Júpare y Tórim, rincones indígenas de Sonora
México ocupa el segundo lugar mundial en cuanto a diversidad cultural con 62 grupos étnicos, después de la India que tiene 65, todos con lengua propia. Solo en Sonora se hablan ocho lenguas, (algunas en peligro de extinción), aunque no es el caso, del mayo y del yaqui.
Texto: México ocupa el segundo lugar mundial en cuanto a diversidad cultural con 62 grupos étnicos, después de la India que tiene 65, todos con lengua propia. Solo en Sonora se hablan ocho lenguas, (algunas en peligro de extinción), aunque no es el caso, del mayo y del yaqui. Muchas manifestaciones de la cultura indígena son atractivas para los visitantes del país y del exterior, por la tradición milenaria, por la belleza de su arte y artesanías, por la multiplicidad lingüística, por la vestimenta y máscaras, por la gastronomía “exótica”, por las festividades (algunas de fama mundial, como el Día de Muertos en Janitzio o la Semana Santa cora, en Jesús María).
El carácter recio de los indígenas pudiera confundir al forastero. Por ello, destaco la existencia de 12 centros de cultura en otros tantos poblados en el estado de Sonora; los crearon y los manejan los propios habitantes y su vocación de cultura popular los predispone a la apertura a las visitas. En principio, no han sido pensados para el turismo sino para ellos mismos, son espacios íntimos, de su identidad particular, incluso con altares y otras significaciones religiosas sincréticas. Valgan dos botones de muestra, en las principales etnias sonorenses; el primero es Júpare, municipio de Huatabampo, pequeña comunidad mayo cuyo centro de cultura lo dirige el promotor Antolín Vázquez (mayo, por supuesto). Frente al centro se encuentra una iglesia rudimentaria y en el exterior unas campanas solitarias colgadas muy cerca del suelo, con una pequeña cruz de remate. El centro de cultura –modesto, pero muy significativo– ostenta los estandartes y banderas de sus diversos gremios, expuestos en un lugar de honor.
Tiene la reproducción de una cocina tradicional mayo, lograda con maestría museográfica: una prueba de la integración de la cultura y sabiduría indígenas con la biodiversidad y todo el entorno natural; es de barro crudo, moldeada con las manos sobre una especie de mesa de madera, con cuatro patas de palo. Contiene también una muestra de pintura de un artista local y otras piezas en exposición: rosarios y máscaras zoomorfas monstruosas, hechas de pieles diversas de animales domésticos y silvestres. Algunos cuadros y artesanías están a la venta. El centro presenta una parte de nuestro patrimonio cultural plástico, tangible. Pero tuve mucha suerte: el hijito de 5 años de Antolín y los músicos de acompañamiento estaban dispuestos para ejecutar la danza de El venado, que ahora sería del venadito. Una tradición de raíces ancestrales efectuada por un pequeño experto que ha danzado en el Distrito Federal, Arizona y en California.
El niño estaba ataviado de acuerdo a la tradición, con pantalón y camisa blancos, como lo acostumbran los mayos (a diferencia de los yaquis, que danzan El venado con el torso desnudo y una especie de rebozo enrollado en la cintura). Tenía sonajas en las manos, hechas de vegetales, un cinturón con pezuñas de venado y en los tobillos lucía unos tenábaris (capullos secos de mariposas con piedritas dentro y que hacen las veces de sonaja). Lo acompañaban con música singular dos adultos, uno con un “raspador” de palo fierro que producía un sonido parecido al güiro, y otro con algo mucho más raro: unas jícaras volteadas boca abajo flotando sobre agua, dentro de unas cubetas, que se les golpea con un palo y un profundo sonido respondía a la percusión. Otro niño alternó con el venadito. Se trataba de Pascola, danza muy arraigada entre los mayos. Usaba una máscara negra de madera, de la que salía pelo largo.
Júpare se localiza a menos de una hora al suroeste de Navojoa, pasando por Etchojoa; en este último pequeño poblado hay un notable museo privado cuyo dueño, el antropólogo Leonardo Valdés, permite la visita a ciertas horas. Es una vasta colección etnográfica, sobre todo de máscaras mayos, y muchas piezas de otras partes del país que hacen de su hospitalaria casa un lugar único e inolvidable. Otra comunidad de interés es Masiaca, a media hora de Novojoa, al sureste, por terracería; en esa ranchería mayo hay un centro de cultura donde venden hermosos objetos de arte popular: textiles de lana cruda procesada a mano con antiguos métodos artesanales, teñidos con tintes naturales del campo, entre ellos bolsas de mano –de boca estrecha como jarro– con gamas de colores café, beige, sepia, ladrillo, todos del desierto; huaraches, sillas de sauce, taburetes de tiras de madera entrelazada, cinturones piteados y bolsas de fibras vegetales.
Otro botón de muestra es el pueblo yaqui de Tórim, localizado a unos tres cuartos de hora al noroeste de Ciudad Obregón, cuenta con una iglesia colonial de sólidos muros de piedra (pero sin techo), también con su propio centro de cultura que alberga trabajos artesanales. Llama la atención un antiguo panteón con tumbas chinas; aunque ya no existe, hubo población china en Tórim cuya herencia se refleja en los monumentos funerarios del camposanto que nos remiten al Lejano Oriente.
Fuente: México desconocido # 302 / abril 2002
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