Lacas de Olinalá (Guerrero)
Perteneciente a la orden de San Francisco de Asís, el convento de clausura más prestigiado de España es el de “Las Descalzas Reales”, en la ciudad de Madrid; su legendaria fama le viene, entre otras muchas razones, por el hecho de haber estado bajo la tutela de los reyes de España desde su fundación en 1560.
Perteneciente a la orden de San Francisco de Asís, el convento de clausura más prestigiado de España es el de “Las Descalzas Reales”, en la ciudad de Madrid; su legendaria fama le viene, entre otras muchas razones, por el hecho de haber estado bajo la tutela de los reyes de España desde su fundación en 1560. En sus celdas no sólo han vivido hijas de las más antiguas y prominentes familias peninsulares; también varias infantas de las casas reales las tuvieron por morada definitiva.
De acuerdo con una antigua tradición, cada monja que profesaba entregaba al convento una dote que con el corre de los siglos ha constituido un espléndido tesoro: tapices flamencos, copones y custodias de oro incrustado con piedras preciosas, coronas, alhajas y un sinfín de objetos de los más diversos materiales.
Entre estos preciosos objetos llaman la atención por su belleza dos espléndidos arcones de incuestionable procedencia mexicana, cuya técnica de elaboración de estilo “rayado”, con aplicaciones en oro de hoja, identifica con exactitud su lugar de origen: Olinalá, antiquísimo pueblo localizado en el estado de Guerrero. Ambas piezas son de finales del siglo XVII , y a pesar de no haberse localizado el dato de la novicia que las entregó como dote, la excelente calidad que las caracteriza las hace formar parte de las obras ahí reunidas.
El arte “maqueado”-conocido popularmente con el nombre de laca, por la semejanza en su brillo y textura con los objetos provenientes del Oriente en el Galeón de Manila-debió estar bastante generalizado en el ámbito prehispánico mesoamericano. Así lo manifiestan los testimonios de fray Gerónimo de Mendieta, fray Diego Durán, el benemérito padre Sahagún y Bernal Díaz del Castillo.
Sabemos que Ias «lacas mexicanas», todavía para finales deI siglo XVII, se producían en Ias ciudades de Guadalajara, Puebla y México, y en infinidad de poblaciones de los actuales estados de Chiapas, Guerrero y Michoacán. Actualmente, sólo Chiapa de Corzo en el estado de Chiapas, Olinalá, Temalacatcingo y Acapetlahuaya en el estado de Guerrero, y Pátzcuaro y Uruapan en el de Michoacán producen con diferentes estilos y técnicas una gran variedad de objetos maqueados que van desde pequeños juguetes, hasta grandes muebles. Sin embargo, Ias piezas que mantienen el primer lugar en el gusto popular son Ias manufacturadas en el estado de Guerrero y muy particularmente Ias de Olinalá.
Esta bella población enclavada en Ia serranía guerrerense es Ia comunidad productora de laca más importante de México, tanto por el número de artesanos dedicados a esta actividad como por Ia diversificación de su producción. Desde diminutas máscaras de tigre hasta ajuares completos para amueblar recámaras y comedores, así como jícaras, cajitas, arcones, charolas y muebles, se trabajan todo el año como resultado de una antigua actividad local, originada mucho antes de que Ia presencia europea se hiciera sentir en el continente.
Aunque el archivo municipal de Olinalá anterior a 1959 fue quemado en 1956 por órdenes de su alcaldeza en turno -quien consideró que todos esos papeles viejos eran completamente inútiles-, la antigüedad deI pueblo aparece consignada en Ia «Matrícula de Tributos» deI Códice Mendocino; el glifo que identifica a Olinalá está representado por el «4 movimiento», por lo que Ios expertos traducen su nombre como «El lugar de Ios terremotos».
Para finales deI siglo XVllI, el sabio don José Antonio Alzate publicaba en sus famosas Gacetas de Literatura, hoy conservadas en Ia biblioteca deI Museo Nacional de Antropología, uno de Ios más emotivos testimonios conservados sobre Ia importancia de Ia antigua actividad laquera de esa población: Trabajemos para la posteridad, y si llega el tiempo de destruir la fábrica de jícaras de Olinalá, conservemos documentos, a fin de que, pasada la tormenta, puedan los futuros habitantes restablecer un arte tan ventajoso al beneficio de los hombres. Si alguna de estas Gacetas permanece en el rincón de alguna biblioteca, servirá a algún aplicado para que restablezca un arte tan útil.
