El ocaso de los Kiliwa - México Desconocido
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Arte y Artesanías

El ocaso de los Kiliwa

Baja California
El ocaso de los Kiliwa fifu

Al sureste de Ensenada se encuentra la última comunidad kiliwa, uno de los grupos indígenas descendientes de los yumanos que corre el inminente peligro de desaparecer de tierras bajacalifornianas.

Arroyo de León es la última comunidad indígena kiliwa que queda en Baja California. Se localiza al sureste de Ensenada, cerca del valle de la Trinidad, en las estribaciones norteñas de la sierra de San Pedro Mártir, en una zona rocosa y árida que se conoce como Ejido Kiliwas.

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Anteriormente todo el fértil valle de la Trinidad era de los kiliwa, pero poco a poco fueron despojados de las mejores tierras, y desde 1971 quedaron arrinconados en la peor parte de esta zona. Conforme vamos penetrando al territorio kiliwa van apareciendo rocas y peñas desnudas, y yucas, mezquites, choyas, nopales y biznagas, puras plantas con espinas; atrás queda el verdor del valle y sus cultivos.

Luego de media hora de terracería llegados a Arroyo de León, llamado así porque hace ya muchísimos años una fuerte creciente arrastró a un puma, que aquí se conoce como león, y lo atoró en un mezquite. Las pocas casas de la comunidad se encuentran muy dispersas; en lo que podríamos llamar el “centro” se encuentra una pequeña iglesia católica que fue construida hace cinco años, el salón social del ejido y dos o tres casitas. La comunidad es regida por dos autoridades: el comisario ejidal y el jefe supremo o capitán, que es representante de la etnia kiliwa. 

LOS ÚLTIMOS KILIWA

Los kiliwa son uno de los pocos grupos indígenas bajacalifornianos que aún sobrevive, pero su extinción es inminente. Son menos de 100 y han perdido casi todos sus rasgos culturales y tradiciones, incluyendo la lengua que sólo hablan 12 de ellos, de los cuales el más joven tiene 50 años de edad y ninguno tiene hijos a quien enseñar. Como son tan poquitos todos son parientes, y este es uno de los motivos por el que se casan principalmente con los cercanos indígenas pai-pai, que es otra de las étnias peninsulares que a duras penas sobrevive, pero que los está absorbiendo; y los que nos e casan abandonan su entorno y se pierden en las ciudades, Antes había varias comunidades kiliwa, ahora sólo queda esta. Algunos antropólogos calculan que como raza y como cultura los kiliwa difícilmente existirán 30 años más. Es una realidad muy triste, pero así es; estamos siendo testigos de la extinción de una raza y una cultura a la que le tomó varios miles de años conformarse y desarrollarse en el hostil territorio de la Baja California. Su extinción es un proceso que ya no puede detenerse. 

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LOS OCHURTE 

Actualmente, los kiliwa se componen de dos linajes: el de la familia Espinoza y el de la familia Ochurte. La familia Espinoza está siendo absorbida por los pai-pai y las ciudades, y la familia Ochurte ha llegado a un callejón sin salida, porque son cinco hermanos: don Cruz de 79 años, don Teodoro de 77, don Trinidad de 72, doña Ceferina de 65 y don José que tendrá unos 55 años. Ellos habitan en el rancho las Parras, a 7 km de Arroyo de León, y por sus edades lo más probable es que no tengan descendencia. Esto significa que cuando muera el último de los Ochurte se habrá extinguido su linaje y con él la lengua kiliwa, la cual han mantenido hasta hoy como lenguaje cotidiano. 

DOÑA CEFERINA 

El camino de acceso a las Parras es bastante malo. El rancho se encuentra sobre una pequeña loma dentro de una cañada, consta de dos sencillas habitaciones hechas con ramas y lodo y tiene un cuartito de lámina que funciona como cocina. Cuando llegamos nos recibió con amabilidad don Teodoro (los demás hombres no se encontraban en ese momento). Preguntamos por doña Ceferina y nos llevaron a su cuarto; el estado en que se encuentra nos impresionó. Hace cuatro años se cayó y se fracturó la cadera, y desde entonces no ha vuelto a caminar aunque ha sido sometida a tres operaciones patrocinadas por personas generosas. A pesar de esta desgracia y otras que ha sufrido, su actitud es muy positiva y sus hermanos la cuidan con mucho cariño. Su rostro moreno de rasgos netamente indígenas, nos habla de una mujer hermosa, de facciones finas y mirada serena. 

EL PANTEÓN DE UNA ETNIA 

Poco después llegó don José de trabajar la huerta del rancho y de cuidar el aguaje, y nos llevó a un escondido panteón en donde tradicionalmente los kiliwa han enterrado a sus difuntos. Luego de caminar media hora llegamos a lo alto de una loma desde donde se tiene una excelente vista de Arroyo de León y aun del valle de la Trinidad. El panteón parece abandonado, tiene 25 tumbas y todas son un cúmulo de piedras bien acomodadas con cruces de madera; sólo a unas cuantas se les distingue el nombre del difunto. Don José nos mostró la tumba de sus padres y la de Braulio Espinoza (1899-1982), quien fuera uno de los más importantes jefes kiliwa, legendario porque luchó toda su vida por los derechos de su etnia. El día de muertos los kiliwa vienen a este lugar a recordar a sus parientes ya desaparecidos; cada persona pone una vela en la tumba de sus deudos, la enciende y pasa toda la noche velándolos.  Después del panteón, don José nos llevó a la huerta del rancho y alja-sigo manantial que lo alimenta. Siembran calabazas, maíz, frijol, sandía, zanahorias y algunos frutales como manzana, higo, chabacano, durazno, ciruelo y limón. Tienen además unas 30 chivas que les proporcionan carne y leche. 

