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La tumba de Hernán Cortés, una historia fascinante

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© Marisol Cid

Intrigas, secretos, olvido, incertidumbre, altercados y deliberaciones... todo esto encierra la historia de la tumba de Hernán Cortés.

Los pormenores y periplos de la tumba de Hernán Cortés son una crónica que dibuja perfectamente lo polémico del personaje: intrigas, secretos, olvido, incertidumbre, altercados y deliberaciones con España son la rúbrica y epitafio de este episodio de nuestra historia.

Hernán Cortés

Hernán Cortés

La figura de Hernán Cortés es por mucho una de las más vilipendiadas y denostadas, quizá porque la Conquista de México es uno de los procesos históricos más controvertidos y discutidos de nuestro país. ¿Se te había ocurrido indagar sobre la tumba de Hernán Cortés?

En México, como en pocos lugares de Latinoamérica, la imagen del conquistador en turno, en nuestro caso la de Cortés, es un tabú, ya que prácticamente no existe ningún monumento ni estatua en nuestro país que haga referencia a nuestro invasor, y es que parece que todavía pasarán muchas generaciones para reconciliarnos con nuestro pasado, por lo menos con este cruel e infausto capítulo.

Hernán Cortés

Hernán Cortés

Una breve semblanza de Hernán Cortés

Hernán Cortés nació en 1485 en Medellín, Extremadura, fue hijo de un hidalgo extremeño, y curso la carrera de leyes en Salamanca aunque nunca la terminó. Su primera incursión a nuestro continente sucedió en 1504, desembarcando en la Isla de la Española donde estuvo un par de años antes de regresar a España. En 1511 regresó a América con la expedición a Cuba de Diego de Velázquez, y al tiempo es nombrado alcalde de Santiago de Cuba.

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En 1519, contraviniendo las órdenes de Velázquez, se embarca en su expedición hacia México, llegando a las estribaciones de lo que hoy es el río Grijalva en el estado de Tabasco, fundando la hoy desaparecida Villa de Santa María de la Victoria.

Es aquí donde Cortés se entera de la existencia del Imperio Mexica y de la Gran Tenochtitlán. Inicia entonces sus alianzas con totonacos y tlaxcaltecas, y emprende su conquista del poderoso Imperio Mexica.

La conquista de Tenochtitlán

El 8 de noviembre de 1519 se dio el primer encuentro de Cortés con Moctezuma II en la Gran Tenochtitlán; en los siguientes meses vendrían varias rebeliones, la Matanza del Templo Mayor y el capítulo de la Noche Triste entre otras, hasta que en 1521, ya con Cuauhtémoc en el poder, cayó definitivamente la capital del Imperio Azteca.

Las Crónicas de las Indias

En los años subsecuentes, saldrían desde el centro de México innumerables expediciones expansionistas comandadas por Hernán Cortés para hacerse de territorios y riquezas: primero Veracruz, Tabasco, Morelos y Tlaxcala; más adelante, la actual Guatemala y Honduras —es decir la región maya—, después Yucatán, Nicaragua, y Las Californias (Baja California), Colima, Jalisco, Nayarit, Sinaloa, las Islas de Revillagigedo, Guerrero, Oaxaca, las Isla Marías, todo el Golfo de México, y así sucesivamente hasta 1541. Cortés se fue paulatinamente anexionando una parte muy importante de lo que es hoy el territorio mexicano, con algunas interrupciones provocadas por sus viajes a España para rendir cuentas a la Corona.

El fallecimiento de Hernán Cortés

En 1541 Cortés regresó a España definitivamente; en los años siguientes planeaba su regreso a México; sin embargo, el 2 de diciembre de 1547 la muerte lo sorprendió en Castilleja de la Cuesta en la provincia de Sevilla y sus restos fueron sepultados en el Monasterio de San Isidoro del Campo en la misma provincia, con un epitafio en su lápida mortuoria de su hijo mexicano Martín Cortés Zúñiga.

Marisol Cid

Inician los periplos de los restos mortales de Hernán Cortés

En 1566, por decisión de los familiares, los restos mortales de Cortés son trasladados de regreso a la Nueva España para ser sepultados al lado de una de sus hijas, en el Templo de San Francisco de Texcoco.

Años después, en 1629, a la muerte del último de sus descendientes masculinos, Pedro Cortés, los despojos del conquistador son inhumados y llevados al lado de los de su hijo en el templo del convento de San Francisco en la Ciudad de México, justo en un pequeño nicho detrás del sagrario. En 1716, con el inicio de la remodelación del templo, los restos son trasladados a la parte posterior del retablo mayor.

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En 1794, por órdenes del gobierno virreinal, y cumpliendo los deseos testamentarios de Cortés, sus restos son llevados a la iglesia de Jesús de Nazareno, que se encuentra exactamente adosada al hospital del mismo nombre, ambos edificios mandados construir por el conquistador en 1524.

