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Cuetzalan: colorido pueblito mágico en la sierra de Puebla

Puebla Cuetzalan
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© Archivo MD

Te llevamos a descubrir Cuetzalan, un Pueblo Mágico en Puebla que te encantará con sus sabores, paisajes, artesanías, tradiciones y sus hermosos alrededores.

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Entre cantos totonacas

Como surgido de un cuento, el Pueblo Mágico de Cuetzalan entretiene la imaginación con sus calles empedradas, los alcatraces que Don Goyo pinta y los huipiles que las mujeres bordan. Pero el protagonista de aquí es la naturaleza, con sus cafetales, helechos arborescentes y la niebla…

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Escondido en la neblina

Alfredo Martínez

Amanece en Cuetzalan, en su escalonada Plaza Principal que se antoja puerto o lugar de mar, quizá por lo blanco de sus edificios o la neblina volando entre ellos, tal vez sea el piso de piedra del que se elevan pájaros y palmeras. Aquí viven nahuas que no han perdido la costumbre de vestirse como lo hacían sus antepasados, que no olvidan la Danza de los Voladores, el ritual que los totonacas les dejaron.

Reserva Azul

Antes de entrar a Cuetzalan es preciso ir a la comunidad El Cuichat, donde te espera Reserva Azul. Se trata del proyecto de vida de Luis Enrique y Elsa Fernández, la pareja a quien debe visitarse, se duerma o no en medio de sus 11 hectáreas de cafetales. Dispusieron un par de cabañas y seis “palafitos” (casas de campaña con cama y terraza) con el propósito de que sus huéspedes escuchen lo que la naturaleza tiene que decir. Con ellos y los recorridos por su finca se conoce la forma en que el café se cultiva y procesa, los usos medicinales que tiene y las mágicas ideas que en torno a él han desarrollado los indígenas.

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Arte, cultura y mercados

En la Casa de Cultura se encuentra expuesta la obra de Gregorio Méndez Nava –el artista que a pinceladas cuenta la esencia del pueblo–, también es el sitio del Museo Etnográfico Calmahuistic. Sus salas atesoran piezas arqueológicas de Yohualichan, los trajes que para danzar la tradición indica y fotografías que detuvieron en blanco y negro el tiempo de Cuetzalan.

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Cerca está el Mercado de Artesanías Matachiuj, un espacio organizado para mostrar las cestas que con fibra de jonote se elaboran, los vinos de frutas, el licor de café o el yolixpa, la bebida de hierbas que estiman los serranos. Pero quizá nada llame tanto la atención como los tejidos en telar de cintura o los bordados de pepenado hilván. En el local 26, entre rebozos y huipiles, pueden verse las prodigiosas manos de María Concepción López entreverando hilos sin descanso.

Es imprescindible visitar el taller de la familia Posadas (esquina Zapata y Guerrero). Sus días los ocupan, desde hace más de treinta años, en fabricar los penachos que después fulguran en la Danza de los Quetzalines. Utilizan madera y bambú, papel metálico y plumas, y los hacen tan pequeños como pueda serlo un llavero o tan grandes que no hay forma de sostenerlos en la cabeza.

 Asistir a la Peña Los Jarritos o al Lienzo Charro El Potrillo, cuando el reloj marca las 20:30 horas, pues es momento de admirar en ambos sitios el espectáculo de danzas tradicionales, se puede cenar, y la noche transcurre entre música y copas.

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Al ritmo de los voladores

Hay que caminar por la Plaza Principal que adquiere un ritmo distinto cuando llega el domingo, el del tianguis; el día que la neblina se conjura con frutas y puestos de colores. Todo se vende: guajes y bules, hongos, plátanos pera, plátanos manzana, rebozos de lana pintados con grana cochinilla. El pan dulce se acumula en cerros de azúcar, los viejos ofrecen remedios para las dolencias, el aire es una fábrica de aromas que por momentos entrega olor a café, a canela. Es también uno de los días en que los hombres pájaro se descuelgan del tronco que hay en el pórtico de la parroquia. Se trata de la Danza de los Voladores, ese elocuente ritual prehispánico que resume la cosmogonía totonaca, la conexión entre hombres y dioses en todos los planos espaciales.

Se debe entrar a la Parroquia de San Francisco de Asís, vuelta a construir en el siglo xx sobre una antigua iglesia de piedra; es el gigante que vigila la plaza principal. Y se le mira un poco gótica, un poco románica, con una sola torre, techos altísimos y vitrales dejando pasar la luz a su capricho. Los domingos al mediodía se escucha en su interior la lengua del pueblo, pues la misa es oficiada en náhuatl.

Es todo un universo vegetal el Jardín Botánico Xoxoctic (en el kilómetro 2.8 de la carretera que conduce a Yohualichan). Orquídeas y helechos, plantas medicinales y un mariposario llenarán su tiempo.

A siete kilómetros al norte de Cuetzalan está Yohualichan, el centro ceremonial que alguna vez perteneció a la gran Totonacapan, la región presidida por El Tajín. Por eso no sorprende que sus basamentos piramidales estén ornamentados con nichos al igual que en la antigua ciudad veracruzana. A los nahuas se debe el nombre del sitio: “lugar de la noche”, pues fueron ellos quienes lo ocuparon después que los totonacas lo abandonaran. A la salida de la zona arqueológica no pierda de vista el pequeño restaurante Ticoteno, un proyecto comunitario donde el sabor regional y una tienda de artesanías entretienen los sentidos.

Se puede aventurar por las caídas de agua como El Salto o Las Golondrinas donde es posible practicar rapel; en la primera hay una tirolesa cerca; la segunda tiene una poza donde nadar. A la Cascada Corazón del Bosque, rodeada de helechos arborescentes, puede llegar a caballo y luego a pie. Y para quienes no temen andar en lo oscuro querrán adentrarse en los subterráneos mundos de Atepolihui, Chichicazapan o Aventura.

A 32 kilómetros se ubica Zacapoaxtla, para conocerla solo basta asomarse desde los balcones del Palacio Municipal. A un costado está la Iglesia del Señor de Esquipulas donde se venera el milagroso Cristo negro guatemalteco. No hay que perder de vista los trabajos en curtido de piel y madera labrada. Ni perder la oportunidad para comer en El Balcón (Alonso Luque 3) y probar el pipián rojo o el chilpozonte (caldo enchilado de cerdo, res o pollo).

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En el Km 7 de la carretera Zacapoaxtla-Cuetzalan se encuentra el Hostal Hacienda Apulco (T. 01222 243 5706; hostalhaciendaapulco. com). Es una parada obligada; ahí se miran mesas al aire libre, una moledora de café que se encarga de perfumar el ambiente, y una tienda donde se vende miel virgen de Cuetzalan, yolixpa y mermelada de chipotle. Cruzando la carretera están dispersas sus 26 cabañas, rodeadas de arbustos de hortensias, un pequeño lago, palapas con asadores, y gente paseando en caballos o bicicletas. Ahí espera el mirador desde donde se observa la Cascada de la Olla. Es el río Apulco el que cae, pesada e interminablemente, hacia un cañón de paredes siempre mojadas y dispuestas a contar la necia historia del agua. No muy lejos se encuentra Cascada La Gloria, acompañada de helechos y vegetación en abundancia.

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autor Conoce México, sus tradiciones y costumbres, pueblos mágicos, zonas arqueológicas, playas y hasta la comida mexicana.
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