EL ÚLTIMO CANTANTE 

Cuando regresamos a las casitas del rancho ya había llegado don Trinidad. Él es de los pocos cantantes indígenas de la península que saben las letras, tonadas y bailes tradicionales no sólo de los kiliwa, sino también de los pai-pai y de los cucapá. Debido a esto, es muy solicitado por estos grupos indígenas y también por étnias cercanas de los Estados Unidos. Nos comentó que desde que tenía 15 años comenzó a cantar y le pedimos que nos cantara algo, pero no quiso; entonces doña Ceferina, en su lengua, le pidió que nos complaciera, y él accedió a cantarnos unas canciones en kiliwa y en cucapá. La primera que interpretó se llamaba “Coyote anda cazando en la mañana” y la segunda “La vieja está cansada bailando”. Cantó acompañado de su sonaja, con un ritmo lento y una melodía triste y melancólica que quizá refleje el sentimiento de una raza que está a punto de morir. Después del canto nos platicó algunas leyendas y cuentos indígenas, y nos contó de muchas de las tradiciones que ya se han perdido. 

LOS ESPINOZA 

Después de un rato de estar con la familia Ocharte en su rancho, volvimos a Arroyo de León y visitamos a varias familias kiliwa del linaje de los Espinoza. La señora Hipólita –mejor conocida como “Pola” – vive en una pequeña casita junto con su hijo; ella tiene como 60 años de edad y él unos 30. Pola tiene unos rasgos marcadamente indígenas (me impresionaron su rostro, su mirada y su piel morena), y domina bien el kiliwa, el pai-pai y el español. Su casa es de adobe y está muy limpia, como todas las casas de los kiliwa. Cerca de Pola vive su hermano Cirilo, más joven que ella. Es “mielero”, ya que se dedica a buscar enjambres entre los cerros y extraerles la miel, siendo esta una de las más ancestrales costumbres de los indígenas de la península. Cuando nos estábamos despidiendo de Pola llegó Cirilo. Venía del cerro (precisamente de buscar miel) y traía una cubeta llena aún con parte de la cera del panal. Cargaba su rifle, “ por si veo a un venado” nos dijo. El también habla kiliwa, pero no tiene hijos a quienes transmitirles su cultura. La familia Espinoza Álvarez vive en el “centro” de la comunidad. Su casa, al igual que todas las demás, es sumamente pobre y en ella se aprecia que esta gente padece de muchas carencias. Nos recibieron las señoras Gloria y Natalia Espinoza A. y Carmen Álvarez Espinoza. La casita tiene un bonito jardín con flores en el que destaca la llamada “vara de San José”, además tienen un huerto en el que siembran calabazas, duraznos y manzanas. Ninguna de las tres mujeres habla kiliwa. Cuando llegamos, Gloria estaba preparando un conejo que momentos antes su hermano más chico había cazado con su resortera, y no podían darse el lujo de desperdiciar su carne. 

ETNOSUICIDIO 

Cuando salimos de la casa de los Espinoza visitamos a otras familias y nos dimos cuenta de que son pocas las que tienen hijos. Ya desde hace tiempo algunos estudiosos han observado la existencia de un factor aún no comprendido que ha provocado una disminución drástica en la tasa de natalidad de los kiliwa. Algunos dicen que se trata de un etnosuicidio debido a que las presiones de nuestra sociedad los han obligado a abandonar sus formas tradicionales de vida y a desvalorizarse como personas y como cultura. Desgraciadamente en la Baja California actual no quedan expectativas en torno a lo étnico, porque nuestra sociedad dominante no le da ningún valor a las lenguas, tradiciones, leyendas, en fin, a la cultura de los indígenas de este estado. Entonces está ocurriendo lo que dijera un indígena kiliwa: “Si nosotros de grandes no servimos para nada, ellos (los niños) para qué (vienen al mundo), mejor hay que acabarnos”.  

LOS YUMANOS 

A la llegada de los misioneros jesuitas a la península (1697), había en ella cuatro troncos indígenas: los pericú, los guaycura, los cochimí y los yumanos,y se calcula que eran alrededor de 50 000 personas. Los tres primeros troncos se extinguieron desde el siglo pasado como consecuencia de la imposición del sistema misional. Los yumanos, que habitaban en el extremo norte de la península, principalmente donde ahora es el municipio de Ensenada, lograron sobrevivir o más bien prolongar su agonía hasta nuestros días, gracias a que pusieron una tenaz resistencia a la penetración misional, y nunca fueron sometidos del todo. De los grupos yumanos sobreviven hasta hoy los pai-pai, los kumiai, los kiliwa y los cucapá, todos muy marginados, y en conjunto no alcanzan las 500 personas. Su extinción está cercana, y la más próxima es la de los kiliwa, que apenas si alcanzarán a ver los albores del sigloXXI. Estos grupos yumanos penetraron a la Baja California hace 3 000 años, y fueron quienes introdujeron en esta región la cerámica y la agricultura hace unos 1 000 años. Al llegar la cultura occidental, el equilibrio que estos grupos habían mantenido durante tanto tiempo con la naturaleza de la árida península, al parecer se rompió para siempre.

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