El Cañón del Chorro: un sitio jamás pisado (Baja California) - México Desconocido
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El Cañón del Chorro: un sitio jamás pisado (Baja California)

Baja California
El Cañón del Chorro: un sitio jamás pisado (Baja California) fifu

Desde hace muchos años he tenido la suerte de poder explorar y recorrer numerosos sitios que nunca habían sido visitados por el hombre.

Estos sitios siempre fueron cavidades y abismos subterráneos que por su mismo aislamiento y por el grado de dificultad para llegar a ellos habían permanecido intacto; pero un día me pregunté si habría en nuestro país algún lugar virgen que no estuviera bajo tierra y que fuera espectacular. Pronto me llegó la respuesta.

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Hace algunos años, leyendo el libro de Fernando JordánEl Otro México, que trata sobre Baja California, me encontré con la siguiente afirmación: “…verticalmente, sobre un corte que no tiene inclinación, el arroyo de las Garzas da un espantoso salto y forma una cascada imponente por su altura. Tienen 900 m exactamente”.

Desde que leí esta nota me quedó la inquietud sobre la identidad real de dicha cascada. Era indudable que muy poca gente sabía de ella, ya que nadie me supo decir nada, y en los libros sólo encontré la referencia de Jordán.

Cuando en 1989 Carlos Rangel y yo efectuamos la caminata de la Baja California (véaseMéxico Desconocido, núms. 159, 160 y 161), uno de los objetivos que nos trazamos fue localizar esta cascada. A principios de mayo del mencionado año alcanzamos el punto donde estuviera Jordán 40 años atrás, y encontramos un imponente muro granítico que calculamos se elevaría verticalmente 1 km. Un arroyo bajaba de un abra formando tres cascadas de unos 10 m y después el abra daba vuelta a la izquierda y hacia arriba vertiginosamente, y se perdía. Para poder seguirla había que ser un excelente escalador y además contar con mucho equipo, y como en ese momento no lo llevábamos desistimos de subir. Estando frente al muro, la mayor parte del abra por donde baja el arroyo no se veía, ya que tiene una dirección paralela al frente rocoso; sólo muy arriba 600, 700 o más metros se veía otra cascada que apenas se distinguía. Jordán seguramente vio la cascada desde arriba y las de abajo y tampoco pudo asomarse al abra, por lo que supuso que habría una gran cascada de 900 m. A esa abra los rancheros de la zona la llaman el “Cañón del Chorro”, y en aquella ocasión nosotros llegamos hasta una bellísima poza en donde cae la última cascada.

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LA PRIMERA ENTRADA

En abril de 1990 decidí continuar con la exploración del sitio para saber con exactitud qué había dentro del Cañón del Chorro. En esa ocasión organicé una expedición por la parte alta del cañón, en la que participaron Lorenzo Moreno, Sergio Murillo, Esteban Luviano, Dora Valenzuela, Esperanza Anzar y un servidor.

Salimos de Ensenada y ascendimos a la sierra de San Pedro Mártir por la terracería que va al observatorio astronómico de la UNAM. Dejamos nuestro vehículo en un sitio conocido como La Tasajera y en este mismo lugar acampamos. A las nueve de la mañana del día siguiente iniciamos la caminata hacia el nacimiento del arroyo del Chorro por un hermoso valle que llaman la Grulla, que se encuentra rodeado de pinos y no da la sensación de estar en Baja California. Aquí nace de varios manantiales el arroyo del Chorro, el cual seguimos a veces rodeando la densa vegetación y a veces brincando entre las piedras. Por la noche acampamos en un paraje que llamamos la “Piedra Tinaco” y aunque la caminata fue pesada, disfrutamos mucho del paisaje y de la visión abundante de flora y fauna.

Al día siguiente continuamos la caminata. Pronto, el arroyo dejó el monótono paso que tenía en la Grulla y empezó a mostrar sus primeros rápidos y cascadas, lo cual nos obligó a dar algunos rodeos entre los cerros circundantes, que resultaron agotadores por los densos rameríos y el pesado sol. A las tres de la tarde una cascada de unos 15 m nos obligó a dar un rodeo como de una hora. Casi era de noche cuando acampamos junto al arroyo, pero aún nos dio tiempo de pescar algunas truchas para la cena.

