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Mikílthuitl: la fiesta de los muertos en Chilac, Puebla

Puebla
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© Francisco Palma

Con gran fervor y cariño se vive el Día de Muertos en San Gabriel Chilac, en el estado de Puebla.

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El mikílthuitl, la fiesta de los muertos

Con gran fervor y cariño se vive el Día de Muertos en San Gabriel Chilac, en el estado de Puebla. Durante estos días las familias han preparado las ofrendas en las casas, donde el pan, las ceras, la sal, el agua, las flores y los alimentos se colocan en la mesa para acompañar a los difuntos, quienes regresan desde el mictlán por un día.

Francisco Palma

Todo comienza desde un mes antes, con la reparación de las cruces que están en el panteón. En Chilac se acostumbra colocar una cruz de madera en las tumbas, estas son muy elaboradas y son hechas por carpinteros. Con el paso del tiempo se deterioran y resulta necesario llevarlas con quiénes trabajan la madera para un retoque de barniz y del nombre del difunto.

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Llegan los muertos

Para los chileños, la llegada de los difuntos comienza el 28 de octubre, este día arriban las almas de quienes murieron por accidente y comienza, en algunas casas, la colocación de ofrendas o tlamana, cómo se dice en náhuatl, lengua que se habla en este pueblo. Unos días después, el 31, se recibe a “los angelitos” son todos aquellos niños, jóvenes menores de edad o personas que murieron sin casarse. En cada caso las almas llegan al medio día y se van a la misma hora del día siguiente.

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El día más esperado es el 1 de noviembre. Es cuando regresan la mayoría de los difuntos. A las doce en punto suenan las campanas en la parroquia, es la señal para comenzar a recibirlos. Muchas casas lucen el tradicional camino de pétalos de cempasúchil para guiar el camino del familiar, desde la calle hasta el interior del que fuera su hogar. En otros casos, algunas personas salen a la calle para sahumar el ambiente y llamar a sus difuntos, nombrandolos como si les pasarán lista para después llevarlos, poco a poco, con rezos, hacia adentro.

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Los altares

Cada familia recibe a sus muertos con una ofrenda donde colocan flores, ceras, agua, sal, pan y la comida que le gustaba a la persona, algunos de los platillos pueden ser mole de guajolote o tamales de frijol. Tampoco puede faltar el sahumador con copal o incienso que se mantiene prendido, inundando con su humo y aroma el altar. En el caso de las ofrendas de “angelitos” todo se coloca “en diminutivo”, es decir en porciones más chicas. Además se colocan dulces, chocolates y juguetes. Tampoco puede faltar el retrato de la persona.

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Cada elemento tiene su significado, por ejemplo, la cera es la luz que guía a las almas en su camino desde el inframundo hasta la casa, la sal es colocada para que el alma se purifique y no se corrompa, el agua alivia la sed del difunto pues ha hecho un largo camino de regreso, el humo del copal purifica el ambiente, pero es también el vehículo de comunicación con el alma, al sahumar se le abraza y se piensa que mediante el humo las plegarias suben al cielo, en una comunicación con Dios para que tenga “en bien” a sus difuntos.

En San Gabriel Chilac se tiene por costumbre poner parte de esta ofrenda en tenates y canastas. Los tenates son cestos tejidos de palma, altos y estrechos. Dentro de ellos se coloca pan, un florero, fruta y cera. Cuentan las personas que estos canastos sirven para que los difuntos se llevan su ofrenda con ellos.

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El pan

Para esta fecha, las panaderías locales preparan los panes rituales para la ofrenda. El pan conejo es uno de los más buscados, es un pan redondo y plano, con cuatro patitas por las cuales se le nombra de esa forma. Se puede encontrar solo o con azúcar rosada, en este sentido, la panadería María Luisa es una de las más tradicionales.

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Otro de los panes es la hojaldra, en el caso de la panadería El Sagrario, de Álvaro Ortega y Aída Martínez, puede ser de naranja o de nuez. Es un pan que toma forma redonda o de bolillo y puede adornarse con flores, con huesitos o con el nombre del finado. Se prepara en varios tamaños desde pequeños de 100 gramos hasta grandes de 2 kilos.

