Tradición artesanal en la cerámica de Cocucho (Michoacán)
Casi en los límites de la meseta tarasca, entre colinas cubiertas por maizales y remanentes de bosque, se encuentra Cocucho, un pequeño pueblo purépecha donde todavía abundan las tradicionales trojes de madera y las mujeres visten enredo y blusas de vibrantes colores.
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Casi en los límites de la meseta tarasca, entre colinas cubiertas por maizales y remanentes de bosque, se encuentra Cocucho, un pequeño pueblo purépecha donde todavía abundan las tradicionales trojes de madera y las mujeres visten enredo y blusas de vibrantes colores. Texto: Demián Ortiz Maciel
No se sabe a ciencia cierta si esta localidad es anterior al momento de la Conquista o fue resultado de las congregaciones de indígenas realizadas durante el siglo XVI. En cualquier caso, muchos de sus elementos culturales hunden las raíces en los milenios. Muy particular es el caso de la cerámica que allí se elabora y ha vuelto famoso a Cocucho en nuestro país y el extranjero. Se trata de enormes ollas o tinajas llamadas popularmente cocuchas y que moldeadas a mano se queman al aire libre, al ras del suelo, técnica utilizada en la región al menos desde 1500 aC. Tan ligadas están la tradición artesanal y el pueblo, que San Bartolomé Cocucho, en Michoacán, deriva su nombre de las palabras purépechas kukúch –olla– o cucuche –jarro. Las cocuchas, hoy reconocidas por su alto valor estético y usadas como objetos de decoración en México y otros países, originalmente eran enseres domésticos que se comerciaban localmente como una de tantas especializaciones en que los pueblos purépechas estaban organizados desde la Colonia, de modo que cada población elaborara un producto o artefacto en particular, no se hicieran competencia y comerciaran entre sí. A Cocucho le correspondía la manufactura de ollas gruesas, altas y resistentes, utilizadas para almacenar agua o maíz o para cocer tamales, frijoles y otros alimentos destinados a las grandes comilonas ceremoniales.
DESCUBRIMIENTO Y AUGE
A finales de los años 70 del siglo XX vino el “descubrimiento” y promoción de las cocuchas por instituciones encargadas del fomento artesanal y el público en general. Desde entonces, su forma, tamaño y acabados han sufrido algunas trasformaciones y ya no se cocina o almacena en ellas, aunque en esencia siguen siendo las altas ollas de sinuosas curvas e interior oloroso a tierra húmeda que han fabricado generaciones de cocuchenses. Hasta hace algunos años hacer cocuchas era una tarea exclusiva de las mujeres alternada con las labores domésticas y la asistencia en las faenas agrícolas, pero la gran demanda ha cambiado las cosas y hoy día también algunos hombres participan en la producción, que para muchas familias se ha convertido en su principal fuente de ingresos.
En las comunidades purépechas las familias extensas suelen construir las trojes muy cercanas entre sí formando una sola unidad con varios patios articulados donde se llevan a cabo las fases de la elaboración de ollas. La primera es mezclar una arcilla muy particular que se trae desde San José de Gracia, con arena volcánica y agua hasta formar un barro oscuro y elástico. Utilizando como base algún objeto circular se elabora primero la parte inferior de la olla y a partir de un rollo grueso de barro se van conformando las paredes.
La gran habilidad de los artesanos les permite, sin ayuda de torno, calcular grosor y curvatura tan sólo con las manos. Una vez terminada la pieza es meticulosamente alisada y pulida con olotes o piedras mojadas y entonces se le deja orear. Cuando se ha secado un poco la parte inferior, se invierte y se continúa hacia arriba añadiendo nuevos rollos de barro con el mismo procedimiento descrito hasta terminar de darle forma con todo y su “cuello” y “boca”. Estas fases de formación pueden ser particularmente difíciles en el caso de las cocuchas más grandes, que pueden llegar a dos metros de altura, pues los artesanos deben dar vueltas en derredor y alcanzar las mismas alturas modelando el barro. Las ollas completas se siguen puliendo y alisando hasta bruñirlas.
Aún húmedas se les puede agregar algún adorno, como un sol, una luna o algún animal tridimensional que se pega sobre la superficie, lo cual se conoce como técnica de pastillaje. También se les puede aplicar una capa de charanda o arcilla rojiza que mezclada con agua funciona como pintura. Cuando están suficientemente secas, las grandes piezas son recostadas en el suelo aseguradas con piedras y se les cubre completamente con trozos de madera de tamaño regular que se encienden y arden a unos 800°C durante aproximadamente una hora. La cocucha aún ardiente se pone de pie con la ayuda de un largo madero y si no se había pintado con charanda se le aplica otro tipo de acabado posible: se le salpica con una mezcla de masa de maíz y agua conocida como machigua, que al entrar en contacto con la pieza hirviente la pinta con tonos café, dorado y negro, que se suman a las manchas de tizne ocasionadas por el contacto con los troncos que ardieron.
PARA SALIR AL MERCADO
Listas ya, los artesanos pueden elegir entre vender sus cocuchas en las ferias de la región o bien a intermediarios; en muchos casos han sido estos últimos quienes han sugerido algunas de las variantes de forma: el fondo plano, el añadido de asas o hacer un agujero y eliminar los “labios” para hacer una cocucha-chimenea. Muchos compradores prefieren viajar a Cocucho, opción muy recomendable no sólo porque se puede apreciar el trabajo de las familias, comparar, elegir e incluso hacer pedidos especiales, sino para conocer un poco más el estilo de vida del lugar y hasta visitar su templo, que en la parte inferior del sotocoro muestra preciosas pinturas policromas elaboradas en la época colonial.
SI VAS A COCUCHO…
Hay dos vías de acceso. La primera es una carretera que parte de Paracho y pasa por Nurío; la segunda es un camino transitable, aunque tiene un tramo de terracería, y que partiendo de Tangancícuaro pasa por Ocumicho y llega hasta Cocucho.
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