Entrevista al arqueólogo Eduardo Matos
A 490 años de la Conquista, conoce la visión que de la gran Tenochtitlan tiene uno de sus más reconocidos investigadores, el Prof. Eduardo Matos. ¡Te lo presentamos en entrevista exclusiva de nuestro archivo!
Sin duda uno de los aspectos más fascinantes del mundo prehispánico es el de la organización que alcanzaron ciudades tan importantes como México-Tenochtitlan. Eduardo Matos Moctezuma, distinguido arqueólogo y reconocido especialista en la materia, nos regala una interesante visión acerca del pasado indígena de la Ciudad de México.
México desconocido. ¿Qué sería para tí lo más importante si tuvieras que referirte al origen indígena de la Ciudad de México?
Eduardo Matos. Lo primero que hay que tomar en consideración es la existencia, en el espacio que ocupa hoy la ciudad, de un buen número de ciudades prehispánicas que corresponden a diferentes épocas. Todavía está ahí la pirámide circular de Cuicuilco, parte de una ciudad que seguramente tuvo una forma diferente de organización. Después en el momento de la conquista, habría que mencionar a Tacuba, Ixtapalapa, Xochimilco, Tlatelolco y Tenochtitlan, entre otras.
M.D. ¿y en cuanto a las formas de gobierno que funcionaron, tanto para la antigua ciudad, como para el imperio?
E.M. Aun cuando las formas de gobierno eran en aquella época muy heterogéneas, sabemos que en Tenochtitlan había un mando supremo, el tlatoani, quien presidía el gobierno de la ciudad y era al mismo tiempo la cabeza del imperio. La voz náhuatl tlatoa quiere decir el que habla, el que tiene el poder del habla, el que tiene el mando.
M.D. ¿Podríamos entonces suponer que el tlatoani funcionaba de manera permanente para servir a la ciudad, a sus habitantes, y atender todos los problemas que ocurrían a su alrededor?
E.M. El tlatoani contaba con un consejo, pero siempre la palabra final era la de él. Es interesante, por ejemplo, observar que el tlatoani es quien ordena el abastecimiento de agua a la ciudad.
Atendiendo a sus órdenes, en cada calpulli se organizaban para colaborar en las obras públicas; los hombres dirigidos por mandones reparaban las calzadas o hacían obras como la del acueducto. Lo mismo ocurría con la guerra: para la expansión mexica militar se requerían grandes contingentes de guerreros. En las escuelas, el calmecac o el tepozcalli, los hombres recibían instrucción y se formaban como guerreros, y era así como el calpulli podía aportar hombres a la empresa expansionista del imperio.
Por otra parte, el tributo que se imponía a los pueblos conquistados era traído a Tenochtitlan. El tlatoani destinaba parte de ese tributo a la población en caso de inundaciones o hambrunas.
M.D. ¿Es de suponer que la tarea de administrar la ciudad y el imperio requería de fórmulas de gobierno como los que hasta nuestros días funcionan en algunas comunidades indígenas?
E.M. Había personas que tenían a su cargo la administración, y además existía el jefe de cada calpulli. Cuando conquistaban un territorio imponían un calpixque encargado de cobrar el tributo en esa región y del envío correspondiente a Tenochtitlan.
El trabajo comunal estaba reglamentado por el calpulli, por su gobernante, pero el tlatoani es la figura que va a estar presente de manera constante. Recordemos que el tlatoani reúne dos aspectos fundamentales: el carácter guerrero y la investidura religiosa; por una parte se encarga del aspecto esencial para el imperio, la expansión militar y el tributo, y por otra de los asuntos de carácter religioso.
M.D. Entiendo que las grandes decisiones eran tomadas por el tlatoani, ¿pero qué ocurría con los asuntos de orden cotidiano?
E.M. Para responder a esta pregunta creo que vale la pena recordar un punto interesante: siendo Tenochtitlan una ciudad lacustre, el primer medio de comunicación eran las canoas, ese era el medio con el cual se hacía el transporte de mercancía y de personas; el traslado de Tenochtitlan a las ciudades ribereñas o viceversa formaba todo un sistema, toda una red de servicios, había un orden bastante bien establecido, Tenochtitlan era además una ciudad muy limpia.
M.D. Se supone que una población como la de Tenochtitlan producía una buena cantidad de desechos, ¿qué hacían con ellos?
E.M. Quizá con ellos le ganaban espacio al lago… pero estoy especulando, en realidad no se sabe como resolvían el problema de una ciudad de alrededor de 200 mil habitantes, además de las ciudades ribereñas como Tacuba, Ixtapalapa, Tepeyaca, etcétera.
M.D. ¿Cómo se explica la organización que había en el mercado de Tlatelolco, el lugar por excelencia de distribución de los productos?
E.M. En Tlatelolco funcionaba un grupo de jueces, quienes se ocupaban de resolver las diferencias durante el intercambio.
M.D. ¿Cuántos años debieron transcurrir para que la Colonia impusiera, además del modelo ideológico, la nueva imagen arquitectónica que hizo desaparecer casi en su totalidad el rostro indígena de la ciudad?