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Las ofrendas nuevas

Yancuicatonalli es el nombre náhuatl con el cual se conoce a las ofrendas nuevas. Estas son puestas en honor de quienes fallecieron durante el último año y se caracterizan por tener presentes más abundantes que las ofrendas normales. Pero el elemento principal, por el cual se distinguen, son las ceras adornadas. Víctor Sánchez es uno de los artesanos del pueblo dedicados a ornamentar estas velas largas, cuenta que “antes se adornaban con papel china y crepé, ahora es con flores sintéticas”.

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Es tradición colocar en las ceras el nombre del difunto. Además, en los yancuicatonalli suelen juntarse varias ceras de este tipo, pues familiares y amigos regalan una a los deudos como símbolo del respeto y cariño que le tenían a quién se adelantó al más allá.

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Compartir la ofrenda

El día de muertos es una fecha muy especial para las personas de Chilac, es un evento que reúne a las familias, que propicia el regreso de hermanos, hijos y demás familiares que han migrado y llegan para ayudar en la preparación de alimentos y ofrendas.

Después de recibir a las almas las familias permanecen reunidas junto al altar y atienden la visita de amigos y familiares que llegan a presentar respetos por él o los difuntos, entregando una cera o una canasta con ofrenda. En agradecimiento se les invita de comer mole de guajolote. Así, con el constante acompañamiento se pasa el tiempo con los muertos, se rezan rosarios, en algunos casos se les llora y se les recuerda con amor.

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Algunas personas contratan los servicios de una rezandera, quién promulga los rosarios y canta versos en latín acompañada de un teclado electrónico, una adaptación moderna de los antiguos armonios que se tocaban en estas fechas, y del cual ya solo un par de personas llegan a tocar en ocasiones muy especiales. Todo esto se da en un espacio muy íntimo, muy familiar, que continúa toda la tarde y parte de la noche.

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Inicia la despedida

A las 5 de la mañana del 2 de noviembre muchas familias acuden a la misa en el atrio de la parroquia del pueblo. Llegan con sus canastas, tenates y ceras encendidas como si con ellas trajeran a su difunto a oír misa. Es un momento muy bello, donde los rostros se iluminan con las tenues flamas de las velas, que multiplicadas por cientos, alumbran el atrio y la fachada barroca del templo.

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Al terminar la liturgia inicia el peregrinaje hasta el otro lado del pueblo, para llegar al panteón y pasar el resto de la mañana en la última despedida. Para entonces las cruces ya han sido restauradas por los carpinteros y colocadas uno o dos días antes en las tumbas, ya solo se enflora el lugar con pétalos y flores de cempasúchil.

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Poco a poco el camposanto se llena. En los pasillos se escuchan versos en latín, en náhuatl y en español, son los últimos rezos, algunos acompañados con el teclado electrónico de las rezanderas. Mientras tanto, en otros lados resuenan las trompetas y los violines, con la algarabía de los mariachis. Lo mismo hay fiesta y alegría, que tristeza y llantos cuando el difunto es reciente.

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Acompañar a los muertos contra en olvido

Bajo los techos de lámina que tiene la mayoría de las tumbas, las familias se protegen ante el intenso calor y sol de la región. Ya quedan pocos techos de carrizo, ahora se prefieren materiales modernos. Pero eso es lo de menos, se está aquí para despedir a los familiares, así que se colocan en las tumbas las canastas y tenates con ofrenda, sí, los mismos que estuvieron antes en las casas. Se les lleva hasta allá a los muertos para que les cueste menos llevarlas con ellos, para que tengan alimento hasta el último momento.

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Poco antes del medio día el pasillo central del panteón está abarrotado y los breves caminos entre tumba y tumba apenas conceden espacio para acomodarse, para seguir platicando, acompañando, celebrando. De pronto, un racimo de cohetones estalla en el cielo, indican que ya son las 12, es hora en que las almas deben partir a su lejana morada, ya han gozado de la comida y el festejo que les ha brindado su familia. Algunos comienzan su despedida, otros más la alargan por varias horas.

Sin embargo, poco a poco se vacía el panteón, las familias regresan a sus casas, ya han cumplido con la tradición de este año, no han permitido que el olvido envuelva a sus difuntos, en un ciclo más, que seguirá cumpliéndose mientras exista el recuerdo amoroso de quienes dejaron esta vida.

Francisco Palma
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autor Escritor y fotógrafo. “México es muchos Méxicos” y en cada uno de ellos busca aprender algo nuevo.
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