Fiesta de Mecotitla, carnaval de rito y diversión en Veracruz
En el pueblo huasteco de Lomas de Vinazco, Veracruz, se realiza un singular festejo con reminiscencias prehispánicas: la Fiesta de Mecotitla, donde el bien y el mal conviven en un ambiente lleno de misticismo.
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Amanece en el poblado de Lomas de Vinazco, Veracruz. De entre la bruma de la mañana que se levanta sobre el río Vinazco se escuchan los cantos de los zanates, papanes y loros huastecos, junto con los sonidos del kuakuautli o cuerno de vaca. Es domingo de carnaval y varios niños indígenas nahuas de entre 6 y 11 años de edad se preparan para tomar parte en la Fiesta de Mecotitla: durante los siguientes cuatro días representarán a los “mecos” o “cosas pintadas”. Para los nativos de esta región, “meco” quiere decir sucio, rayado o pintado. Según el Diccionario de aztequismos de Luis Cabrera, meco significa “manchado de la piel”, y se puede aplicar a plantas, animales o personas; y es que en los días de carnaval se acostumbra pintar a los niños participantes y al capitán de los “mecos”.
En esta zona de la huasteca veracruzana se tiene la creencia de que del domingo al martes de carnaval está presente el espíritu del diablo, así que todavía en muchas casas se celebran ritos paganos, como es el caso de la ofrenda de mesatlalía, que se lleva a cabo el primer día y que consiste en colocar sobre una mesa refrescos, aguardiente, comida y candelas, bajo la dirección de un tepatiketl o curandero, quien efectúa algunos rezos en náhuatl y en español con objeto de complacer al espíritu diabólico.
La organización del carnaval recae en el comité de los mecos, compuesto por presidente, secretario, tesorero y vocales que se encargan de conseguir los recursos para la Fiesta de Mecotitla; gracias a ello se ha podido revivir la costumbre que había sido aniquilada y reprimida por las diversas organizaciones religiosas de católicos y protestantes. Muchas personas mayores añoran las fiestas de los tiempos pasados, en las que participaban hasta tres diferentes cuadrillas de mecos, cada uno de ellos portando su propio cuerno de vaca que, tocados al unísono, producían un sonido sobrecogedor. El comité se encarga de tramitar el permiso correspondiente para la celebración de la fiesta, así como de la contratación de los músicos y del capitán de los mecos; también coordina la búsqueda, el corte, la preparación y la colocación del palo ensebado, o en su defecto nombra a un subcomité para tal fin; y por último, organiza el baile de los huehues o “viejos”.
La fiesta comienza el domingo por la mañana en un lugar convenido de antemano, donde se reúnen los mecos, su capitán y los músicos; es aquí donde durante los cuatro días de la fiesta por la mañana se mancha a los “mecos”; el domingo y el lunes se les pinta de negro con un tinte compuesto por una mezcla de carbón con agua; el martes, de negro con manchas, franjas, círculos y cruces blancas –la sustancia blanca se obtiene de una piedra llamada tepetate, que acarrean del río, pero al llegar el miércoles de ceniza se pintan sólo de blanco.
El atavío de los mecos consiste tan sólo de un pantalón corto o arremangado, algunos van descalzos y llevan un gorro cónico rematado con tiras de papel de china de diversos colores, y portan machetes de madera pintados de rojo, verde y negro; el capitán lleva además un estandarte hecho de carrizo con un paliacate o paño rojo a manera de bandera y colmado de una serie de tiras de papel de china con siete diferentes colores que dan fuerza y protección, según palabras del propio capitán. El estandarte le confiere la jerarquía del personaje principal, ya que representa al mismo Luzbel, siendo los mecos los espíritus del mal; aunque no existe una traducción de “diablo” o “demonio” en náhuatl –ya que este personaje no existió en la cosmovisión indígena prehispánica–, actualmente se le da el nombre de tlakatekolotl, que quiere decir “hombre-búho”, “hechicero”, ser sobrenatural maligno. El sitio de reunión funge como cuartel general de los mecos y es el lugar del cual se parte y al que se regresa; es aquí donde se efectúa la primera danza; posteriormente se recorre parte del caserío de la comunidad, y si es posible se visitan otras rancherías cercanas.
Un trío musical del poblado interpreta sones huastecos de carnaval, huapangos y canciones conocidas; después de tocar aquí algunos sones, inician el recorrido casa por casa; el capitán pasa preguntando: “¿No compra mecos?”, y si el dueño de la vivienda tiene interés de comprarlos se dirigen hacia la casa del propietario que solicitó sus servicios; el costo es de 4 piezas por 5 pesos. Además de los mecos hay otros dos grupos de personajes que participan en el carnaval: los viejos y las sihuamecos; los viejos son jóvenes que llevan máscaras de madera, de cuero o de cualquier otro material, generalmente de monstruos, luchadores, animales o de lo que se les ocurra, siendo la mejor la más grotesca y ridícula. Hay que recordar que como en estos días el espíritu del diablo se encuentra presente, se les está permitido hacer y decir groserías e incluso molestar a los espectadores; pero a diferencia de los viejos, las sihuamecos, o género femenino de los mecos, no tienen que hacer fechorías ni payasadas, tan sólo son las parejas de baile de los viejos y como tal se “deben» de comportar de manera tranquila y recatada; los viejos visten zapatos o botas viejas, pantalones, sacos, gabardinas, sombreros viejos, cascos, pelucas, camisolas y pantalones de tipo militar, chamarras viejas, etcétera, y algunos llevan un chicote largo que ondean y hacen tronar en el aire; las sihuamecos se cubren el rostro con un paliacate, y debido a la aculturación que han sufrido estas poblaciones hoy se ponen faldas y vestidos mestizos, calzan zapatos o botines viejos con calcetas, la mayoría se cubre los hombros con una toalla a manera de rebozo. Algunos jóvenes de las comunidades cercanas son más atrevidos y se disfrazan de una manera más llamativa, con medias, collares, bolsas, pelucas, moños, lentes y hasta zapatillas de mujer, pero no se cubren el rostro para que los viejos que las sacan a bailar sepan perfectamente quiénes son.