E.M. Eso es algo muy difícil de precisar, porque fue realmente una lucha en la que lo indígena se consideraba pagano; se consideraban obra del demonio sus templos y sus costumbres religiosas. Todo el aparato ideológico español representado por la Iglesia va a tener a su cargo esa tarea después del triunfo militar, cuando se da la lucha ideológica. La resistencia por parte del indígena se manifiesta en varias cosas, por ejemplo en las esculturas del dios Tlaltecutli, que son dioses que se grababan en piedra y se colocaban boca abajo porque era el Señor de la Tierra y esa era su posición en el mundo prehispánico. Al momento de la conquista española, el indígena tiene que destruir sus propios templos y seleccionar las piedras para empezar la construcción de las casas y los conventos coloniales; entonces escoge los Tlaltecutli para que sirvan de base a las columnas coloniales y empieza a labrar encima la columna, pero resguardando al dios abajo. He descrito en otras ocasiones una escena cotidiana: va pasando por allí el alarife o el fraile:»oye, que tenéis allí uno de vuestros monstruos». «No se preocupe su merced, va a ir boca abajo». «Ah, bueno, pues así es como tenía que ir». Entonces era el dios que más se prestaba para ser preservado. Durante las excavaciones en el Templo Mayor y aún antes, encontramos varias columnas coloniales que tenían un objeto en la base, y por lo general se trataba del dios Tlaltecutli.
Sabemos que el indígena se negaba a entrar en la iglesia ya que estaba acostumbrado a las grandes plazas. Los frailes españoles ordenaron entonces la construcción de grandes atrios y capillas con el fin de convencer al creyente para que entrara finalmente a la iglesia.
M.D. ¿Podría hablarse de barrios indígenas o la ciudad colonial fue creciendo de manera desordenada sobre la antigua urbe?
E.M. Bueno, desde luego que la ciudad, tanto Tenochtitlan como Tlatelolco, su ciudad gemela, fueron profundamente afectadas al momento de la conquista, destruidas prácticamente, sobre todo, los monumentos religiosos. Del Templo Mayor de la última época solamente encontramos la huella en el piso, o sea que lo destruyeron hasta sus cimientos y repartieron los predios entre los capitanes españoles.
Es en la arquitectura religiosa donde se dio primero un cambio fundamental. Esto ocurre cuando Cortés determina que la ciudad debe seguir aquí, en Tenochtitlan, y que sea aquí donde se levante la ciudad española; Tlatelolco, en cierta forma, renace por un tiempo como una población indígena aledaña al Tenochtitlan colonial. Empiezan a imponerse poco a poco las formas, las características españolas, sin olvidar la mano indígena, cuya presencia fue muy importante en todas las manifestaciones arquitectónicas de aquella época.
M.D. Aunque sabemos que en los rasgos culturales del país está inmerso el riquísimo mundo cultural indígena, y todo lo que ello significa para la identidad, para la formación de la nación mexicana, me gustaría preguntarte ¿en dónde podríamos identificar, además del Templo-Mayor, lo que todavía conserva signos de la vieja ciudad de Tenochtitlan?
E.M. Yo creo que hay elementos que han aflorado; en alguna ocasión dije que los viejos dioses se negaban a morir y que empezaban a salir, como es el caso del Templo Mayor y Tlatelolco, pero yo creo que hay un lugar donde se puede ver claramente la «utilización» de esculturas y elementos prehispánicos, que es precisamente el edificio de los Condes de Calimaya, lo que es hoy el Museo de la Ciudad de México, en la calle de Pino Suárez. Allí se ve claramente la serpiente y además, todavía a finales del siglo XVIII y principios del XIX, se veían esculturas por aquí y por allá. Don Antonio de León y Gama nos relata, en su obra publicada en 1790, cuáles eran los objetos prehispánicos que podrían admirarse en la ciudad.
En 1988 se descubre aquí en el antiguo Arzobispado, en la calle de Moneda, la famosa Piedra de Moctezuma I donde se relatan también las batallas, etcétera, al igual que la llamada Piedra de Tizoc.
Por otra parte, en la Delegación Xochimilco existen las chinampas de origen prehispánico; en Milpa Alta se habla náhuatl y los vecinos lo defienden con un empeño enorme, ya que se trata de la lengua principal que se hablaba en Tenochtitlan.
Tenemos muchas presencias, y la más importante simbólicamente hablando es el Escudo y la Bandera, pues son símbolos mexicanos, es decir el águila parada sobre el nopal comiendo la serpiente, que algunas fuentes nos relatan que no era serpiente, sino pájaro, lo importante es que se trata del símbolo de Huizilopochtli, del vencimiento del sol contra los poderes nocturnos.
M.D. ¿En cuáles otros aspectos de la cotidianidad se manifiesta el mundo indígena?
E.M. Uno de ellos, muy importante, es la comida; todavía tenemos muchos elementos de origen prehispánico o por lo menos muchos ingredientes o plantas que se siguen utilizando. Por otra parte, hay quien sostiene que el mexicano se ríe de la muerte; yo a veces en conferencias pregunto que si los mexicanos se ríen cuando presencian la muerte de un familiar, la respuesta es negativa; además, hay una profunda angustia ante la muerte. En los cantos nahuas se manifiesta con claridad dicha angustia.