Encuentro con el salar más grande del mundo
Acompáñanos en nuestro viaje en bicicleta por México y descubre con nosotros el salar más grande del mundo, un mamífero único en la región y un verdadero oasis en el desierto mientras pedaleamos de Guerrero Negro a San Ignacio en BCS.
Nuestra travesía por la Baja California Sur comenzó con un descanso en Guerrero Negro. El cuerpo lo pedía a gritos ¡sobre todo nuestras pompas!. Aquí aprovechamos para descansar y aprender más sobre esta fascinante península.
En nuestra estadía visitamos uno de los atractivos más interesantes de la región: La Exportadora de Sal (ESSA). En Guerrero Negro opera la salina más grande del mundo, con una capacidad de producción de más de 8 millones de toneladas anuales. Por nuestra mente pasó la pregunta ¿cuántos pepinos y jícamas con chile, limón y sal se pueden preparar con todo esto?
Una de las principales razones por la que aquí se produce tanta sal, son las condiciones geográficas del municipio: el calor y su topografía permiten aislar charcos gigantes de agua de mar para que se evaporen, una vez que esto ocurre, el mineral se queda y simple y sencillamente se recoge con camiones que tienen capacidad de carga de varias toneladas.
Después se traslada la sal para que se lave y se embarque para su uso comestible o industrial. Tuvimos la oportunidad de ver el proceso gracias a nuestro amigo Roberto, un guía local que trabajó en la exportadora 14 años.
Al día siguiente Zihul, un docente de la Universidad Autónoma de Baja California Sur, nos llevó a una de las joyas poco conocidas de nuestro país. Dentro de la Reserva de la Biosfera Desierto El Vizcaíno, a unos 5 kilómetros de Guerrero Negro, existe un refugio para la conservación y procuración del Berrendo Penínsular. Esta especie es una de las cinco subespecies del Antilocapra Americana Peninsularis que hasta hace unos años estaba en peligro de extinción.
Entre sus gracias, el Berrendo puede consumir plantas que para otros animales resultan tóxicas. También puede mover su pelaje a placer para refrescarse en el calor del desierto, percibir movimiento desde los 6 kilómetros de distancia y sostener carreras a una velocidad cercana a los 95 km/hr por un tiempo prolongado. En pocas palabras los Berrendos Peninsulares están totalmente adaptados a las condiciones duras del desierto de la Baja California.
Hoy en día, gracias a las esfuerzos de varias instituciones, entre ellas Espacios Naturales y Desarrollo Sustentable A.C. y el Gobierno Federal, la especie se recupera favorablemente. Y con ello la posibilidad de ver de cerca a los Berrendos y observar cómo se alimentaban. Una experiencia única y altamente recomendable.
Después de nuestro merecido descanso, seguimos hacia el sur con nuestra rutina habitual de pedaleo. Despertar a las cinco de la mañana, pedalear hasta el medio día, encontrar un restaurante con sombra, tomar bebidas refrigeradas hasta empanzarnos, descansar en la bendita sombra hasta las 3 de la tarde y retomar el camino hasta llegar a la meta deseada.
Descubriendo un Oasis
Al salir de Guerrero Negro la carretera era bastante plana, el viento soplaba a nuestro favor y nos sentíamos fuertes y descansados. Por un día completo nos sentimos ciclistas del Tour de France. En menos de un día y medio habíamos recorrido alrededor de 175 km.
Eran las 10 de la mañana del segundo día y ya habíamos llegado a San Ignacio. No sabíamos mucho del pueblito, tan sólo que tenía una misión y un oasis. Ingenuamente le dije a Annika, “ Vamos bien en nuestro camino a Santa Rosalía. Hay que descansar aquí un par de horas y ya en la tarde le seguimos.” Ese día San Ignacio nunca nos dejo partir.
Cuando en el futuro escuché a alguien hablar del México desconocido siempre voy a pensar en San Ignacio. Descubierto antes los ojos de occidente por el padre Piccolo en el año de 1716, este lugar alberga uno de los paisajes más exóticos e interesantes que haya visto en mis viajes.
En medio del desierto caracterizado por sus cardones, biznagas y aridez se revela el río San Ignacio rodeado de palmeras, árboles y agua abundante. Nos venía perfecto, nadar y refrescarnos en un día en que la temperatura ascendía a 42 grados centígrados. Decían que había una ola de calor.
Durante las fuertes horas del sol, nos la pasamos sumergidos en las refrescantes aguas del oasis tomando cerveza, comiendo burritos y unos soberbios quesatacos de pulpo, un par para cada quién. Para nosotros no existía ninguna ola de calor.
Por la tarde recorrimos el pequeño pueblo donde visitamos la preciosa misión de Kadakaamán, construida totalmente de piedra volcánica de la región. Cenamos unos tacos en un puesto ubicado en la plaza principal y nos tomamos un par de cervezas. Sentados ahí en la plaza disfrutamos de la vida del pueblo que poco a poco salía a relucir ante la inminente caída del sol.
Niños jugando futbol en la calle, jovencitas sentadas en las bancas chismeando sobre que sé yo, adultos sentados cotorreando sobre su día y a lo lejos un señor tocando un bolero con su guitarra me transportó a un lugar al que yo añoraba redescubrir sobre mi México. Me sentía extremadamente feliz por estar en el aquí y en el ahora.
Por si fuera poco estábamos acampando en una Casa Ciclista, un espacio creado por Othón y su familia, exclusivamente para cicloviajeros que pasan por San Ignacio. La Casa Ciclista se esta convirtiendo día a día en un referente del pueblo entre la gran comunidad de cicloviajeros nacionales e internacionales.
Esta iniciativa le ha ayudado a Othón y a su familia a recibir ingresos extras que les permiten mantener su casa y solventar de mejor manera sus gastos diarios. Una prueba más de cómo la ola de cicloviajeros puede impactar de manera positiva en los pequeños poblados como San Ignacio.
Su historia me pone a pensar acerca de cuántas familias se podrían ver beneficiadas si hubiera rutas de cicloviaje por todo nuestro hermoso país.
Era demasiado perfecto, pero nos teníamos que ir. Teníamos un compromiso en Santa Rosalía. Y fue así como a las 7 de la mañana del siguiente día partimos de San Ignacio, ambos jurando algún día regresar.