El tercer día de caminata iniciamos la actividad a las 8:30 de la mañana, y después de un tiempo alcanzamos una zona en donde los rápidos y las cascadas pequeñas se suceden una tras otra y forman hermosas pozas en las que nos detuvimos para nadar. A partir de este punto, el arroyo empezó a encañonarse y los pinos casi desaparecieron para dar paso a los alisos, álamos y encinos. En algunas partes había grandes bloques de granito entre los que se perdía el agua formando algunos pasajes y cascadas subterráneas. Eran las 11 cuando llegamos ante una cascada de 6 m de caída a la que no pudimos darle vuelta, ni siquiera por los cerros, ya que aquí el arroyo se encañona totalmente e inicia su descenso vertiginoso. Como no traíamos cable ni equipo para rapelear, hasta aquí llegamos. A este punto lo llamamos la “Cabeza del Águila” debido a una gigantesca peña que destacaba a lo lejos y parecía tener dicha forma.

Durante el regreso aprovechamos para explorar algunos de los arroyos laterales al Cañón del Chorro, verificar varias cuevas y visitar otros valles cercanos al de la Grulla, como uno que llaman la Encantada que es una verdadera maravilla.

EL VUELO

En enero de 1991, mi amigo Pedro Valencia y yo efectuamos un vuelo por la sierra de San Pedro Mártir. Me interesaba observar desde el aire el Cañón del Chorro antes de iniciar las exploraciones de su interior. Sobrevolamos casi toda la sierra y pude fotografiar el cañón y darme cuenta de que es esencialmente vertical. Posteriormente pude conseguir una serie de fotografías aéreas que habían tomado unos científicos de Ensenada y pude trazar un mapa provisional del lugar. Para estas alturas ya no me quedaba duda de que nadie hasta entonces había penetrado al Cañón del Chorro. Con el análisis de las fotos aéreas y el vuelo que hice, me di cuenta de que justo hasta donde habíamos avanzado es donde se inicia la parte vertical; de ahí el arroyo desciende casi 1 km en menos de 1 km horizontal, hasta el punto al que llegamos Rangel y yo en 1989, o sea la base de la sierra.

LA SEGUNDA ENTRADA

En abril de 1991 Jesús Ibarra, Esperanza Anzar, Luis Guzmán, Esteban Luviano Renato Mascorro y yo volvimos a la sierra para continuar la exploración del Cañón. Llevábamos gran cantidad de equipo e íbamos bastante cargados ya que nuestra intención era quedarnos en la zona más o menos 10 días. Traíamos un altímetro y fuimos midiendo las altitudes de los lugares claves por donde pasamos. El valle de la Grulla se encuentra a 2 073 msnm y la Piedra del Tinaco a 1 966 msnm.

Al tercer día temprano llegamos a la Cabeza del Águila (a 1 524 msnm) donde montamos un campamento base y nos dividimos en dos grupos para el avance. Uno de los grupos abriría la ruta y el otro la haría de “cherpa”, es decir, cargaría la comida, las bolsas de dormir y algo de equipo.

Una vez montado el campamento nos repartimos y continuamos a exploración. Armados el equipo en la cascada que había quedado pendiente el año pasado; tiene 6 m de caída. A los pocos metros de ahí, llegamos a un gran conjunto de enormes bloques graníticos, producto de un colapso milenario, que bloquean el arroyo y provocan que el agua se filtre entre los huecos de la roca, y adentro forme cascadas y pozas que, aunque pequeñas, son de gran belleza. Posteriormente escalamos por un gran bloque a la derecha y nos preparamos para bajar un segundo tiro de unos 15 m de caída que finalizaba justo donde el agua del arroyo vuelve a salir con gran fuerza de su recorrido subterráneo.

Continuamos nuestro avance y al poco tiempo llegamos a una cascada mucho más grande que todas las que habíamos visto hasta entonces (30 m), en donde el agua se encañona totalmente y desciende en cuatro saltos hasta una gran poza. Como no había forma de evitarla y no se podía rapelear directamente sobre ella debido a la gran fuerza que llevaba el agua, decidimos escalar en travesía por una de las paredes hasta alcanzar un punto donde pudiéramos bajar sin riesgos. Sin embargo, ya era tarde, así que decidimos acampar y dejar el descenso para el día siguiente. A esta cascada la llamamos de las “Cuatro Cortinas” debido a su forma.

Al día siguiente, Luis Guzmán y yo efectuamos un descenso por la pared derecha del cañón, abriendo una ruta que nos permitió evitar con facilidad la cascada. Desde abajo el salto se veía imponente y formaba una gran poza. Se trata de un lugar muy bello y espectacular que resalta en los áridos paisajes bajacalifornianos.

