Museo Nacional de Agricultura de la Universidad de Chapingo
En la orilla poniente de la ciudad de Toluca, junto a maizales invadidos por flores silvestres de vivos colores y con un horizonte que a lo lejos nos muestra el volcán Xinantécatl, conocido como Nevado de Toluca, se localiza el Centro Cultural Mexiquense.
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Este espacio fue creado como una respuesta tanto a las necesidades culturales del Estado de México como a la imperiosa tarea de ofrecer un recinto para la investigación a una ciudad con amplias perspectivas de desarrollo, como lo es Toluca. Este centro, el sitio más vasto e . importante del Instituto Mexiquense de Cultura, alberga los museos de Antropología e Historia, de Arte Moderno y de Culturas Populares, además de la Biblioteca Pública Central y el Archivo Histórico del Estado. Tales recintos representan una continuidad en la historia cultural del propio valle.
Ya a mediados del sigloXVIII, el historiador Francisco J. Clavijero nos decía de esta interesante región: “[…] El fértil valle de Tollocan tiene más de cuarenta millas de longitud de sur a noreste, y hasta treinta de latitud por donde más se extiende. Tollocan, que era la ciudad principal de los matlatzinques, de donde tomó el nombre del valle, estaba, como lo está ahora, situada al pie de un alto monte, perpetuamente coronado de nieve, treinta millas distante de Mejico […]” Por otra parte, el sitio donde se encuentran las instalaciones del propio centro cultural fue ocupado, en los siglos anteriores, por la hacienda San José de la Pila, una de las de mayor actividad agrícola en aquellos tiempos. Se dice que esta hacienda poseía grandes pastizales para la cría de ganado y un límpido manantial cuya belleza jamás podrá ser admirada nuevamente.
La hacienda tiene una historia muy rica e interesante desde su fundación, a cargo de la orden religiosa de los franciscanos, hasta 1976, fecha en que pasó a ser propiedad del gobierno del Estado de México. Entre una y otra época, San José de la Pila cambió en múltiples ocasiones de propietario y fue causa de grandes conflictos; incluso llegó a ser fraccionada durante la Revolución, volviéndose a unificar al final de este movimiento. El área que hoy ocupa el Centro Cultural Mexiquense comprende 177 989 ha, y los últimos vestigios de la hacienda aún pueden contemplarse al oriente del centro, detrás del Museo de Culturas Populares.
El conjunto de edificios del Centro Cultural Mexiquense ofrece múltiples servicios que son aprovechados por un público diverso (estudiantes de secundaria, visitantes o investigadores), el cual se acerca tanto a los materiales de estudio de la Biblioteca Pública Central y del Archivo Histórico como a las exposiciones de pintura y de piezas de distinta índole que exhiben los museos. El Museo de Antropología e Historia divide su colección en varias salas. Una de ellas está dedicada a la ecología y en ella se exhiben ejemplares de la flora y la fauna característicos del territorio que hoy es el Estado de México, con el afán de despertar la conciencia de los visitantes para la preservación de la naturaleza. Las otras salas están dedicadas a las épocas prehispánica, colonial, del México independiente y contemporánea.
En estas salas podemos encontrar desde una escultura de serpiente con la imagen de Mictlantecutli en su base (la cual se puede apreciar mediante un espejo colocado debajo de la pieza) hasta la prensa con que imprimía José Guadalupe Posada. Hay también tumbas prehispánicas y cerámica de las distintas culturas que habitaron las regiones del estado. De la época colonial se exhiben trapichos y armaduras de acero, además de esculturas religiosas y otros objetos de interés como remates de retablos y un tornavoz de los siglosXVIyXVII.
De la Independencia y la Reforma hay maquetas donde se recrean los distintos acontecimientos históricos. Sobre la época moderna se encuentran ilustraciones y grabados en los que destacan, entre otros, hombres como José Zubieta y José Vicente Villada, durante el Porfiriato; Andrés Molina Henríquez y Francisco Murguía, durante la Revolución, y Agustín Millán y Abundio Gómez, en la etapa posterior al movimiento armado. Por su parte, el Museo de Culturas Populares se construyó en lo que fue el casco de la hacienda, y alberga ejemplares de la producción artesanal de todo el estado, incluyendo piezas de gran interés como un “Árbol de la Vida”, elaborado en el propio museo en 1986, con una altura de 5.20 m, ejemplar único en su género por estar construido de una sola pieza con dos caras. Además, el Museo cuenta con excelentes objetos de alfarería, textiles, cestería, platería, vidrio, cohetería, piñatas, ónix y juguetes de los más diversos materiales; de igual forma hay muebles de estilo colonial, miniaturas de alfarería y escenas de la vida de los grupos étnicos del Estado de México. También se pueden encontrar ejemplares de finísima manufactura sobre el arte de la charrería, arreos, sombreros, espuelas, frenos y sillas.
En la troje de la ex hacienda hay una reproducción de las antiguas tepacherías de la entidad, lo cual muestra el interés de los museógrafos por dar una imagen amplia de las escenas populares y los rasgos más importantes de la cultura en esta región.
El Museo de Arte Moderno está alojado en un edificio que inicialmente fue pensado como planetario; sin embargo, la estructura circular del inmueble permite la fácil adaptación de casi cualquier Museografía. Este Museo, único en su estilo, está cubierto por una serie de anillos de aluminio y plafones, que en su conjunto semejan un platillo volador, y sus gruesos muros son de cantera rosa armoniosamente combinada. El museo comprende siete salas que siguen un orden cronológico, y contienen obra desde 1910 hasta la fecha, de acuerdo con los estilos y las corrientes más importantes de la plástica contemporánea. Entre las firmas más relevantes se encuentran Germán Gedovius, Leandro Izaguirre, Rufino Tamayo, Matías Goeritz, Pedro Coronel, doctor Atl, Francisco Zúñiga, Vicente Gandía, Raúl Anguiano, Alfredo Zalce, Enrique Echeverría, Leopoldo Flores, Francisco Toledo, Francisco Moreno Capdevilla, Arnold Belkin y Gilberto Aceves Navarro.