Por ventura y a pesar de los violentos hechos que caracterizaron al país durante todo el siglo XIX y principios deI actual, los artesanos de Olinalá no han dejado perder su ancestral actividad.
Quienes tuvimos Ia suerte de conocer Olinalá por los años sesenta, Ilevamos como recuerdo imborrable la aventura que significaba entonces poder Ilegar ahí. EI camino por tierra desde Chilpancingo, representaba tres jornadas a caballo de ocho horas cada una; hacerlo por Huamuxtitlán, debido a lo accidentado deI camino, se tenía como franca locura. Sin embargo, Ia pista de aterrizaje inaugurada por aquellos años resolvía en parte los problemas: se volaba en pequeñas avionetas que debían abordarse en Cuautla, Morelos, o en Ia ciudad de Puebla. Pero si el viaje se iniciaba partiendo de Ia ciudad de México, había que trasladarse a Chilpancingo, lugar en donde se había inaugurado el servicio. En los dos primeros casos, Ia travesía representaba 45 minutos, en tanto que desde Ia capital de Guerrero el vuelo duraba veinte. Por cualquiera de Ias vías el viaje casi siempre reservaba sorpresas: ocasiones había en que el pequeño aparato de cuatro plazas era ocupado por seis personas, y era frecuente aterrizar en dos o tres puntos intermedios para dejar o subir pasaje; así, lugares como Cualac, Cuetzala, Iguala o Tlapa se nos fueron haciendo familiares.
Algunas veces, Ia velocidad deI viento impedía el aterrizaje, y entonces había que regresar al punto de partida para intentar el vuelo aI día siguiente. Mas todas estas peripecias Ias tenía uno por bien vividas cuando finalmente se llegaba a OlinaIá.
Como se podrá suponer, Ia visita de un «turista » en esos tiempos era motivo de curiosidad por parte de Ia población, extraordinariamente afable y bien dispuesta no sólo a mostrar su bella producción artesanaI sino también a explicar pacientemente Ia complicada técnica que representaba su elaboración. Los nombres de GuadaIupe Vélez, Ios de toda Ia familia Ayala, partiendo deI viejo don Margarito -uno de Ios mejores artesanos en Ia técnica deI rayado- y continuando con sus hijos Esteban, Juan Donaciano y Margarito, así como el de Francisco «chico» Coronel, quedaron como recuerdo imborrable de aquellas horas pacientemente dedicadas a explicamos los secretos de su artística actividad. ElIos no sólo sirvieron como maestros; también fueron excelentes anfitriones y guías que nos hicieron conocer Ias inmediaciones del lugar lIenas de atractivos naturales y vestigios de sitios arqueológicos, de donde provenían Ia mayoría de los pulidores de piedra que los artesanos empleaban en una parte deI proceso de producción. Estos bruñidores de origen prehispánico, junto con Ias colas de venado y el pelo de gato, constituían entonces el más preciado equipo de trabajo de cualquier laquero. Los primeros servían para asentar Ia capa inicial de laca, Ias colas de venado eran usadas a manera de brochas, y el pelo de gato les servía para fabricar finísimos pinceles. iLa ausencia de gatos en Ia población era por ese entonces notable!.
Dos han sido Ias técnicas de decorado trabajadas desde tiempos remotos: Ia deI «rayado» o «recortado», y Ia decorada a pincel que recibe el nombre de «dorado», recuerdo de aquellas antiguas piezas ornamentadas en algunas de sus partes con oro y plata de hoja. Pero en ambos casos, Ia pasta con que deberá cubrirse Ia superficie que será trabajada proviene de Ia mezcla de materias primas naturales obtenidas por los artesanos de la región.
Estos materiales, imprescindibles para realizar el trabajo, son designados en lengua náhuatl: el tecoxtle, de origen mineral, de textura arenosa y color amarillento, que debe mezclarse con aceites de chía y de linaza para formar una pasta ligeramente espesa sobre la superficie, sirviendo de base al siguiente paso en el que se utiliza el tlalpilole, mezcla a su vez de teziscalte -piedra dura de color blanco que se recolecta en Ias inmediaciones deI pueblo de Huamixtitlán-, Ia cual, una vez molida en el tlalmetate hasta convertirla en finísimo polvo, se mezclará con el color que servirá de fondo a Ia obra. Esta mezcla es Ia que se aplica con Ia cola de venado.