Continuamos descendiendo y más adelante llegamos ante otra cascada en la que hubo necesidad de instalar otro cable de unos 15 m. A esta parte la llamamos el “Colapso II”, ya que también es producto de un antiquísimo derrumbe, y las piedras bloquean el cañón provocando que el agua del arroyo surja y desaparezca varias veces entre los huecos. Abajo hay una enorme y bella poza que nombramos “Cascada de Adán” porque Chuy Ibarra se desnudó y se dio un sabroso baño en ella.

Después de descansar y extasiarnos con este remoto sitio, continuamos descendiendo entre bloques rocosos, pozas, rápidos y breves cascadas. Al poco tiempo empezamos a caminar sobre una especie de repisa y el arroyo empezó a quedarnos abajo, por lo que tuvimos que buscar un lugar para descender, y lo encontramos a través de una bella pared de unos 25 m de caída vertical. Debajo de este tiro, el arroyo se desliza suavemente sobre una losa de granito formando bellas y suaves formas. A este sitio lo llamamos “El Lavadero”, porque se nos figuró que era idea para lavar la ropa tallándola sobre la piedra. Después del Lavadero encontramos un pequeño tiro de 5 m, que en realidad era un pasamanos para sortear con mayor seguridad un paso difícil. Debajo de éste acampamos en un agradable arenal.

Al día siguiente nos levantamos a las 6:30 A.M. y continuamos el descenso. A poca distancia encontramos otro pequeño tiro de unos 4 m y rápidamente lo bajamos. Más adelante llegamos a una hermosa cascada de unos 12 o 15 m de altura que caía a una bellísima poza. Tratamos de descender por el lado izquierdo, pero por ese tiro se llegaba directamente a la poza, la cual se veía profunda, por lo cual buscamos otra opción. Por el lado derecho encontramos otro tiro, el cual dividimos en dos partes para así evitar llegar al agua. La primera parte son 10 m de caída hasta una cómoda repisa, y la segunda son 15 m hasta una de las orillas de la poza. La cascada tiene en medio una gran piedra que divide el agua en dos caídas y debido a esto le pusimos la “Cascada Gemela”.

Inmediatamente después de la poza de la Casa Gemela se inicia otra cascada que calculamos tenía unos 50 m de caída. Como no podíamos descender directamente sobre ella, tuvimos que hacer varias travesías y escaladas para evitarla. Sin embargo, el cable se nos había terminado y nuestro avance se vio interrumpido. Vimos que debajo de esta última cascada seguían dos más cuando menos, también grandes, y ya muy abajo el cañón daba vueltas en su vertiginoso descenso, y aunque ya no podíamos ver más allá notamos que era totalmente vertical.

Estábamos muy contentos por el resultado de esta exploración, y aún antes de iniciar el regreso empezamos a organizar la siguiente entrada. Retornamos lentamente recogiendo el cable y el equipo, y como pensábamos regresar pronto, lo dejamos escondido en varias cuevas a lo largo del recorrido.

LA TERCERA ENTRADA

Para el siguiente octubre estábamos de regreso: éramos Pablo Medina, Angélica de León, José Luis Soto, Renato Mascorro, Esteban Luviano, Jesús Ibarra y el que esto escribe. Además del equipo que ya habíamos dejado, cargamos con 200 m más de cable y con comida para unos 15 días. Nuestras mochilas iban cargadas al tope y lo malo de esta zona tan escarpada e inaccesible es que uno no tiene opción de utilizar burros o mulas.

Nos llevó aproximadamente cinco días llegar hasta el último punto de avance en la exploración anterior, y a diferencia de la vez pasada en que íbamos dejando los cables, ahora los íbamos recogiendo, es decir, ya no teníamos la posibilidad de regresar por donde veníamos. Sin embargo, estábamos seguros de completar la travesía, ya que calculamos que en la exploración anterior habíamos completado 80% del recorrido. Además, disponíamos de 600 m de cable, lo cual nos permitió dividirnos en tres grupos y tener una mayor autonomía.

La mañana del 24 de octubre nos encontrábamos justo arriba de la cascada que no habíamos podido bajar la vez anterior. El descenso de este tiro presentó varios problemas, ya que la caída tiene alrededor de 60 m y no desciende verticalmente sobre la rampa, pero como el agua era mucha y bajaba con fuerza era peligroso tratar de bajar por ahí y optamos por buscar una ruta más segura. A los 15 m de iniciado el descenso, efectuamos una pequeña escalada sobre la pared para desviar el cable de la cascada y reanclarlo sobre una grieta. 10 m más abajo llegamos a una repisa en donde la vegetación era tan densa que nos dificultó las maniobras. Hasta esa parte habíamos bajado como 30 m y después, desde una gran roca, descendimos 5 m más y llegamos caminando hasta un enorme escalón rocoso desde donde pudimos ver, aún algo lejana y muy abajo, la unión del arroyo del Chorro con el de San Antonio, o sea el final del cañón. Al final de esta caída, la cual llamamos “del Fauno”, se encuentra una hermosa poza y justo unos 8 m antes de llegar a ella, el agua pasa por debajo de una gran bloque rocoso dando la impresión de que el arroyo surge de la roca.