El museo cuenta además con una sala de usos múltiples, así como con una librería donde se pueden adquirir carteles, libros y publicaciones. Cabe mencionar que el acervo de este lugar se logró gracias a donaciones tanto de instituciones oficiales como de particulares. Finalmente, la oportunidad de admirar y conocer exposiciones temporales es una experiencia que ningún visitante deberá perderse. La obra contenida en la Biblioteca Pública Central representa un patrimonio cultural de incalculable valor para la cultura del Estado de México y del propio país. A los servicios tradicionales de consulta de libros y materiales hemerográficos que ofrece la biblioteca hay que agregar el material audiovisual y fotográfico que está a disposición para su consulta, además del auditorio donde usualmente se realizan conferencias y ciclos de cine.
El Archivo Histórico, por su parte, comprende aproximadamente 20 millones de documentos sobre la historia del estado. Resaltan la documentación relativa al virreinato de la Nueva España, la correspondiente al liberalismo, la referida a la historia de la industrialización del Estado de México, así como los materiales relativos a la historia del trabajo en la entidad. Otros documentos que también merecen destacarse son los que comprenden los gobiernos de grandes personajes, como don Isidro Fabela. Con semejantes atractivos, el Centro Cultural Mexiquense es un lugar que no puede pasar inadvertido al viajero que, bien sea ocasional o frecuentemente, visite la ciudad de Toluca.
LA ANTIGUA HACIENDA SAN JOSÉ DE LA PILA
Texto: Alejandro Zenteno
Con el innegable sello de las décadas y los siglos, entre pastizales que acaricia el viento helado que pareciera soplar desde la boca misma del volcán Xinantécatl, conservando su color algunos muros semiderruidos en cuyos intersticios crece la vegetación silvestre, se encuentran las ruinas de lo que fue la hacienda San José de la Pila, conocida sencillamente como La Pila. Una escalera, por allá el vano de una puerta, más allá una columna de ladrillos que se resiste a la caída, son algunos vestigios de este otrora majestuoso lugar, habitado por los franciscanos desde 1552.
El nombre de La Pila se le dio porque muy cerca de allí existía un manantial que surtía de agua a la población. Durante los primeros años de la Colonia, el marquesado del valle mandó construir un acueducto subterráneo que llevó directamente el agua potable desde el manantial hasta la hacienda. Se construyeron también una pila y un tanque, aquélla en la huerta y éste en el segundo patio del convento. La disputa por el agua fue motivo de algunas querellas relacionada con la hacienda. Esperanza Baca Gutiérrez y Juan Carlos Reyes Agraz rememoran varias, como la entablada, a mediados del sigloXVIII, “[…] por el Convento de San Francisco en contra de Antonio Cano Cortés y consorte, sobre el dominio del Ojo de Agua y manantial de las tierras de La Pila en San Buenaventura”. Otro conflicto por la posesión del agua se dio en 1782 entre don Francisco Legorreta, entonces dueño de La Pila y don Jorge Mercado, propietario de la hacienda La Garcesa o Socomaloyan.
Esperanza Baca y Juan Carlos Reyes enumeran también una serie de conflictos y transacciones respecto a la hacienda.El libro de Hipotecasde la ciudad de Toluca de los años 1788-1789 registra una escritura de reconocimiento por 8 000 pesos sobre la hacienda “Buenaventura”, alias “La Pila”, que debía don José Ventura García de Figueroa “como principal deudor a don Mariano Cosío, su abonador”. En el padrón de familias españolas y mestizas de 1790 aparece La Pila como propiedad de José Ventura, quien en 1810 la vende a don José María González Arriata. Este personaje, imbuido de un espíritu cívico, construyó una serie de cañerías que llevaron el agua del manantial hasta la ciudad de Toluca. En 1820, González Arriata vendió la hacienda a don Juan Bascón.
Sucesivos dueños de La Pila fueron don Francisco Hinojosa de González, doña Carlota Hinojosa, Enriqueta Solares y don Laureano Negrete, quien, tal vez presionado por los acontecimientos sociales, fraccionó las tierras en 1918. Durante la Revolución, en múltiples ocasiones la hacienda fue ocupada por las tropas zapatistas. Por la década de los veinte, los dueños de las tierras de La Pila eran, por una parte, la señora Soledad González viuda de García y, por otra, Manuel Sáinz Larrañaga. Con la venta del terreno de la señora González a la esposa de Manuel Sáinz, el predio quedó unificado nuevamente. Durante los años cincuenta, los libros vuelven a mencionar a un nuevo propietario, don Antonio Mañón Suárez, quien según parece, conservó el terreno hasta el 30 de mayo de 1976 fecha en que pasó a ser propiedad del gobierno del Estado de México. En principio, la extensión se destinaría a la denominada Empresa Agrícola La Pila, que brindaría apoyo y asistencia técnica a los campesinos de la región. Entonces se cosechaban en La Pila maíz y cebada y se criaba ganado vacuno, caballar y porcino. Hoy se cosechan los frutos del conocimiento.
Fuente: México desconocido No. 220 / junio 1995 activo no \N \N \N \N no
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