¡Vamos a pueblear! 8 municipios de Puebla que te sorprenderán
Puebla es un estado fascinante. Te llevamos a recorrer 8 de sus municipios que ningún viajero debe dejar de visitar. Es hora de pueblear por estos bellos y pintorescos destinos.
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1. Aquixtla
A 15 kilómetros de Tetela, sobre la carretera que lleva a Chignahuapan, se encuentra este pequeño pueblo. Dividido por el paso del camino, de un lado quedó su plaza escalonada y el Palacio Municipal, de una sola planta, extendiendo sus arcos como si fueran montañas, como si quisieran imitar el paisaje serrano allá, al fondo, en la otra orilla. En ese otro flanco se encuentran, sobre la calle Juárez, las dos iglesias del siglo XIX que Aquixtla atesora. La primera es la Parroquia de San Juan Evangelista, su fachada es un universo de mosaicos y vitrales.
Dentro, en el altar principal, aparece San Juan sosteniendo en una mano una pluma y en la otra el libro de sus míticos evangelios, un águila posada sobre ellos. La segunda es la Capilla del Padre Jesús, la imagen a la que este pueblo profesa devoción sincera. Vestido con una túnica roja y dorada, el padre Jesús parece alumbrar a quien frente a él se posa.
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Cerca de Aquixtla hay un par de cascadas que vale la pena visitar: El Salto de Tepexcanal y Popocaya. En la primera se puede practicar rapel y en ambas se forman pozas donde la gente nada. Para llegar hasta ellas lo más fácil es tomar un taxi de los muchos que aguardan al pie de la plaza principal.
Aquí también se elaboran esferas, como en el vecino municipio de Chignahuapan, además de miel de maguey y quesos artesanales, pero es sobre todo la loza de barro la que llena el tiempo de sus habitantes. Hay varios puestos sobre la carretera donde la venden o puede encontrarse en el tianguis de los domingos.
2. Ahuacatlán
A 35 kilómetros de Zacatlán se encuentra este pequeño pueblo entre montañas. Visto desde lejos, los ojos sonríen frente al contraste que supone su anaranjada parroquia y el verde intenso que la rodea. De cerca, es el ánimo el que se siente ligero mientras se camina por un zócalo de casas antiguas y techos de teja.
Un reloj en el centro marca las horas que transcurren sin prisa. A este municipio le sobran tradiciones, habitado como está por nahuas y totonacos. Pero en la cabecera dos son los tesoros que relucen para el goce de los visitantes.
El primero es la Cascada Akuaticpak, escondida entre árboles y acompañada por el río Ixquihuacan. El agua cae no de muy alto, pero lo hace con la fuerza necesaria para serenar a quien la admira andar su camino.
El segundo es la Parroquia de San Juan Bautista, un edificio del siglo XVIII cuya fachada pertenece a ese barroco propio de los indígenas. Las torcidas columnas de afuera poco dejan intuir lo que habrá de verse en el interior: una serie de retablos barrocos salomónicos –el del altar principal todavía estofado y los otros ya sin dorar– que bien podrían pertenecer a una suntuosa iglesia de ciudad.
3. Zapotitlán de Méndez
Luego de 37 kilómetros, se llega desde Ahuacatlán a Zapotitlán de Méndez, un caluroso pueblo totonaco sumergido al fondo de las montañas, casi sin viento ni ruidos.
Por aquí pasa el río Zempoala, el río de los acantilados y los encinos, el que de memoria se sabe la geografía de la sierra norte poblana. Un puente viejo, de cantera, lo cruza.
Zapotitlán se enfrenta a los días con calles empedradas, un quiosco en su centro y el sonido de las campanas llamando a misa desde la torre exenta de la Parroquia de la Santísima Virgen de la Natividad. Construida a finales del siglo XIX, en la sencilla fachada de la iglesia aparece un marco de piedra con flores talladas, y al cruzar las gruesas puertas de cedro es la Virgen con su manto azul y su resplandor estrellado la que mira imperturbable al visitante.
