La batalla que llevó al triunfo de la Revolución: Toma de Zacatecas
El 23 de junio de 1914 la División del Norte triunfó en la Toma de Zacatecas y derrocó a Victoriano Huerta lo que significó el éxito de la Revolución.
Este 23 de junio se conmemoran los 107 años de la Toma de Zacatecas, una de las batallas más importantes de la Revolución Mexicana y la que marcó el triunfo definitivo del levantamiento contra el régimen de Victoriano Huerta.
¿Qué significó la Toma de Zacatecas?
La de Zacatecas no solo fue la mayor batalla de la Revolución contra Victoriano Huerta, sino también uno de los acontecimientos cruciales en la historia del México Moderno.
Con la toma de la capital zacatecana el 23 de junio de 1914 culminó la lucha de los revolucionarios contra el gobierno militar surgido del golpe de Estado que había derrocado al presidente Francisco Ignacio Madero, en febrero del año anterior.
Las horas cruciales de la Toma de Zacatecas
Es inexacto señalar que la Toma de Zacatecas tuvo lugar ese martes 23 de junio. En los días anteriores se suscitaron muchos enfrentamientos, y los cañones, principalmente los de los cerros de la Bufa y el Grillo, ya habían disparado incontables granadas.
En algunos de esos combates perdió la vida, por ejemplo, el mayor Javier Medina Barrón, hermano del comandante federal. Para la noche del lunes 22, los hospitales de ambos bandos ya atendían a incontables heridos.
Sería más propio decir que la batalla tenía varios días de iniciada, cuando el 23 dio comienzo su parte principal, que consistió en el asalto final de la ciudad por parte de las tropas revolucionarias.
El general Villa fijó la hora del ataque a las 10 de la mañana, cuando en todos los frentes simultáneamente debería de abrirse fuego.
Felipe Ángeles, un caudillo principal
Ese martes “despertamos tarde”, señaló Felipe Ángeles, “me afeité, me bañé y cambié de ropa interior; nos desayunamos, montamos a caballo…”. Sus preparativos parecían los de un paseo.
Cada jefe acudió al lugar señalado. Y faltando unos veinte minutos para la hora prevista, agregó, “por allá, en la dirección de Hacienda Nueva, se oyó el primer tiroteo. Ahí venía el general Villa”.
Empezaron a tronar los cañones, multiplicados por el eco de los cerros de Zacatecas. Sería entre Vetagrande y el norte de la ciudad, donde tendrían
lugar las acciones decisivas.
Entre ambos poblados hay seis kilómetros de lomeríos pelones, apenas cubiertos de nopaleras y matorrales. Por ahí fueron avanzando las tropas villistas bajo el fuego enemigo.
A los 25 minutos de iniciado el combate tomaron la primera defensa federal por este lado: el Cerro de Loreto (también llamado de la Tierra Colorada) más o menos a medio camino entre las dos localidades citadas.
Hasta ese cerro los atacantes adelantaron un grupo de cañones, de modo que pudieran ametrallar sobre el Cerro de la Sierpe, que sería el siguiente objetivo.
El propósito de Felipe Ángeles era disparar sobre los objetivos por conquistar cuando la infantería se lanzaba al asalto. “Cuando el cañón truena, el enemigo se esconde y nuestra infantería avanza”, decía. Y con una aplastante superioridad en piezas de artillería esta tarea se facilitaba.
Los reveses de la batalla
Sin embargo, los revolucionarios no avanzaron sin sufrir serios reveses. Al inicio del asalto, para tomar el Cerro de Loreto, había caído el general Trinidad Rodríguez, uno de los colaboradores más cercanos de Villa. Más tarde, una granada propia que estalló accidentalmente hizo añicos a un grupo de artilleros muy cerca de donde se encontraban Villa y Ángeles, junto a dicho cerro.
Las tropas que intentaban continuar la terrorífica marcha hacia el norte de la ciudad se detenían, agotadas, y pedían refuerzos, pero no había quien
les prestara ayuda.
Por momentos, incluso, el fuego que caía desde la Bufa y el Grillo era tan nutrido que los soldados preferían dar media vuelta y olvidarse de la revolución; pero, entonces, jefes y oficiales los encañonaban con el revólver y los obligaban a avanzar.
Cerca del mediodía los revolucionarios conquistaron finalmente
el elevado Cerro de la Sierpe, 300 metros al noroeste del Cerro del
Grillo. “Tomada esa posición por el enemigo, la caída del Grillo era
inevitable”, apuntó en su recuento de la batalla el general Antonio
G. Olea, quien dirigía la artillería federal.
Al ver lo ocurrido, este general ordenó dirigir todos los cañones del Grillo contra la nueva posición villista, pero le informaron que se habían agotado por completo las municiones de artillería. De este modo, a los pocos minutos, cayó también este cerro.
«Alrededor de la 1 pm. empezamos a ver a los soldados federales corriendo por las calles en el mayor desorden, sin rifles de ningún tipo, y muy pronto corrió la noticia de que los villistas habían tomado El Grillo. A partir de esa primera derrota, el pánico pareció y soldados y oficiales que hasta ese momento habían luchado valientemente perdieron por completo la cabeza y no pensaron en nada más que en salvar sus vidas”.
El cónsul británico en Zacatecas, James Caldwel
En seguida, el foco de la batalla se trasladó al Cerro de la Bufa, donde la lucha se prolongaría algunos minutos más.
Lluvia de balas
Mientras tanto, la población civil de Zacatecas esperaba aterrada dentro de sus casas. “No más de cuatro personas se aventuraron por el centro de la ciudad antes de las 11 de la mañana del 23 de junio”, contó en sus memorias de la batalla el líder obrero –en ese entonces ayudante de tipógrafo– José G. Escobedo.
Uno de los que se aventuraron fue él mismo, quien alcanzó a ver a un grupo de soldaderas llenas de angustia rezando en un templo por sus juanes. Claro, antes de esa hora, los combates se llevaban a cabo en la periferia, pero conforme pasó el tiempo, los tiroteos invadieron las calles de la ciudad. Después del mediodía, aquello se volvió un infierno.
Varios relatos de la batalla coinciden hasta en el término usado: era una “lluvia de balas” la que por la tarde cayó sobre la ciudad. “Ni la nariz podían asomar los curiosos encerrados en sus residencias para ver algo de lo que estaba ocurriendo, a menos de exponerse a recibir una bala, cuya abundancia, al caer la tarde, era incalculable”, explicó Escobedo.
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