Cajitas de Olinalá, las artesanías coloridas de Guerrero
Descubre con nosotros la historia que hay detrás de las Cajitas de Olinalá de Guerrero.
Cajita mía de Olinalá,
palo-rosa, jacarandá.
Cuando la abro de golpe da
su olor de reina de Sabá.-Gabriela Mistral
Un viaje en el tiempo. Abrir una caja de madera de Olinalá, es volver a los días de Dr. Atl y las excursiones aventureras, casi imposibles, para llegar a este pueblo en el estado de Guerrero en donde las lacas se decoran de forma tradicional con pinturas vegetales sobre esa madera que huele a secreto y viaje, se llama linaloe.
Con influencia europea y oriental, esta técnica es, en su esencia misma, una técnica prehispánica que aplica sobre la pieza capas de maque a base de aceite de chía y mezclas de tierra y pigmentos de polvo al que le agregan color con espinas de maguey o agujas de acero.
Algunas lacas usan el dorado, una forma de decoración con flores y miles de colores pintadas con pincel de pelo de gato (en su versión más entrañable), otras usan el rayado limpio, cuya técnica radica en grabar a fuerza de punta de maguey y crear relieves en la madera antes de pintar. Más allá de los carbones y los pigmentos naturales, del pelaje de los animales que delinea las formas y del talento de los artesanos. Estas lacas, guardan en cada capa recuerdos de un México lleno de amor e ingenio.
Olinalá, la cuna de la laca
Olinalá, una bella población enclavada en la serranía guerrerense, es la comunidad productora de laca más importante de México, tanto por el número de artesanos dedicados a esta actividad como por la diversificación de su producción. Desde diminutas máscaras de tigre hasta ajuares completos para amueblar recámaras y comedores, así como jícaras, cajitas, arcones, charolas y muebles, se trabajan todo el año como resultado de una antigua actividad local, originada mucho antes de que Ia presencia europea se hiciera sentir en el continente.
Una viaje por el tiempo
Gonzalo Díaz Vargas, regidor de la ciudad de Puebla, hizo una visita a la Provincia de Olinalá en 1556 por orden del virrey Luis de Velasco, y en su informe dijo que había buenas sementeras que producían maíz, cacao y miel de abeja. No menciona las jícaras pintadas quizá por considerarlas de poco valor, en cambio sí aparecen en el Códice Mendocino como uno de los principales tributos de Olinalá a los aztecas, junto con cuarenta cántaros grandes de tecozahuitl, ocre amarillo para la pintura.
Los olinaltecos y sus vecinos de Cualac, Malinaltepec, Ichcatlan y otros lugares de tierra caliente eran especialistas en la producción de pinturas. Sus artífices se dedicaron con el tiempo a producir obras sobre otros materiales que cubren con un «barniz» o laca impermeable hecho a base de aceite de chía, tierras y colorantes que aplican sobre los baúles de la olorosa madera del olinalué (Lignum aloes) y jícaras y calabazas, que decoran con la técnica del recortado o rayado aplicando varios maques y la del pincel que ellos llaman «dorado» que tienen paisajes y animales.
Para finales del siglo XVIII, el sabio don José Antonio Alzate publicaba en sus famosas «Gacetas de Literatura», hoy conservadas en la biblioteca del Museo Nacional de Antropología, uno de los más emotivos testimonios conservados sobre la importancia de la antigua actividad laquera de esa población: «Trabajemos para la posteridad y si llega el tiempo de destruir la fábrica de jícaras de Olinalá, conservemos documentos, a fin de que, pasada la tormenta, puedan los futuros habitantes restablecer un arte tan ventajoso al beneficio de los hombres. Si alguna de estas Gacetas permanece en el rincón de alguna biblioteca, servirá a algún aplicado para que restablezca un arte tan útil».
Por ventura y a pesar de los violentos hechos que caracterizaron al país durante todo el siglo XIX y principios del actual, los artesanos de Olinalá no han dejado perder su ancestral actividad.
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