Tierra de grandes artífices Michoacán
La riqueza artesanal de Michoacán es considerada como de las más importantes y diversificadas de México.
Escápate un fin de semana:
Adrián Téllez, guía de turistas Tlalpujahua y mariposas monarca
Prácticamente todas las artesanías son distintivas de pueblos y regiones del estado, pero también existen algunas tan propias, que las distinguen de las que se elaboran en el resto del país. Alfarería, metalistería, laudería, cestería; textiles, laca y plumaria son ejemplo de las múltiples manifestaciones del arte popular, producto de la creatividad de los artesanos michoacanos. Algunas expresiones del arte del pueblo se remontan a la época prehispánica, otras surgieron durante la colonia y también existen las que tienen influencia oriental a partir del comercio establecido con Filipinas y los cargamentos traídos a México en el famoso Galeón de Manila, conocido también como la Nao de China.
Michoacán es un fantástico universo artesanal: «Causan admiración que de plumas de pájaro se pueda labrar obra tan delicada… al Príncipe de España Don Felipe, dió su maestro tres estampas pequeñitas, como para registro de diurno hecho de pluma, y su alteza las mostró al Rey Don Felipe nuestro Señor su padre, y mirándolas su Majestad, dijo que no había en figuras tan pequeñas cosas de mayor primor… hácense las mejores imágenes de pluma en la provincia de Michoacán, en el pueblo de Pazcaro» Con la cita anterior el célebre jesuita Joseph de Acosta, dejó constancia del arte plumaria en su famosa Historia Natural y Moral de las Indias.
Esta actividad artística, la más extraordinaria del México prehispánico, se continúa trabajando en la población de Tlalpujahua, con indiscutible calidad. Reminiscencia del arte plumaria aplicado en la decoración de los textiles, la constituyen los bellísimos rebozos empuntados con mosaicos de artisela -que cada día son más difíciles de conseguir- y que fueron característicos de la región de Paracho, centro importante del país en la producción de guitarras y violines. El arte del «maqueado» también se remonta al mundo prehispánico; las famosas jícaras galanas descritas por los cronistas del siglo XVI, en que los señores bebían el chocólatl,no eran otras que las maqueadas, producto del tributo obligado que muchos pueblos pagaban aTenochtitlano las que llegaban al altiplano central como resultado del comercio.
En Michoacán estos objetos se produjeron en varios sitios, pero su elaboración se redujo paulatinamente hasta restringirse prácticamente a Uruapan y Pátzcuaro, cuyas técnicas de manufactura son distintas. Pronto hubo objetos «laqueados» en el Nuevo Continente por los frecuentes arribos del Galeón de Manila. Por la semejanza entre la pulida y brillante apariencia de los productos extranjeros laqueados y de los nacionales maqueados, el primer término se generalizó, designando con él las diferentes producciones de tan distintos y distantes orígenes. La primera aduana por la que cruzaban los productos llegados del oriente se localizaba en Pátzcuaro, por eso, este es el único lugar donde los diseños y decorados acusan una marcada influencia oriental.
La familia de la Cerda, cuyos antecedentes artesanales se remontan a 1764, ha mantenido a lo largo de 233 años el merecido prestigio de los maqueros de esa población. Una de las materias primas que poseía el antiguo reinopurépecha,motivo de infinitas amenazas y fricciones con el imperioMexicafue el cobre; de este metal se hacían instrumentos de labranza, anzuelos, cascabeles, agujas, pinzas para depilar y otros objetos que eran motivo de codicia de laGran Tenochtitlan.
Don Vasco de Quiroga, Obispo de Michoacán, autorizó a Fray Francisco de Villafuerte para que gestionara en 1533 la fundación de la Villa de Santa Clara de los Cobres y nombró a su confesor, el padre Juan Fernández de León como cura-párroco del novedoso poblado. Eso dio pie a que se sostuviera que él había sido su fundador. Lo que es probable, -debido al proyecto de desarrollo de Don Vasco- es que haya sido él quien iniciara la actividad artesanal que distingue a Santa Clara. No hay barrio en esta población que no cuente con uno o varios talleres, como el de Abdón Punzo y su familia que han recibido importantes reconocimientos del Gobierno Federal, por la calidad artística de sus obras.
La alfarería michoacana es un mundo de formas y colores apenas imaginables, cada comunidad productora mantiene diseños que la distinguen. La alfarería de alta temperatura de Zinapécuaro, la decorada con técnica de punteado de Capula, las famosas piñas de Patamban son tan representativas como la alfarería de Santa Fe de la Laguna, Huancito, Tzintzuntzan o la de Ocumicho, donde representan a los personajes de las pastorelas y a los diablos fantásticos que las acompañan. El barro michoacano «suena a plata» como escribió alguna vez el insigne poeta Ramón López Velarde. Pichátaro y Cuanajo son sitios famosos por sus tallas en madera; la desbordante imaginación los artistas del siglo XVIII que hicieron los espléndidos altares barrocos, se mantiene viva en columnas, capiteles, trabes y vigas de madera de estilo colonial. En Cuanajo la fabricación de muebles tallados y policromados ha transformado su tradición de elaborar arcones y muebles, decorados a golpe de gurbia.
Los adornos navideños tejidos con paja de trigo no sólo constituyen un espectáculo en la plaza de Tzintzuntzan, sino también, con su sencilla belleza, son un llamado a la defensa de nuestra identidad nacional.
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