Templos barrocos de Tlaxcala
La combinación de un estilo académico y la interpretación indígena dio como resultado insólitos matices de singular armonía y colorido dentro del Barroco.
Muy cerca de la capital de Tlaxcala, en el centro del estado, existe al menos una docena de templos barrocos dignos de admiración y de estudio. Situados la mayoría junto a las carreteras que comunican a las capitales tlaxcalteca y poblana, son de fácil acceso para los visitantes, y sin embargo permanecen ignorados. Los viajeros que pasan por la región y que muestran interés por la arquitectura colonial tlaxcalteca rara vez oyen hablar de otros templos que no sean el Santuario de Ocotlán y el ex Convento de San Francisco, maravillas arquitectónicas sin lugar a dudas, pero no las únicas.
Un recorrido por doce de estas iglesias (Santuario de Ocotlán, San Bernardino Contla, San Dionisio Yauhquemehcan, Santa María Magdalena Tlatelulco. San Luis Teolocholco, San Nicolás Panotla, Santa Inés Zacatelco, San Antonio Acuamanala, Santo toribio Xicohtzinco, Santa María Atlihuetzia, Santa Cruz Tlaxcala y la Parroquia Palafoxiana de Tepeyanco) en compañía de mis amigos de turismo del estado, nos dará una amplia visión de los distintos elementos estilísticos del conjunto arquitectónico. Cabe señalar que existen otros templos barrocos en el estado y que el estilo barroco se extiende a edificios que ahora son civiles o a capillas que formaron parte de las haciendas pulqueras, ganaderas o de beneficio que se desarrollaron en Tlaxcala.
La región de Puebla-Tlaxcala tuvo una gran importancia económica, política y religiosa durante los siglos XVII y XVIII. Este esplendor propició una considerable actividad constructiva que hasta la fecha puede apreciarse no sólo en sus capitales, sino en ciudades poblanas como Cholula y Atlixco.
El barroco, como estilo asumido por la jerarquía católica para la representación de sus múltiples imágenes, encontró en la Nueva España un impulso vigoroso, alimentado por la creativa y abundante mano de obra indígena. En América el barroco adquirió matices inesperados, producto de un sincretismo entre la cultura española, las raíces indígenas y las influencias africanas. En México, y particularmente en la región poblano-tlaxcalteca, la huella del indio quedó plasmada en los templos incluso después de dos siglos de colonización. Tal vez el ejemplo más característico sea la iglesia de Santa María Tonantzintla, al sur de Cholula, con sus yeserías policromadas que compiten en profusión de elementos con el follaje dorado de la Capilla del Rosario en Puebla.
En Tlaxcala los indígenas no se quisieron quedar atrás y también labraron sus bóvedas policromadas en el Camarín de la Virgen, en Ocotlán, el bautisterio del templo de San Bernardino Contla, y la sacristía del templo de San Antonio Acuamanala, entre otros espacios. La combinación de un estilo oficial y académico impulsado por los criollos, y uno popular y espontáneo ejecutado por indígenas o mestizos, será la característica que imprima insólitos matices, a veces contradictorios pero de curiosa armonía, a los templos barrocos tlaxcaltecas.
Describir aun en forma somera los doce templos que visitamos, demandaría mucho espacio y nos obligaría a constreñir la narración, por lo que creemos más apropiado hablar de las convergencias y divergencias del conjunto, para que así el lector tenga una idea general de los espacios arquitectónicos que le sea útil cuando decida apreciarlos con sus propios ojos. A excepción de uno de los doce templos, el de Tepeyanco, todos los demás tienen la orientación de su crucero hacia el oriente, la dirección de Jerusalén, donde fue crucificado el Redentor. Por consecuencia, sus fachadas miran hacia el poniente. Esta característica hace que la tarde sea el mejor momento para fotografiarlos.
Hay una rasgo muy interesante y de profundo impacto plástico en las fachadas de algunos de estos templos: el empleo de la argamasa, fabricada con cal y arena y aplicada a un núcleo de mampostería. Junto con el Santuario de Ocotlán, comparten esta técnica los templos de San Nicolás Panotla y Santa María Atlihuetzia. La técnica proviene de la arquitectura andaluza y tiene su origen en los países árabes.
El contraste de estilos en las fachadas es evidente, combinándose elementos barrocos con frontis austeros y platerescos. Son notorios los cambios experimentados en las distintas etapas constructivas, e incluso hay torres que no terminaron de construirse, como la de Tepeyanco. En este sentido, la fachada del Santuario de Ocotlán aventaja a las otras por la completa unidad de todos sus elementos.
La fachada de Santa Inés Zacatelco, vista de lejos, da una sensación de austeridad, pero contemplándola de cerca muestra una rica ornamentación en sus relieves de cantera. Algunos elementos, como los mascarones que vomitan frutas (signo de la abundancia y la gula) o los rostros de cuyas bocas surgen innumerables volutas que se integran al follaje circundante, evocan detalles de la capilla del Rosario y de Santa María Tonantzintla en Puebla.
El interior de los templos también aporta un conjunto de sorpresas. Como en las fachadas, encontramos contrastes estilísticos; sin embargo, hay varios templos que pueden presumir de unidad arquitectónica gracias a que no fueron construidos en distintas etapas. Ocotlán es uno de ellos, lo mismo que Santa María Magdalena Tlatelulco y San Dionisio Yauhquemehcan, cuya decoración interior responde de manera más fiel al estilo barroco.
El contraste de estilos no significa que los templos carezcan de belleza o de armonía. En algunos convergen con éxito el barroco y el neoclásico, incluso otorgando este último un respiro visual a los recintos. En San Bernardino Contla se combinan ambos estilos, cubriendo todos los espacios de las bóvedas, los tambores, las pechinas y los muros. Esta iglesia tiene la característica poco común de contar con dos cúpulas en su nave, lo que le da una gran vistosidad y luminosidad al recinto.
Los retablos, por su parte, representan la expresión cumbre del barroquismo arquitectónico y escultórico, con su profusión de volutas, orlas, racimos y rostros que parecen surgir como botones de flores que se abren en medio de la floresta. Es imposible hacer una descripción en tan breve espacio de los pilares, pilastras, nichos, hornacinas, follajes, santos, vírgenes, ángeles, querubines, conchas, medallones, altorrelieves, bajorrelieves, esculturas de Cristo y múltiples detalles más que atiborran estas moles de madera cubiertas con papel dorado.
Hay muchos otros detalles que vale la pena mencionar en los templos barrocos tlaxcaltecas. Entre ellos los dos confesionarios de San Luis Teolocholco, auténticas piezas maestras de la ebanistería, así como su pila bautismal labrada en cantera y con la curiosa figura de un indito como base. El púlpito de San Antonio Acuamanala, también de cantera, tiene labrados algunos rostros, racimos de vid y otros elementos de ornato que inmediatamente llaman la atención. Los órganos barrocos, situados en el coro, imponen su poderosa presencia tubular desde las alturas. Al menos hay dos en buen estado (los de Ocotlán y Zacatelco) esperando, pacientemente, las manos virtuosas que rijan el camino de los vientos hacia la armonía celestial.
Termino esta descripción consciente de que es apenas un comentario sobre esta riqueza arquitectónica; apenas una invitación al lector para que emprenda el viaje a esos rincones de gran valor artístico y simbólico, muchos de ellos apenas conocidos por quienes deciden explorar nuevas encrucijadas.
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