En 1823, en plena conmemoración de la Independencia Mexicana, es decir, cuando inician los memoriales para honrar a los insurgentes caídos en la lucha independentista, alguien tuvo “la brillante” idea de trasladar los restos de Cortés a la Catedral Metropolitana para que reposaran junto a los Héroes de la Independencia. Por supuesto, no resulta extraño imaginar la reacción iracunda e indignada de una parte muy importante de la población, en algún momento se temió lo peor, de hecho, se hablaba de destruir los despojos del conquistador, y las expresiones callejeras eran por demás rabiosas y violentas.

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Fue entonces, en este clima de intransigencia, que el ministro Lucas Alamán intervino con la mesura e inteligencia que ameritaban los hechos y sacó los restos de la catedral para esconderlos en algún lugar del hospital de Jesús de Nazareno, al mismo tiempo hizo correr el rumor de que los despojos habían sido trasladados a Italia, donde vivían desde hacía algunos años los descendientes de Cortés.

Para evitar que los despojos se perdieran definitivamente, Alamán tuvo a bien, en 1843, el redactar un acta con tres copias donde registró con lujo de detalle el paradero de los restos de Cortés, el documento fue entregado a la Embajada de España, a los descendientes de Cortés, y al Patronato del Hospital de Jesús. Las actas y el paradero del occiso permanecieron en secreto por más de un siglo.

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No fue sino hasta el año de 1946, que el político y exministro republicano español Indalecio Prieto, que era un exiliado y que trabajaba en la Embajada de España, hizo público el documento que descubrió en la embajada y que hablaba del paradero de la tumba de Hernán Cortés.

Resultó que los restos de Cortés habían estado ocultos más de cien años simple y llanamente en un muro contiguo del altar del templo de Jesús Nazareno, muy cerca de donde habían estado antes de su traslado hacía cien años atrás a la Catedral Metropolitana.

En noviembre de ese mismo año se procedió a exhumar los restos, que se encontraban en una urna de terciopelo bordada en oro, para que el INAH estableciera que efectivamente se trataba de los restos del conquistador.

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Al conocerse la noticia de que efectivamente se trataba de los despojos de Cortés, volvieron a surgir las voces que pedían que estos fueran arrojados al mar, o simplemente destruidos, o mejor aún, expulsados del país.

Al final, por quien sabe qué designios concertadores y pacificadores se tomó la decisión de regresar la polémica urna al muro de la iglesia de Jesús Nazareno, donde como se dijo antes, había permanecido oculta y en secreto por más de un siglo. En esta ocasión se le colocó una placa de bronce con el escudo de armas de la familia Cortés, con la leyenda: Hernán Cortés 1485 – 1547, así, escueta, sobria, “como no queriendo la cosa”.

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Hoy, todavía descansan en este lugar los restos mortuorios de Cortés, casi nadie lo sabe, permanecen en la ignominia y el abandono, de hecho, no está permitido acercarse porque no hay acceso al altar mayor, y no se pueden tomar fotos, ni siquiera hacer muchas preguntas, y es que se trata, sin duda, de un huésped muy incómodo.

Algunas conclusiones

Justo aquí, donde se yerguen la iglesia y el hospital de Jesús Nazareno fue donde hace casi 500 años, en 1519, Moctezuma II le dio la bienvenida a Cortés; lejos estaban de imaginar los dos lo que este preciso lugar significaría para ambos, para uno el preludio del final y el nacimiento de un nuevo mundo, para el otro su sepulcro y última morada, hasta por lo visto, el final de los tiempos.

Marisol Cid

Precisamente en la esquina de Pino Suarez y República de El Salvador, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, se encuentran todavía ambos edificios icónicos, y también un mural elaborado con mosaicos que narra este mítico encuentro, que significó el nacimiento del México que hoy conocemos, el encuentro de dos culturas, la raíz del mestizaje, de lo que somos.

Marisol Cid

No estaría mal, quizá, en un futuro no tan lejano, el reconciliarnos con las dos culturas que nos antecedieron y de las que venimos. ¿Y Hernán Cortés?, solo fue un instrumento del devenir histórico, el villano en turno, y sí: la Conquista fue brutal y dolorosa, pero de esta coyuntura histórica estamos hechos, como toda la humanidad, que ha tenido que vivir sus propios procesos históricos, generalmente muy violentos, y que es de lo que está hecha.

Marisol Cid

Finalmente la transculturización es la síntesis de la humanidad, y como soñaba Alfonso Reyes, esta debe ser coherente, armónica, donde cada segmento del triángulo humano encaje sin fricciones ni violencia, en el espacio hueco del otro.

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