Cultivo del cempasúchil: el nacimiento de la flor para celebrar la muerte
El cultivo del cempasúchil forma parte de la tradición de Día de Muertos. Las manos que cosechan dan mucho de sí y reciben poco. No permitamos que este legado muera.
Escápate un fin de semana:
Adrián Téllez, guía de turistas Tlalpujahua y mariposas monarca
Hoy los campesinos michoacanos que se dedican al cultivo del cempasúchil se enfrentan en una situación compleja y con ellos la tradición y herencia familiar del cultivo de esta tradición que acompaña el camino y el festejo dando vida a la muerte.
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Se dice que cada flor de cempasúchil toma su camino y busca a su difunto, todo en medio de una danza llena de aroma y color. Baila entre las manos
de los campesinos, abre sus pétalos y vuela por el aire, viaja, dibuja y termina año tras año, llenando de vida a la muerte.
Origen de la flor de cempasúchil
Cuenta la leyenda que en el valle de Malinalco, durante la época prehispánica, cuando alguien moría su viaje era acompañado con pequeñas
flores amarillas, adornando su tumba, como mirando al sol, atrapando el calor entre sus pétalos; tonalxóchitl era el nombre de la flor.
Después, tras su paso por el valle, los mexicas se vieron seducidos por esta forma de despedir a sus muertos; sin embargo, la flor les parecía pequeña, así que durante años trabajaron su cultivo transformando veinte de esas pequeñas flores en una sola: así nació cempōhualxōchitl, que en náhuatl significa “veinte flores”.
Cultivo del cempasúchil en Tarímbaro, Michoacán
Varios siglos después, el amarillo del cempasúchil, el rojo de la manita de león y el blanco de la nube llena de vida los campos de Tarímbaro, Michoacán, una comunidad ubicada a 13 kilómetros de Morelia, la capital michoacana.
Decenas de familias comienzan el cultivo desde julio-agosto, esperando la temporada de lluvia para que florezca; en octubre comienza el trabajo de la
cosecha para que esté lista para el festejo de Día de Muertos, aromatizando y pintando los panteones de México entero.
Las manos de Tarímbaro que cuidan el cultivo del cempasúchil
Con los primeros rayos de la mañana Chencho, Hermilo y Manuel comienzan la jornada de cosecha.
“Lo aprendimos de nuestros abuelos y nuestros padres; la flor da de comer a toda nuestra familia”
Comentó Chencho mientras con su machete cortaba el tallo, que mide hasta un metro de altura.
Más adelante, doña María Calderón, sentada sobre un campo corta a nivel de piso el delicado tallo con sus manos, junta las flores como dibujando un ramo, después me lo regala:
“Tenga, lleve consigo un poco de nubes, estas son mis favoritas”
En ese momento me di cuenta de la gentileza y amor que hay en cada flor cosechada, llena de historia e ilusión.
“Es bonito ver que nuestras tierras se pinten de colores”
Agregó don Raúl Pérez, en ese preciso instante un ramo de flores salió expulsado de sus manos y rompió las leyes de la gravedad frente a mi cámara.
El camino de la flor comienza en manos de estos campesinos, después la flor cobra vida y viaja, cada ramo es vendido entre 13 y 15 pesos a distribuidores de las regiones centro del país.
En Tzintzuntzan, al fondo de una casa vi a doña Abigail Rendón, dibujada sutilmente por la luz de una ventana mientras cortaba la flor de cempasúchil; su silencio de pronto se interrumpió:
“Hoy vienen a visitarnosy hay que recibirlos bonito, con flores, comida, pláticas y todas aquellas cosas que a ellos les gustan”.
Cultivo del cempasúchil en los campos de Copándaro
Copándaro, a la orilla del lago de Cuitzeo, es otra de las comunidades que desde hace décadas se dedica al cultivo de la flor, pero este año el panorama se pinta distinto.
Con las afectaciones de la pandemia muchos panteones de los pueblos en Michoacán han decidido no abrir sus puertas y así proteger a sus habitantes, lo cual trae como resultado que la venta de la flor esté en crisis.
Don Hugo y Santiago, su hijo, esperan sobre la carretera frente al campo pintado de amarillo, y nos preguntan cuántos manojos queremos, compramos unos cuantos y aprovechamos para retratarlos en el corte.
“Ahora que no hay escuela me lo traigo al campo para enseñarle a cosechar la flor; el trabajo también es buena escuela”.
Más adelante, buscábamos sin éxito a más campesinos sobre sus terrenos hasta que encontramos a los “Jerónimo’s Rosales”, padre e hijo, quienes nos permiten quedarnos con ellos para retratarlos. A su lado “El Rebelde” come un poco de pasto mientras sus dueños cargan una camioneta con flor.
“Con esta situación cultivamos muy poco por miedo a perder la cosecha; ha caído la venta y hay pocos comerciantes que vengan a hacernos pedidos”.
Nos cuenta “Don Jero”, padre
“Pero no hay que sentirse mal, yo le digo a mi papá que le echemos ganas; él me ha enseñado a trabajar la flor y otros cultivos desde que era niño y esa definitivamente es mi mejor herencia”
Responde Jerónimo hijo, mientras desata y trae hacia nosotros a “El Rebelde”, su compañero de aventuras. “Déjeme retratarlos juntos”, les pido al padre e hijo, “sólo que salgamos con ‘El Rebelde’, él también le echa hartas ganas a trabajar”.
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