Después de la “Cascada del Fauno”, encontramos una pequeña pero hermosa zona de rápidos que bautizamos como “Lavadero II”, y enseguida una cascada chica, de unos 6 m de caída. Inmediatamente venían unos rápidos y de ellos se desprendía una enorme cascada, la cual ese día no pudimos ver bien porque ya era tarde, pero calculamos pasaría de los 5o m de caída libre. A ésta la bautizamos como la “Cascada Estrella” porque hasta ese momento era la más hermosa de todas las que habíamos visto.

El 25 de octubre decidimos descansar, nos levantamos hasta las 11 de la mañana y fuimos a ver la caída. Con buena luz apreciamos que la “Cascada Estrella” quizá alcanza los 60 m de caída. Por la tarde de ese día iniciamos las maniobras de descenso por una pared vertical. Colocamos un cable que fraccionamos un par de veces hasta que se terminó a media pared. De ahí seguimos armando con otro cable, sin embargo, no calculamos bien la longitud y quedó suspendido a un par de metros del fondo, así que Pablo bajó hasta donde yo estaba y me alcanzó un cable de mayor longitud, con el cual pudimos completar el descenso. La pared de la “Cascada Estrella” se encuentra cubierta en gran parte por una gigantesca enredadera que realza su belleza. La cascada cae a una poza hermosísima de unos 25 m de diámetro, desde la cual surge otra cascada de unos 10 m de caída libre, pero como la “Cascada Estrella” con su poza nos gustó tanto, decidimos quedarnos allí el resto del día. Hay poco espacio aquí para acampar, sin embargo, encontramos una cómoda losa de piedra y reunimos leña de la madera seca que arrastra la crecida del arroyo y se atora en las salientes de piedras y árboles. El atardecer fue maravilloso, el cielo mostró tonos naranja-rosa-violeta y nos dibujó las siluetas y perfiles de los cerros del horizonte. Ya iniciada la noche aparecieron las estrellas en plenitud y distinguimos perfectamente bien la vía láctea. Me sentía como una gran nave viajando a través del universo.

El día 26 nos levantamos temprano y rápidamente bajamos el tiro ya mencionado que no presentó mayores problemas. Debajo de esta caída teníamos dos posibilidades de descenso: por la izquierda era más corto, pero entraríamos a una parte donde el cañón se hacía muy angosto y profundo, y temía que llegaríamos directamente a una serie de cascadas y pozas, lo cual podría dificultar el descenso. Por el lado derecho, los tiros eran más largos, pero se evitarían las pozas, aunque no sabíamos exactamente qué otros problemas se nos podrían presentar. Optamos por esto último.

Bajando esta caída nos pasamos a la parte derecha del arroyo y en un enorme y peligroso balcón armamos el siguiente tiro que tendría unos 25 m de caída y legaba a otra repisa. Desde aquí ya veíamos el final del cañón muy cercano, casi debajo de nosotros. En la repisa de este tiro había gran cantidad de vegetación que nos dificultaba las maniobras, y tuvimos que abrirnos paso entre densas enredaderas para armas el siguiente.

El último tiro se veía largo. Para descenderlo tuvimos que echar mano de los tres cables que nos quedaban, y a punto estuvieron de no alcanzarnos. La primera parte del descenso fue hasta una reducida repisa en donde colocamos otro cable que nos dejó en una repisa más amplia, pero totalmente cubierta de vegetación; era ni más ni menos que una pequeña selva que nos dificultó el armado de la última parte del tiro. Una vez que pusimos el último cable, éste llegó justo al final del tiro, a la mitad de la última poza del cañón; era a la que habíamos llegado Carlos Rangel y yo en 1989. Por fin habíamos completado la travesía del Cañón del Chorro, el enigma de la cascada de los 900 m había quedado resuelto. No existía tal cascada (calculamos que desciende 724 más o menos), pero sí uno de los escenarios más espectaculares e inaccesibles de la Baja California. Y habíamos tenido la suerte de ser los primeros en explorarlo.

Fuente: México desconocido No. 215 / enero 1995

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