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Caminando se llega desde la iglesia hasta la Cascada Cruz de Agua, un no muy grueso chorro de agua al que los habitantes acuden para refrescarse y los aventureros para hacer rapel. También dentro de las inmediaciones del pueblo se encuentran las Grutas Karmidas, el abovedado mundo de estalactitas y estalagmitas que reclama ser explorado. Quien a las grutas se encomienda (hay guías que señalan el camino) recibe como premio un espectáculo poco soñado: puede ver una laguna y en ella el reflejo de las formaciones calcáreas haciendo creer a los ojos que de una ciudad submarina se trata.
4. Ahuazotepec
Se encuentra en el camino entre Zacatlán y Huauchinango Ahuazotepec (30 kilómetros antes de llegar al pueblo de las flores). Es una comunidad que alguna vez fue otomí y que ahora se dedica al transporte de grandes volúmenes de mercancías: arena, mosaico, ganado, fruta.
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Su vida gira alrededor de la Parroquia de San Nicolás de Tolentino, la construcción que en el siglo XIX fue levantada para honrar al patrón del pueblo. Y se mira en su iglesia al santo agustino, cargando una charola de panes y una paloma, lleva los pies descalzos y una oscura túnica llena de estrellas. Sin embargo, es el Señor de los Amparados el que se ha ganado el corazón de las personas.
Y la que aquí vive es gente de manos sinceras, que lo mismo prepara tlacoyos en la calle Cuauhtémoc o vende pulque los lunes de tianguis. Vale la pena visitar al artesano Manuel Islas en su rústico taller de sillas. El armazón está hecho con madera de ocote, el asiento lo teje con tule.
5. Naupan
A 17 kilómetros al norte de Huauchinango se ubica este pueblo serrano escondido entre montañas.
Suyos son los paisajes que el alma luego recuerda, los que están hechos de aire y nubes que no acaban nunca, de árboles y milpas y tejados visitados por palomas, y de mujeres que todavía conservan las tradiciones en su vestimenta. Rodeada de sembradíos de café y chile, la comunidad nahua enamora a quien la visita.
Aquí la gente pone a secar cacahuates en el piso o las azoteas, llena los lunes de colores cuando es día de tianguis en la Plaza Principal, y le reza al patrón en la Iglesia de San Marcos. El santo aguarda entonces para escuchar plegarias en su casa de fachada anaranjada, bajo un techo de vigas de madera y sobre un altar barroco estípite.
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Sirva de pretexto para disfrutar el vaivén de la serranía alrededor, el deseo de conocer las iglesias de un par de comunidades vecinas: la Parroquia de San Isidro Labrador en Iczotitla (a dos kilómetros) y la Parroquia de San Bartolomé en Chachahuantla (a siete kilómetros).
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6. Acapala
Cerca de Pahuatlán se mira la comunidad de Acapala. Su iglesia, dedicada a San Juan, es una breve historia blanca de techo de teja, condenada a vivir separada de su torre de campanario. Pero la protagonista de esta zona es la naturaleza.
Se pueden hacer paseos a caballo por el río que comparte su nombre con el pueblo, practicar rapel en el Cerro Delgado, o acudir al Cerro de Pericos para contemplar el vuelo en desbandada de las ruidosas aves que lo habitan.
7. Honey
Al oeste de Pahuatlán se encuentra el poblado que lleva el nombre de Richard Honey, el empresario que a finales del siglo XIX habría de encontrar fortuna explotando minas de hierro en Pachuca. Con el material que él mismo producía se construyeron las líneas del ferrocarril que atravesaba el pueblo acarreando materiales entre los estados de Hidalgo y Tamaulipas.
La estación Honey se inauguró en 1908, y poco imaginaba la gente de entonces que el edificio terminaría un día transformado en Casa de Cultura. Conocerla, visitar la Iglesia de Santa María de Guadalupe, sumergirse en las cercanas y azules pozas que cambian de color a capricho de los minerales que contienen, y acercarse a las caídas de agua como la pequeña Cascada El Salto o la Cascada Velo de Novia, son todas formas de entretener el ocio de quien por aquí pasa.
8. Tlacuilotepec
Unos cuantos kilómetros al norte de Pahuatlán, se mira este pequeño pueblo donde la lluvia tiene esa bonita manía de pintar a veces un arcoíris encima del Templo de Cristo Rey. Levantada por los agustinos en el siglo XVII, la iglesia acumula con cariño las plegarias de sus fieles. Aquí la gente despierta sabiendo que el café de su tierra y las danzas que avivan sus tradiciones no se cambian por nada.
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