Descubre el significado de lo orgánico en Jalisco
Dejándonos llevar por las sorpresas, llegamos a dos municipios jaliscienses. Lo que encontramos fue una ciudad madre de grandes artistas, en Ciudad Guzmán, y la belleza de un campo que nos reveló el significado de lo orgánico, en Tolimán.
Haremos un viaje de fin de semana desde Guadalajara. Herbey consigue una guía de viaje donde nos enteramos que al sur se encuentra una de las urbes más grandes de Jalisco: Ciudad Guzmán, “descrita por su hijo ilustre, Juan José Arreola, como ‘tierra extendida y redonda, limitada por el suave declive de los montes, que sube por laderas y barrancos a perderse donde empieza el apogeo de los pinos’”, leo en voz alta lo que dicta la guía y sin muchos peros los convenzo. Ese será el destino.
Hace calor en Ciudad Guzmán. Quizá sean los cerros que la rodean o la cercanía de la Laguna de Zapotlán o la del mar, –divago, mientras voy caminando detrás de mis amigos–.
En la plaza principal se encuentra el quiosco de cantera, pero no es uno común. Su techo sirvió de lienzo para rendir un homenaje a la obra de José Clemente Orozco, el famoso muralista, quien también es uno de los hijos preciados que ha dado esta ciudad.
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Entramos a la catedral, y observamos sus retablos dedicados a la Virgen del Rosario y a San José. Vamos de calle en calle admirando las fachadas de edificios antiguos como la del Palacio de los Olotes, que se llama así porque dicen que se construyó a partir de la venta de los huesos de maíz; y entramos a la Casa de los Postres, para llevarles un recuerdo a nuestros amigos.
Antes de regresar al hotel a descansar, pasamos al restaurante Deguzmán. Pedimos un corte de carne, una pasta y una ensalada, y compartimos todo… excepto las cervezas. Mientras platicamos sobre lo que haremos mañana, escuchamos la conversación de la mesa de junto. Hablan sobre un rancho orgánico muy grande cercano a la ciudad.
Azucena les pregunta que si nos pueden recomendar un lugar para visitar, que si ese rancho del que hablan se encuentra muy lejos…que no, no somos de aquí, que cómo adivinaron, que si se nos nota mucho lo foráneo, que gracias por invitarnos.
“¡Hasta mañana!, los esperamos en el lobby del hotel donde nos estamos quedando”. ¡Muy bien!… Sin buscarlo, ya tenemos el día siguiente destinado a conocer una granja orgánica.
Son las cinco de la madrugada y la terracería se muestra descortés ante los que intentamos dormir un poco más. Luego de muchos minutos de silencio –salvo los sonidos bruscos de las llantas contra las piedras del camino–, los murmullos dentro de la furgoneta comienzan (¡ya llegamos!).
“Es el cerro de El Petacal”, nos dice Gloria, una de nuestras nuevas amigas. Estamos ansiosos por bajar y conocer una de las granjas más grandes de México en donde hacen nacer productos orgánicos.
Al bajarnos del coche, nos percatamos de las bondades de esa tierra: un maravilloso campo verde infinito. Nos enteramos que aquí crecen espinaca, menta, alfalfa, berro, brócoli, coliflor, espárrago, gotu kola, kale, salvia, nopal, orégano, perejil, mandarina, limón y toronja.
Dentro del campo se encuentran unos diez hombres trabajando en el deshierbe de espinaca, con el equipo industrial puesto. La mayoría de ellos nacieron aquí mismo, en la Puerta de El Petacal, de la que se inspira el nombre de la granja. Esta ranchería tiene unos 200 habitantes y en su mayoría están involucrados con el rancho.
Herbey pregunta a uno de ellos -que corta hoja por hoja y les sacude la tierra- cómo saber cuándo es el momento adecuado para cosecharlas, él le responde sin dejar de hacer su faena: “cuando las hojas que se encuentran abajo, pegadas a la tierra, cambian a color amarillo”.
Sobre una tarima azul colocan las cajas naranjas, en ellas depositan las hierbas recién cortadas. Si una caja naranja tocara el piso directamente, –nos cuenta, haciendo una ligera pausa en su tarea–, todo ese cultivo se consideraría contaminado y tendría que desecharse.
Con un hermoso sol encima de nosotros y el cerro siempre vigilante acompañando nuestros pasos, pasamos por el área donde se realiza la composta a base de los residuos de alfalfa, para llegar al “kínder” de plantas, le llaman así porque aquí crecen las semillas que, después de unas semanas, serán plántulas, pequeños y saludables retoños de hierbas como menta o perejil, que se trasplantarán al campo cuando llegue el momento.
Nos invitan a ver cómo sembrar una plántula y por un momento nos volvemos aprendices del campo:
Paso 1.-haces un hoyito en la tierra.
Paso 2.- colocas la plántula.
Paso 3.- entierras la plántula y aprietas con tus dedos la tierra hasta que quede firme.
Me gusta pensar que las plántulas que sembré crecerán sanas con los cuidados de los campesinos y las vitaminas orgánicas que produce la granja.
Al concluir el día nos enteramos de que los productos de la granja terminan convertidos en cápsulas y suplementos.
Regresamos a Ciudad Guzmán por la noche, con un montón de nuevas imágenes, aprendizajes y nuevas amistades. Mientras cenamos, nos preguntamos quiénes serán los autores de los ingredientes que estamos consumiendo y pienso en El Petacal, en la bondad de la tierra y en el gran trabajo que hacen los mexicanos del campo.
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