Los murales teotihuacanos, Estado de México
No es exagerado decir que Teotihuacan era una ciudad totalmente pintada. Se ha encontrado, incluso, que algunos pisos lo estuvieron con diferentes motivos.
Olvídate de la rutina y escápate:
Pahua, un restaurante con gastronomía consciente en Valle de Bravo
Pero vayamos por partes. En primer lugar tenemos que resaltar que quienes se dedicaban a esta tarea debieron de tener una preparación especial que los capacitaba para escoger los pigmentos y aplicarlos sobre los muros pulidos. Por otra parte, la calidad del trazo y la armonía del mural, unidos a la captación de determinados motivos, ya fueran aves, felinos, plantas o dioses, resultan realmente impresionantes. Podemos pensar que debieron de existir escuelas en las que se formaban auténticos escultores y pintores. Para acercarnos a la expresión pictórica teotihuacana lo primero que debemos hacer es olvidarnos de los cánones occidentales. La cultura teotihuacana utilizó sus propios principios, estilos y características para expresarse.
Veamos los pasos que seguía un pintor para la realización de su obra. En primer lugar, el trabajo se le en co men da ba por parte de quien habitaba el palacio. Seguramente desde este momento se establecía el motivo principal que quedaría plasmado en la pared. No sería extraño que el artista presentara algunos bocetos en papel de amate para la consiguiente aprobación. Una vez acordado lo anterior, se ponía manos a la obra.
El artista tendría que pulir perfectamente la superficie a pintar. Un buen conocimiento de los aplanados era indispensable para lograrlo. Se han encontrado pulidores de piedra con los que obtenían la tersura del muro por medio de un fino estuco, hecho a base de cal, que serviría de base para extender sobre él los motivos. Una vez preparado se pasaría a la siguiente fase: hacer el trazo con líneas negras de todo el diseño. Lo anterior podemos observarlo, por ejemplo, en el mural de las aves en vuelo del Palacio de los Caracoles Emplumados; ahí se advierte claramente este trazo en partes donde se ha caído el color. Una vez logrado el bosquejo se procedía a colocar los pigmentos según se requiriera.
Los colores eran, la mayoría de las veces, de origen mineral. El artista debía seleccionar las piedras que le proporcionaran los distintos colores. Esta materia prima se trituraba hasta convertirla en polvo, que a su vez se mezclaba con algún aglutinante especial. De acuerdo con estudios que se han realizado en los murales de sitios como Cacaxtla, parece ser que un buen aglutinante fue la goma del nopal. Los colores más utilizados en la paleta teotihuacana fueron rojo, en primer lugar, verde, azul, ocre, naranja con distintas tonalidades y negro. La mezcla que se hacía del aglutinante con el pigmento seguramente obedecía a la experiencia del artista.
Ya escogidos los colores, se empezaba a pintar. No hay duda de que se utilizaron pinceles, si bien por los materiales con que se fabricaban no ha sido posible reportarlos arqueo ló gicamente. Otro aspecto interesante se desprende del uso, cuando era necesario, de una espina de maguey y un hilo para trazar un círculo perfecto. Esto lo vemos en el Palacio de los Caracoles Emplumados, en el adoratorio que está frente a él y que presenta una pared blanca con círcu los rojos. Al excavar este edificio, en 1963, pudieron observarse dichos círcu los, en cuyo centro se notaba muy bien una pequeña perforación y en los bordes la marca para de limitarlos.
Una constante en los murales teotihuacanos es que los motivos principales siempre están rodeados por una cenefa que les sirve de marco, con motivos que van a tono con los primeros. Por fortuna, contamos con muchos ejemplos de esto. Otro aspecto interesante es la composición de los murales. En el caso del llamado Tlalocan de Tepantitla vemos que en la parte inferior se halla la conocida escena donde hay personajes pobremente ataviados que juegan, nadan, etcétera, junto a parcelas cultivadas. Se trata, como ya se dijo, de una escena rural de gente sencilla, es decir, de un nivel terrestre. En la parte superior de la pared tenemos el nivel celeste representa do por una figura central que tiene atributos del dios del agua, Tláloc, con un enorme tocado de ave con largas plumas verdes. Las manos abiertas a ambos lados dejan caer dones a la tierra. Resulta importante observar que debajo del dios hay semillas de diferentes plantas, resguardadas en el interior de lo que podría interpretarse como una montaña. Esto nos hace recordar la montaña sagrada en donde se esconden los granos del maíz, celosamente guardados por los tlaloques, ayudantes de Tláloc. Por cierto, estos personajes aparecen a los lados del dios, caminando sobre la tierra en donde crecen las plantas. Esta distribución del mural era muy importante, pues se trataba de presentar determinadas ceremonias o características específicas, por lo que cada cosa debería estar en su lugar. El conocimiento que el pintor tenía de su propia religión y la supervisión que seguramente recibía por parte de quienes encargaban la obra, debió ser muy amplia y determinante.
