Los valientes clavadistas de La Quebrada
Acapulco es uno de los destinos más consentidos de los viajeros. Y los valientes clavadistas de La Quebrada son unos de sus protagonistas.
Los clavadistas de La Quebrada son una de las razones por las que muchos viajeros se reúnen a ver las puestas de sol. Y es que admirar la valentía de hombres-pájaro que surcan el aire es un clásico ya del puerto de Acapulco.
La ilusión de volar en Acapulco
Chivirín, cucucha, mirlo, zanates y pericos son parte de la variedad de aves que atraviesan el cielo de Acapulco. Durante muchos años permaneció siendo un misterio cómo estos animales lograban sostenerse suspendidos. Fue Leonardo Da Vinci y su Estudio sobre el vuelo de los pájaros la aproximación más antigua (siglo XV) y apegada a lo científico con la cual se intentó no solo averiguarlo, sino reproducirlo: que el hombre volara… sin conseguirlo.
Los clavadistas de La Quebrada tienen nombre
Jorge Antonio Ramírez López, Genaro Sánchez Méndez, acapulqueños, jóvenes, atraviesan el viento a diario, bordeando una montaña crispada, áspera y antigua: La Quebrada. Los observadores llegan en punto a verlos prepararse, trepar hacia la punta para luego atestiguar por tres o cinco segundos su metamorfosis de hombre a pájaro.
Desde el punto más alto de la montaña, a 35 metros del mar, el aire es impasible y frente al altar de la Virgen de Guadalupe, Reina de los Mares, que lo mira tras un vidrio. Jorge Antonio se persigna y se prepara: “Ya cuando estoy en esa piedra, visualizo el clavado, me imagino volando”.
Las hazañas de los clavadistas de La Quebrada
Imitan a un pájaro en su vuelo. Rompen el aire, el miedo, brincan. Rodillas al pecho, brazos abiertos, pies en punta, giran. Brazos al frente, manos en puño, “para romper el agua”. Atraviesan el aire. Las miradas lo siguen. Solo hay silencio.
Repunta la ola, de izquierda a derecha. Penetran exacto, en la cresta más alta. Se detiene el tiempo. Son una hoja de otoño, una lanza, un alcatraz que pesca para atrapar alimento y vuelve a salir a flote. Ellos, los clavadistas, atrapan la atención, los aplausos.
La historia de los clavadistas de La Quebrada
Esta transfiguración la repiten a diario, como show o entrenamiento y sus carreras pueden durar hasta 35 o 40 años. Para lograr este salto, Jorge y Genaro pasaron, por lo menos, 5 años entrenándolo con sus padres, tíos y vecinos, pues ser clavadista en este sitio es también una tradición familiar, de 85 años atrás, propia de los barrios aledaños a la zona: Calle Lerdo de Tejada, Tepetates, Adobería, Poza y Pocita.
Jorge Mónico Ramírez Vázquez, vicepresidente de la Sociedad de Clavadistas de La Quebrada Acapulco, cuenta que los vecinos de estos barrios, desde hace más de 85 años, salían a pescar a las piedras. A veces, se atoraban y perdían anzuelos; tratando de rescatarlos, nadaban y buceaban y, entre juego y juego, se desafiaban entre ellos para ver quién se tiraba desde más alto.
Así escalaron hasta aventarse desde los 35 metros, “a puro valor, no tenían técnica”. Era una competencia. Y fue adquiriendo fama. El primer hombre en lanzarse de la parte más alta del acantilado fue Rigoberto Apac Ríos, lo dice una placa frente al lugar. Cada año, el 23 de noviembre se conmemora el surgimiento de esta tradición con una fiesta de tres días.
Y aunque reúne, cada vez, gran cantidad de público, pocos se animarían a realizarlo. La motivación, aseguran, está en la posibilidad (mayor) de tener éxito, del logro. Y, por supuesto, la de ser visto, volando, junto a la puesta del sol.
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