Hacienda de Pacho, un rincón de ensueño en Veracruz

La Hacienda de Pacho cuenta con 15 hectáreas en donde su dueña y administradora, Marisa Moolick recibe a cada huésped con el corazón sonriente. Todo está salpicado por su amabilidad y erudición: los niños jugando beisbol frente a la reja, a quienes también les lee cuentos; los perros que la siguen: Nena, Jacobo, a quien rescató luego de un disparo intencionado hecho con un rifle que le dejó 6 esquirlas en el cuerpo y en el humor, e Isabel, una labrador que brinca adentro de cada una de las fuentes del lugar y las recorre dando vueltas. 

Marisa estudió en Yale su doctorado, está casada con un artista que ha ganado un Emmy y tiene a su tía favorita, Amparito, hija del único mexicano que abordó y murió en el Titanic, en una foto-carcajada a la entrada de la casa. Habla rápido y sabe mucho. Mucho. Por si esto fuera poco administra la única hacienda viva en Veracruz, que además es reconocida como patrimonio cultural. En algún tiempo se cosechó ahí la caña y, por lo mismo, explica el significado de una torre alta, cilíndrica, ancha, hueca, que sigue ahí a la mitad del patio: “Es el chacuaco. Ahí se metía la caña y sacaba humo todo el día, era un horno, de ahí que hoy se les diga también así a los que fuman mucho cigarro”. 

En Pacho ahora se dedican a la producción de café y miel. El 69% del café en Veracruz está en manos de personas que poseen una hectárea de tierra, pequeños productores o minifundistas y año con año, alguno de los productores del estado es galardonado con la Taza de Excelencia del Café o queda en los primeros lugares. Además de qué ver y oler, hay qué tomar en Veracruz.

Recorrer la Hacienda de Pacho es tranquilo, acogedor y estimulante por la compañía, mas también lo es por la estética natural del lugar: fuentes, jardines, árboles, un río, orquídeas, campanas y una capilla que sigue en funciones para la población cercana y, algunas veces, ha fungido como sala de conciertos para la comunidad. Pacho es mucho más que una casa bonita y bien cuidada. Está viva y es a través de muchos vestigios arqueológicos, y de otro tipo, que además de un lugar de paseo, lo es también de reflexión sobre lo que ha sido la evolución industrial, ecológica, histórica de la zona y el país. La gentileza cariñosa de la anfitriona, “nada más”, es un extra.

Ana Elena Pola Santamaría