuno, caminamos sobre las faldas del sur de la Sierra de Catorce hasta llegar al pueblo de Jaquis.
En este lugar conocimos a José Cruz, un muchacho flaco de 16 años, quien amablemente nos ofreció unos caballos, con la advertencia de que el chaparral “es canijo” con los visitantes. Después de visitar la iglesia de la ranchería, construida con adobe en 1937, subimos a las monturas y comenzamos la cabalgata con rumbo a Real de Catorce. Tomamos un sendero que va de sur a norte al lado de una pequeña barranca de tierra roja, y atravesamos el río dos veces hasta llegar al chaparral donde se esconde la vereda que sube en zigzag a la cima. José la descubrió con el machete, sin embargo, los pantalones de mezclilla nos protegieron de las espinas y ramas de mezquites, huizaches, magueyes y yucas, que se abrían al paso de los caballos; en ocasiones fue necesario bajarnos y ayudarlos a trepar las piedras. Al llegar a la parte alta del cerro, a más de 3 mil metros, nos sacudió un viento helado que nos obligó a taparnos con lo poco que llevábamos. Cruzamos unos pastizales y pasamos por San Gabriel, una ranchería con tierra poco fértil y de temporal; de una de sus casas de piedra salieron dos niños montados en burro a alcanzarnos y, como José no recordaba el camino, nos acompañaron un rato para orientarnos. Finalmente dimos con el rumbo y los niños sonrientes regresaron a trote hasta que los perdimos de vista.
Después de galopar a lo largo de milpas y barrancas llegamos a un pueblo abandonado, en donde encontramos paredes pintadas con figuras similares al papel tapiz; de repente apareció un tiro de mina tan profundo que al arrojarle una piedra no escuchamos el ruido de su impacto en el fondo, y enseguida una iglesia bien conservada. Proseguimos por el viejo camino empedrado que conducía a Real de Catorce, que estuvo en uso hasta que se construyó el túnel “Ogarrio”, en 1902, llamado así por ser el pueblo natal del español Vicente Iriazar, quien lo trazó e inició su construcción. Este camino nos llevó a otro “pueblo fantasma”, unos kilómetros arriba de Real de Catorce. Visitamos las casonas de piedra que por el abandono se quedaron sin techo. Para conocer todo el pueblo entramos por puertas y salimos por ventanas, esquivamos árboles que detienen muros y saltamos bardas que antes limitaban valiosas propiedades.
Cuando las sombras de los muros escondieron el sol, empezamos a descender para llegar a Real de Catorce. Nos recibieron puestos de veladoras, Cristos, milagritos e infinidad de imágenes para venerar a San Francisco de Asís en la parroquia que terminó de construir el ingeniero francés Lacroix, en el año de 1817. Valió la pena entrar a la iglesia, sentir el viejo piso de tablones bajo nuestros pies y visitar, atrás del retablo, el cuarto donde cientos de exvotos cuelgan de los muros y dan cuenta de sucesos extraordinarios, como el de un minero que al haber sobrevivido a un derrumbe expresa su agradecimiento de la siguiente manera: “Por intercesión del Señor San Francisco de Asís, Dios Nuestro Señor quiso conserve todavía la vida, al venírseme un ‘caído’ en un rebaje en el interior de la mina de Santa María de la Paz, nivel 52, tiro de San Horacio, el día 8 de octubre del presente año; perdiendo solamente parte del pie derecho al quedar aplastado con enormes piedras”.
La calle empedrada nos llevó a través de casas abandonadas y reconstruidas hasta el establo, donde desensillamos los caballos para que descansaran hasta el día siguiente. Todavía nos sobró tiempo para visitar el palenque de gallos, el teatro Lavín, la plaza de toros y la capilla de Guadalupe, patrocinada por padres samaritanos, que según el documento de posesión y los estudios de dos esqueletos encontrados ahí, data de 1750. Después de cenar y observar las estrellas en “El Eucalipto”, un restaurante instalado dentro de una vieja casona sin techo, fuimos a descansar. Al oír el canto de los gallos, nos levantamos para seguir el viaje a Ojo de Agua, pues la noche anterior escuchamos que era un oasis en medio del desierto y que no estaba a más de dos horas.
Ansiosos de conocer ese lugar ensillamos los caballos, y cuando cabalgábamos hacia el norte vimos cómo el desierto empezó a despertar. A la salida del pueblo pasamos junto al panteón y dejamos atrás Real de Catorce. El color del paisaje cambió totalmente: del verde chaparral a las piedras rojas; de mezquites y cedros a biznagas y nopales; en fin, la vereda por la que íbamos era completamente distinta a la del día anterior, hasta la escala de los paisajes era diferente; por su dimensión parecía una vista aérea. Por la orilla de la sierra pasamos cerca de la ranchería Agua Blanca, un lugar con poco agua en donde los lugareños han sabido aprovechar el valioso y escaso líquido en el cultivo de hortalizas y plantas de ornato.
Un paisaje aparentemente sin vida fue el escenario por más de una hora mientras subimos el último cerro. Desde arriba alcanzamos a ver un pueblo en medio de una barranca, se trataba de Ojo de Agua. El camino angosto bajó en forma de “S”, haciéndole menos peligroso, y nos condujo hasta donde el agua brota, dividiendo el desierto y la tierra fértil. A partir de este punto y hasta donde pudimos ver, el agua escurre por lo arroyos de ida y vuelta hasta regar los árboles frutales, huertas, rosales, bugambilias y muchas otras flores y plantas. Al llegar a una de las casas, construida con muros anchos y pocas ventanas para evadir el calor, una tropa de niños curiosos se acercó para ofrecernos flechas con puntas de piedra de distintas formas y colores. Nos invitaron agua del borbotón, muy fresca por cierto, y nos comentaron que la zona está llena de ojos de agua y que en varios de ellos puede uno bañarse. Seguramente muchas de las verduras que comimos en Real de Catorce vienen de lugares como este.
Pasado el mediodía montamos los caballos y emprendimos el regreso; la luz ahora proyectaba sombras más largas. Salimos de la barrancas para galopar en la parte árida hasta llegar al pueblo de Real de Catorce. De allí, José regresó los caballos a su pueblo esa misma noche y nosotros, cuando el sol terminó de pintar las fachadas dejando ver las primeras estrellas, nos despedimos para tomar un camión de regreso a casa. En esta sierra es fácil organizar viajes a caballo o a pie. Para el turista exigente que prefiere dormir en hotel, está Real de Catorce, desde donde puede hacer pequeños viajes de un día. Para el más aventurero existe la posibilidad de acampar, siempre y cuando lleve suficiente agua. Se recomienda llevar ropa adecuada para el frío.
SI USTED VA A LA SIERRA DE CATORCE
Saliendo de la ciudad de San Luis Potosí tome la carretera estatal núm. 57 en dirección a la ciudad de Matehuala, de ahí, 28 km más adelante, encontrará el camino empedrado que conduce a Real de Catorce. Antes de llegar, puede pasar a la ciudad de La Paz, que de Matehuala se halla a sólo 9 km al oeste, por la misma carretera. El lugar cuenta con servicio de hoteles y restaurantes. Sin embargo, le aconsejamos tomar en cuenta los 3500 m sobre el nivel del mar a los que se encuentra Real de Catorce, pues generalmente hace frío, y algunas personas se pueden ver afectadas por la falta de oxígeno.
Fuente: México desconocido No. 262 / diciembre 1998
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