El tapir, silencioso caballo de la selva
Eran las primeras horas de una mañana cálida y húmeda de verano, y caminamos silenciosamente por un sendero apenas visible entre la densa maraña de vegetación de la Reserva de la Biósfera Montes Azules, en la Selva Lacandona de Chiapas.
Encontrarnos en esta selva evoca épocas pasadas en las que la naturaleza predominaba sobre la civilización humana. Árboles gigantes de más de 40 metros de altura y 2 metros de diámetro, envueltos por interminables lianas que se entrelazan formando una bóveda verde que apenas permite el paso de los rayos solares, y donde a plenitud podemos observar cómo de un arroyo sale un tapir, el primero que encontramos en el camino; primero distinguimos su pequeña trompa obscura y enseguida su figura obesa; al notar nuestra presencia se aleja entre la espesura con pasos pausados y silenciosos para perderse en el murmullo de la selva.
Los tapires habitan una amplia variedad de ambientes tropicales y subtropicales, abarcan selvas de varios tipos, bosques de niebla, zonas pantanosas, y aún páramos centroamericanos a más de 3 ,000 metros de altitud. En México se les encuentra en áreas con grandes extensiones forestales y escasa actividad humana en los estados de Campeche (Calakmul), Quintana Roo (Sian Ka’an y Río Hondo), Oaxaca (Chimalapas y Chacahua), Veracruz (Uxpanapa ) y aquí donde ahora estamos, en la Selva Lacandona.
Tras una señal de vida
Es una tarde nublada y nos acercamos a un claro de la selva donde habíamos observado rastros de tapir el día anterior. Estamos revisando algunas huellas muy frescas cuando escuchamos un gran sobresalto que casi nos hace perder el equilibrio. Segundos después nos damos cuenta que a pocos metros se encuentra un tapir adulto olfateando nuestra presencia con su larga nariz, para inmediatamente alejarse corriendo ruidosamente entre la maleza.
A pesar de su gran tamaño, los tapires son criaturas tímidas y silenciosas que raramente se ven en el día, pues son mucho más activos durante la noche; y aunque su vista no es muy buena, sus sentidos del olfato y del oído están muy desarrollados, los utilizan para notar la presencia de posibles depredadores; jaguares, pumas o nosotros mismos. Escabullirse entre la densa vegetación o bien correr hacia el río o laguna más cercana, es su manera de defenderse. El olfato también les sirve para distinguir a distancia los múltiples aromas de las plantas que consume. Su dieta es totalmente herbívora y consiste en hojas, brotes, frutos, flores y corteza de cientos de especies de plantas, por lo que es un importante dispersor y depredador de muchas de ellas.
En estas tierras es posible encontrar una de las cuatros especies de la familia de los Tapíridos que hay en el mundo, el tapir centroamericano o danta (Tapirus bairdii), las otras tres especies de tapires se distribuyen en la cuenca amazónica y en el sureste asiático.
Un refugio para las crías
No hemos podido dormir bien durante las últimas dos noches, han sido muy calurosas y nuestras tiendas de campaña han permanecido mojadas por las intensas lluvias que en esta temporada azotan a la Selva Lacandona. Afortunadamente ha salido el sol por la mañana y para el medio día, la temperatura y la humedad se vuelven agobiantes, por lo que detenemos nuestra caminata para descansar al pie de un gran árbol de ceiba.
Al buscar un buen sitio para sentarnos, descubrimos varios grupos de excrementos de tapir de distintos tamaños y unos son mas viejos que otros. Notamos que durante varias semanas fue refugio de una hembra y su pequeña cría, posiblemente se mantuvieron ocultas entre los grandes contrafuertes de la ceiba. Después de un largo embarazo de casi 13 meses, una hembra de tapir puede tener una cría cada dos años en el mejor de los casos. Las crías tienen una coloración café rojiza con manchas blancas durante los primeros meses de vida, muy parecida a la de los pequeños venados cola blanca. La cría permanece con su madre durante casi un año, al ser abandonada, busca un buen sitio donde pueda encontrar alimento y agua suficientes.
Sabemos que están, pero peligran
Hoy es nuestro último día en la Reserva de la Biosfera Montes Azules, al caminar hacia la canoa que nos llevará de regreso al poblado más cercano, observamos numerosos indicios de la presencia del tapir. Desearíamos estar unos días más para tener la oportunidad de seguir monitoreando su hábitat, pero nos vamos contentos al pensar que estamos entre los pocos afortunados que han conocido en su ambiente natural a esta singular maravilla de la fauna de nuestro país.
La situación actual del tapir es incierta en toda su área de distribución. Su lenta reproducción y su baja densidad de población (menos de un individuo por kilómetro cuadrado), hacen a este mamífero muy vulnerable debido a la destrucción de las selvas de México y Centroamérica. En México, investigadores de varias instituciones nacionales en coordinación con especialistas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, realizan esfuerzos para promover la conservación de la especie a través de la protección y el manejo de su hábitat.
Tapir centroamericano
Tiene un pelaje corto y grueso de color muy oscuro en todo el cuerpo, con excepción de tonos grisáceos en la garganta, parte del pecho y la punta de las orejas. Estos animales pueden alcanzar una longitud de hasta 2 metros, y un peso de hasta 300 kg.
Curiosamente, y al contrario de la mayoría de los mamíferos, las hembras suelen ser un poco más grandes que los machos. El tapir está perfectamente adaptado a la vida en la selva tropical, la forma cilíndrica de su cuerpo y sus piernas cortas y poderosas le ayudan a moverse con sorprendente facilidad entre la densa vegetación, y sus dedos amplios y flexibles le permiten desplazarse sin problemas en terrenos fangosos.