Sierra de la Laguna: un paraíso darwiniano
Entre el Mar de Cortés y el Océano Pacífico, al borde del Trópico de Cáncer, en la península de Baja California, existe una verdadera “isla de nubes y coníferas” que emerge del vasto y desolado desierto bajacaliforniano.
Este extraordinario paraíso “darwiniano” tiene su origen en las últimas fases del Pleistoceno, época en la que las condiciones climáticas permitieron el desarrollo de una verdadera “isla biológica”, que se localiza en un sistema montañoso de origen granítico compuesto por la Sierra de la Trinidad, un gran macizo que abarca la Sierra de la Victoria, la de la Laguna, la de San Lorenzo, las cuales están separadas por siete grandes cañones. Cinco de estos cañones, el de San Dionisio, el de la Zorra de Guadalupe, el de San Jorge, el de Agua Caliente y el de San Bernardo, conocido como Boca de la Sierra, los encontramos en el vertiente del Golfo, y los otros dos, el de Pilitas y el de la Burrera en la del Pacífico.
Este gran paraíso ecológico cubre una superficie de 112 437 ha y recientemente fue declarado Reserva de la Biosfera “Sierra de la Laguna”, con el fin de proteger la flora y la fauna que en él habitan, porque gran parte se encuentra en peligro de extinción.
Nuestro primer encuentro en el sitio fue con la selva baja caducifolia, y con los matorrales y cactus gigantes. Infinitas planicies y laderas están cubiertas por este interesante y espectacular ecosistema, que se desarrolla desde los 300 hasta los 800 m snm y alberga cerca de 586 especies de plantas, de las cuales 72 son endémicas. Entre las cactáceas pudimos ver saguaros, pitayas, chollas con y sin espinas, cardón barbón y viznagas; vimos también agaves como el sotol y el mezcal, y árboles y arbustos como el mezquite, el palo blanco, el palo verde, el torote blanco y el colorado, la joroba, el epazote y el datilillo, yuca que caracteriza la zona. Esta vegetación es hogar de codornices, palomas, carpinteros, queleles y halcones caracara. A su vez, los anfibios, las lagartijas y las serpientes como la víbora de cascabel y la chirrionera habitan la zona de selva baja.
Conforme recorríamos la terracería hacia la Burrera, la vegetación fue cambiando y el paisaje era más verde; las ramas de los árboles con sus flores amarilla, rojas y violetas contrastaban cada vez más con la rigidez de los cactus. En la Burrera cargamos las bestias con el equipo e iniciamos la caminata (éramos 15 en total). Conforme íbamos ascendiendo el camino se hacía más angosto y empinado, lo que dificultaba el tránsito de los animales, y en algunos lugares se tenía que bajar la carga para que pudieran pasar. Por fin, después de cinco horas de extenuante caminata llegamos al Palmarito, también conocido como el Ojo de Agua por el arroyo que corre en el lugar. En este sitio el clima era más húmedo, las nubes corrían sobre nuestras cabezas y nos encontramos con un gran bosque de encinos. Esta comunidad vegetal se localiza entre la selva baja caducifolia y el bosque de pino-encino, y por la topografía tan pronunciada del terreno es la más frágil y la más fácil de erosionar. Las principales especies que la componen son el encino roble y el guayabillo, aunque también es común encontrar especies de la selva baja como el torote, la bebelama, el papache y el chilicote.
Conforme avanzábamos el paisaje era más espectacular, y al llegar a los 1200 m snm a un lugar conocido como La Ventana, nos encontramos con una de las vistas más hermosas de nuestro país. Las serranías se sucedían una detrás de otra pasando por todas las tonalidades de verdes imaginables, y en el horizonte nuestra vista topaba con el Océano Pacífico.
Durante la ascensión, uno de nuestros compañeros empezó a sentirse mal y al llegar a La Ventana no pudo dar un paso más; se desplomó víctima de una hernia discal; ya no sentía las piernas, sus labios estaban morados y el dolor era fortísimo, por lo que Jorge le tuvo que inyectar morfina y Carlos lo tuvo que bajar a lomo de mula.
Después de este grave accidente continuamos con la expedición. Seguimos subiendo, pasamos la zona de los encinos y a los 1 500 m snm nos encontramos con el bosque de pino-encino. Este ecosistema es el que domina las alturas de la sierra hasta un punto conocido como el Picacho, que está a 2 200 m snm y desde donde en un día despejado se pueden ver el Océano Pacífico y el Mar de Cortés al mismo tiempo.
Las principales especies que habitan en esta zona son el encino negro, el madroño, el sotol (especie de palma endémica) y el pino piñonero. Estas plantas han desarrollado estrategias adaptativas como raíces bulbosas y tallos subterráneos, para sobrevivir a las seguías de abril a julio.
La tarde estaba cayendo, los cerros se pintaban de dorados, las nubes corrían entre ellos, y las tonalidades del cielo iban de los amarillos y anaranjados hasta los violetas morados y azules de la noche. Continuamos caminando y después de unas nueve horas llegamos a un valle conocido como la Laguna. Los valles forman otro interesante ecosistema de esta región y por ellos corren pequeños arroyos donde habitan miles de ranas y aves. Se cree que en el pasado estuvieron ocupados por una gran laguna, la cual ya no existe aunque aparece marcada en los mapas. El más grande de estos valles es el conocido como la Laguna, abarca 250 ha y está a 1 810 m snm; otros dos importantes son la Chuparrosa, a 1 750 m snm y con una extensión de 5 ha, y el conocido como la Cieneguita, cercano a la Laguna.
Por lo que respecta a las aves, en toda la región de los cabos encontramos 289 especies, de las cuales 74 viven en la Laguna y 24 de éstas son endémicas de dicha zona. Entre las especies que allí viven tenemos al halcón peregrino, el colibrí de Santus, endémico de la sierra, y el pitorreal que vive a sus anchas en los bosques de encino.
Por último, podemos decir que aunque no los vimos, en esta región habitan mamíferos como el venado Bura, en peligro de extinción por la cacería indiscriminada, el ratón piñonero, endémico de la región, un sin fin de roedores, musarañas, murciélagos, zorras, mapaches, zorrillos, coyotes y el león de montaña o puma.
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