Desglosemos ahora un mural teotihuacano. Para ello hemos escogido el que se encuentra en el patio posterior del Palacio de las Mariposas, en el Patio de los Jaguares. Se trata de motivos pintados sobre el talud del vestíbulo de dos aposentos. Pongamos atención en la esquina noroeste del vestíbulo, en donde se observa un magnífico mural con la representación de un fe li no caminando, que con una de las patas delanteras toma un caracol adornado con plumas verdes. El caracol emite sonidos, como lo demuestran las vírgulas que salen de él. El lomo del animal se halla recubierto de conchas en tonos verdes y rosas. La cenefa que rodea estos motivos consiste en rostros del dios Tláloc en medio de un corte de caracol o estrella, alternándose con lo que parecen ser tocados con tres gotas de sangre y plumas verdes. Ahora bien, ¿qué quiso representar aquí el artista? Seguramente se trata de una ceremonia por medio de la cual se pretende atraer la lluvia. La presencia de Tláloc en la cenefa es muy significativa, así como el caracol que hace sonar y las conchas –símbolos de fertilidad– que adornan el lomo y la cola del felino.
Vemos en los diferentes murales de Teotihuacan la presencia constante de rituales relacionados con la tierra, el agua, la lluvia, la fertilidad, etcétera. En otro aposento del palacio de Tepantitla, atrás del mural del Tla locan, tenemos un interesante ritual en el que se ve a un sacerdote pro fu sa mente ataviado que porta una pequeña bolsa de la cual saca semillas que arroja a la tierra. El tocado del personaje corresponde a un coco dri lo, que como sabemos significaba, en el México pre hispá nico, “tierra”. Se trata de un ritual al mo mento de iniciar la siembra. También hay murales en que se presenta a Tláloc arrojando las semillas y en otro recolectando la cosecha de maíz. En fin, que un pueblo agrario como el teotihuacano tenía necesidad de la bondad de los dioses para que no hubiera escasez de alimentos.
Sin embargo, tenemos muchos otros motivos en las pinturas que cubren la vieja ciudad. Hay representaciones de enfermos, como las dos figuras encontradas en las jambas de Ate telco, en donde se ve la enfermedad conocida como pie bot y los ya señalados que se observan junto a los marcadores del juego de pelota en Tepantitla. Hay que hacer hincapié en que la enfermedad no era vista como lo hacemos hoy, sino que revestía características especiales. Baste decir que el Sol, que con su movimiento hace posible el día y la noche, fuente de energía, era un dios enfermo. También hay escenas rituales en las que un sacerdote ataviado de felino y con un cetro en la mano se encamina hacia un templo (Te ti tla). Por otro lado, vemos figuras de guerreros jaguares, águilas y coyotes, como en Atetelco. Pumas de color naranja tienen frente a sí corazones de forma trilobada (Tetitla). En La Ventilla se han encontrado cuchillos curvos de sacrificio con corazones, muy similares a los anteriores, que manan sangre. Y qué decir del mural conocido como de los Animales Mito lógi cos encontrado en la Calle de los Muertos, en donde vemos serpientes empluma das frente a felinos (jaguares, pumas), así como peces dentro de una corriente de agua.
Un tema muy peculiar es aquel encontrado en Tetitla, donde se ve a un individuo sumergido en el agua colectando conchas que guarda en una especie de red. En este mismo lugar tenemos la impresionante representación de aves que se ven de frente con las alas abiertas y grandes garras. No podemos dejar de mencionar el mural en el que se observa un sacerdote con toda su vestimenta rodeado de marcas de pies, lo que parece ser una danza con los pasos a seguir. Igualmente destaca el mural de La Ventilla, donde un puma camina junto a un individuo con el rostro pintado de amarillo. Cerca de ahí tenemos la figura de lo que podría ser un cerro o cueva con una estrella en su interior, símbolo de Venus.
Hemos dicho que el teotihuacano pintó hasta los pisos de sus habitaciones. Esto es cierto, pues se cuenta con ejemplos en los que hay diversas figuras plasmadas en ellos. En Tetitla vemos lo que parecen ser huellas de felinos en el piso de un pequeño aposento; en La Ventilla se encontró un personaje en tonos rojos pintado en el piso de un pequeño patio. El individuo parece estar bailando y porta una máscara sobre el rostro, al tiempo que punza su pene, del que manan gotas de sangre que a su vez bañan a unas plantas de maguey. En este mismo conjunto, en un patio con un altarcillo en su centro, se localizó un buen número de glifos dentro de una retícula, todos pintados de rojo.
Destacan las tres representaciones de aves, dos de ellas en sus nidos, y el colibrí, con su largo pico, que es de una belleza impresionante. El rostro de un anciano, una espina de maguey clavada en una base, una ma za cóatl o serpiente-venado, un cráneo humano, la cabeza de un jaguar, en fin, toda una gama de figuras, algunas de ellas formadas por tres elementos separados, parecen indicar la escritura glífica teoti hua cana. Y no podía faltar el error humano: junto a algunos de estos gli fos se ve que al artista se le derramó la pintura, quedando ésta salpicando el piso…
Como se puede ver, la pintura mural teotihuacana es una fuente ina gotable para el conocimiento de su sociedad. Desde aspectos de diferenciación social, religiosos y mí ti cos, hasta la presencia de vestimenta, enfermedades y escritura, todo nos permite penetrar un poco más en el conocimiento de una cultura que supo plasmar magistralmente los actos de la vida cotidiana y la acción de los dioses en los muros de su ciudad.
¿Quieres escaparte a Estado de México? Descubre y planea aquí una experiencia inolvidable