La cuadrilla de carnavaleros comienza a recorrer el caserío; al principio sólo los mecos, el capitán, los músicos y los organizadores conforman el tropel, pero conforme avanza el día se les van uniendo los disfrazados, tanto hombres como “mujeres”, quienes se disfrazan en lugares ocultos para que no se sepa quiénes son los verdaderos portadores del disfraz. Unos bailan sueltos, uno frente al otro, al ritmo de los sones propios del carnaval, como kuamasatl, lomeno y tsictli, entre muchos otros, y los otros toman a las respectivas parejas de las manos y de la cintura como se hace en el baile mestizo; las primeras las bailan tanto mecos como disfrazados, mientras que las segundas sólo los disfrazados. Cuando la cuadrilla de carnavaleros se desplaza de una casa a otra es seguida por un gentío, entre niños, jóvenes y adultos que no quieren perderse detalle alguno de las bromas, payasadas y demás actuaciones de los diferentes personajes.
Si el dueño de una casa acepta la compra de los mecos, proporciona sillas a los músicos para que descansen e interpreten más cómodamente los sones y otras piezas que conforman su repertorio musical; a veces también les ofrecen aguardiente, cerveza o algún refresco, mientras que a los mecos y disfrazados les obsequian naranjas, plátanos, agua y comida. Al terminar su actuación los carnavaleros, el propietario de la casa arroja dinero al suelo, que es recogido por el capitán, quien mostrándolo a todos dice: “¡mecos, mecos, nos han pagado quince mil pesos!”, agregando algunos comentarios chuscos. Existe la creencia de que en estos días el diablo posee poderes curativos, por lo que no faltan los vecinos que solicitan al capitán de los mecos un trabajo “especial” para la curación de algún enfermo de la casa, o para que no sufran ninguna enfermedad durante el año; este trabajo, llamado oxpana o “limpia”, consiste en sentar en una silla a la persona indicada, mientras los mecos y los disfrazados dan vueltas a su alrededor llevando ramas de plantas como el apasoxiuitl, y “limpiando” con ellas al paciente; a su vez, el capitán le va pasando por su cuerpo dos huevos de gallina para completar la “curación”. Para culminar la Fiesta de Mecotitla, el miércoles de ceniza se erige el palo ensebado; el palo es de álamo –antiguamente era de un árbol llamado petlakotl–, con una altura de 13 metros, y lleva en lo más alto una bandera, tiras de papel de china y una bolsa que contiene un premio económico para la persona que logre llegar hasta su cima.
Unas dos horas antes de que se oculte el sol los carnavaleros se desplazan hacia el lugar donde está el palo ensebado. Los músicos continúan tocando mientras los mecos y los disfrazados bailan al pie del palo; el capitán enciende unas candelas y las entierra a un costado y se integra al baile; cada uno de los mecos y los disfrazados pasan frente al palo y lo patean rogando que no haya accidente alguno; esta danza alrededor del palo ensebado recuerda una celebración prehispánica en la fiesta de Xocotl Huetzi, según el Códice Borbónico. Los primeros valientes se lanzan a escalar, pero es tanto el sebo untado que no logran ascender ni medio metro. Ese día nadie alcanza la cima, por lo que la fiesta se prolonga un día más. La expectación ha crecido pues el jueves es el último día de carnaval; los mecos y el capitán ya no participan, pues su estancia en la tierra llegó a su término. Finalmente, un muchacho se trepa al palo y logra llegar hasta arriba, augurando con ello un buen carnaval para el próximo año; para entonces el sol ya se ha ocultado y con él se ha ido la Fiesta de Mecotitla, a la mañana siguiente se reanudarán las labores rutinarias, habrá que ir a la milpa o a recolectar y vender naranja, y algunos otros irán de regreso a la ciudad para integrarse al trajín de la urbe.
Cómo llegar a Lomas de Vinazco
Se toma la carretera 130, que pasa por Tulancingo, Huauchinango, Xicotepec de Juárez y Poza Rica, y en el poblado de Tihuatlán se sigue la carretera que pasa por la cabecera municipal llamada Álamo Temapache, a unos 3 km se encuentra la desviación a Ixhuatlán de Madero, cruzando los poblados de Monte Chiquito, La Pedrera, San Fernando y Manantial, hasta llegar a Lomas de Vinazco; son aproximadamente 350 km. A tan sólo media hora del poblado de Lomas se encuentra Álamo Temapache que cuenta con todos los servicios.
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