EI siguiente paso consiste en bruñir Ia superficie cubierta hasta hacer desaparecer prácticamente el tlalpilole; después, emplean otra «tierra » que designan con el nombre de toltec -mineral blanco de estructura compacta que posiblemente pertenece al grupo de Ios caolines-, a Ia que adicionan el color base; con Ia pasta que se forma embarran una y otra vez Ia pieza hasta que Ia nueva capa adquiere tersura. EI secado de esta fase demora dos o tres días, después de lo cual proceden a bruñirla.
EI proceso anteriormente descrito se repetirá paso por paso al aplicar Ia segunda capa que habrá de recibir Ia decoración conocida como «rayado». Los motivos utilizados con más frecuencia eran conejos de largas colas, pájaros, flores y grecas, pero lamentablemente empezaron a modificarse debido a Ia influencia de personas que sugirieron abandonar los diseños tradicionales para que Ia artesanía olinalteca tuviera «mayor demanda comercial». Para efectuar el «rayado», el instrumento de trabajo tradicional es una pluma de guajolote, en cuyo cañón colocan una espina con Ia que van marcando el dibujo surgido de Ia imaginación y habilidad manual de cada artista; una vez concluido el trazo, se vuelve a cubrir Ia superficie con toltec y se repasa el contorno de Ias figuras. Posteriormente, con Ia pluma se retiran Ias partes sobrantes y se procede a dar lustre con un algodón, dándose el brillo final a base de cera industrial para proteger la pieza.
La técnica de decoración conocida como dorado es otra distintiva de esta importante comunidad laquera. Para realizarIa se siguen los mismos pasos que requiere Ia técnica deI «rayado», hasta que se logra solidificar Ia primera capa de «barniz» (nombre que le dan localmente a Ias capas de laca). Una vez lustrada Ia primera capa, se procede a su decoración con pincel de pelo de gato; se emplean pinturas semejantes a Ias de óleo pero, en este caso, son los mismos artesanos quienes Ias preparan. Esta extraordinaria pintura, denominada «siza», Ia obtienen a base deI cocimiento de aceite de chía mezclado con polvo de azarcón, tecoxtle y tintes naturales; Ia mezcla se pone a fuego lento hasta los grar su debida consistencia. Con estas pinturas se representan paisajes, pueblos, flores e infinidad de animalitos que sorprenden por Ia finura de su trazo.
En 1973 el entonces Banco Nacional de Fomento Cooperativo, bajo cuyo patrocinio se encontraba Ia actividad artesanal deI país, intentó rescatar Ia auténtica técnica deI dorado -posiblemente introducida en Ia región por los frailes franciscanos en el siglo XVII-, por lo cual convocó a los «doradores» de Olinalá. Francisco «chico» Coronel, que ya entonces tenía Ia bien merecida fama de ser el mejor en ese estilo, respondió a este propósito: guiado por su anciano padre y saliéndose un tanto de los antiguos modelos, logró producir extraordinarias piezas que al año siguiente lo hicieron merecedor deI primer lugar en el concurso nacional de Ia laca. Hasta Ia fecha, Coronel es el único en Olinalá que produce este tipo de obra.
Por su calidad, el trabajo deI maque de Olinalá no necesita recomendación alguna, pero me parece justo recordar en este espacio a tres figuras que han sido determinantes en su defensa y difusión. Se trata de Gerardo Murillo -el Doctor Atl-, quien en 1931 fue el primero, de los grandes artistas plásticos, en visitar Olinalá, convirtiéndose a partir de entonces en defensor de esta actividad artesanal; el maestro Gutierre Tibón que, además de haber sido el primero en llegar en avioneta a ese sitio, en 1960 publicó Ia monografía histórica más completa que se haya hecho hasta Ia fecha sobre esta población, y Carlos Espejel, quien fuera durante muchos años subdirector deI Museo Nacional de Artes e lndustrias Populares y dio su mejor apoyo a los artesanos olinaltecas, a quienes dedicó en 1976 su libro titulado Olinalá.
¿Quieres escaparte a Guerrero? Descubre y planea aquí una experiencia inolvidable