Orígenes de Michoacán
Michoacán, el "lugar donde abunda el pescado", fue uno de los reinos más extensos y ricos del mundo mesoamericano prehispánico; su geografía y la extensión de su territorio dieron cabida a diferentes asentamientos humanos, cuya huella ha sido descubierta por los arqueólogos especialistas en el occidente de México.
Escápate un fin de semana:
Adrián Téllez, guía experto de Tlalpujahua y mariposas monarca
Las constantes investigaciones multidisciplinarias permiten ofrecer al visitante una visión más completa de la cronología correspondiente a los primeros asentamientos humanos y de los posteriores que fueron conformando al legendario Reino Purépecha.
Por desgracia el saqueo y la falta de investigaciones multidisciplinarias tan necesarias en esta importante región, no han permitido hasta la fecha dar una visión completa que dé a conocer con exactitud la cronología correspondiente a los primeros asentamientos humanos y la de aquellos posteriores, que fueron conformando el legendario Reino Purépecha. Las fechas que se conocen con alguna exactitud corresponden a un periodo tardío, relativamente anterior al proceso de la Conquista, sin embargo, gracias a los documentos escritos por los primeros evangelizadores y que conocemos con el nombre de «Relación de las ceremonias y ritos y población y gobierno de los indios de la Provincia de Michoacán», ha sido posible reconstruir cual gigantesco rompecabezas, una historia que nos deja ver con claridad, a partir de mediados del siglo XV, una cultura cuya organización política y social llegó a ser de tal magnitud, que fue capaz de mantener a raya al todopoderoso imperio Mexica.
Algunas de las dificultades para tener un cabal entendimiento de la cultura michoacana, residen en el idioma tarasco, ya que este no corresponde a las familias lingüísticas de Mesoamérica; su origen de acuerdo con prestigiados investigadores mantiene un parentesco lejano con el quechua, uno de los dos idiomas principales en la zona andina sudamericana. El parentesco tendría su punto de partida hace aproximadamente cuatro milenios, lo que permite rechazar de inmediato la posibilidad de que los tarascos hubieran llegado, procedentes del cono andino a principios del siglo XIV de nuestra era.
Alrededor de 1300 d.C., los tarascos asentados en el sur de la cuenca de Zacapu y en la de Pátzcuaro, sufren una serie de importantes transformaciones en sus patrones de asentamiento que indican la presencia de corrientes migratorias que se incorporan a sitios ya habitados de mucho tiempo atrás. Los Náhuas les llamaron Cuaochpanme y también Michhuaque, que quiere decir respectivamente «los de una vía ancha en la cabeza» (los rapados), y los «dueños de los peces». Michuacan fue el nombre que le dieron únicamente a la población de Tzintzuntzan.
Los antiguos pobladores tarascos fueron agricultores y pescadores, y tenían como deidad suprema a la diosa Xarátanga, en tanto que los migrantes aparecidos en el siglo XIII eran recolectores y cazadores que rendían culto a Curicaueri. Estos agricultores constituyen una excepción en Mesoamérica, debido al empleo del metal -el cobre- en sus instrumentos de labranza. El grupo de recolectores cazadores chichimecas-Uacúsechas, aprovecharon la compatibilidad del culto que existía entre las deidades mencionadas para integrarse dentro de un periodo que fue transformando sus patrones de subsistencia y su nivel de influencia politíca, hasta lograr la fundación de Tzacapu-Hamúcutin-Pátzcuaro, sitio sagrado donde Curicaueri fuese el centro del mundo.
Para el siglo XV, los que fueron extraños invasores se convierten en jefes-sacerdotes y desarrollan una cultura sedentaria; el poder lo reparten en tres sitios: Tzintzuntzan, Ihuatzio y Pátzcuaro. Una generación después el poder se concentra en manos de Tzitzipandácure, con el carácter de único y supremo señor que convierte a Tzintzuntzan en capital de un reino, cuya extensión es calculada en 70 mil km²; abarcaba parte de los territorios de los actuales estados de Colima, Guanajuato, Guerrero, Jalisco, Michoacán, México y Querétaro.
La riqueza del territorio se basaba fundamentalmente en la obtención de sal, pescado, obsidiana, algodón; metales como el cobre, oro y cinabrio; conchas marinas, plumas finas, piedras verdes, cacao, madera, cera y miel, cuya producción era codiciada por los Mexicas y su poderosa alianza tripartita, lo que originó que a partir del Tlatoani Axayácatl(1476-1477) y sus sucesores Ahuizotl (1480) y Moctezuma II (1517-1518), emprendieran en las fechas indicadas feroces campañas bélicas, tendientes a someter al reino de Michoacán.
Las sucesivas derrotas sufridas por los mexicanos en esas acciones, han sugerido que el Cazonci contaba con un poder más eficiente que los todopoderosos monarcas de México-Tenochtitlan, sin embargo al caer la capital del imperio azteca en poder de los españoles, y ya que aquellos hombres nuevos habían derrotado al odiado pero respetado enemigo, y alertados por la suerte corrida por la nación mexicana, el reino Purépecha estableció un tratado de paz con Hernán Cortés para evitar su exterminio; a pesar de ello, el último de sus monarcas, el infortunado Tzimtzincha-Tangaxuan II, que bautizado recibió el nombre de Francisco, fue brutalmente atormentado y asesinado por el presidente de la primera audiencia de México, el feroz y tristemente célebre Nuño Beltrán de Guzmán.
Con el arribo de la segunda audiencia designada para la Nueva España, se comisionó en 1533 a su ilustre Oidor, el licenciado Vasco de Quiroga, para remediar los daños morales y materiales causados en Michoacán hasta entonces. Don Vasco, identificado profundamente con la región y sus habitantes, aceptó cambiar la toga de magistrado por la orden sacerdotal y en 1536 fue investido como obispo, implantando por primera vez en el mundo en forma real y efectiva, la fantasía imaginada por Santo Tomás Moro, conocida con el nombre de Utopía. Tata Vasco -designación que le otorgaron los indígenas- con el apoyo de Fray Juan de San Miguel y Fray Jacobo Daciano, organizó las poblaciones existentes, fundó hospitales, escuelas y pueblos, buscando para éstos su mejor ubicación y robusteciendo en su conjunto los mercados y las artesanías.
Durante el periodo colonial, Michoacán alcanzó un florecimiento ejemplar en el inmenso territorio que entonces ocupaba dentro de la Nueva España, por lo que su desarrollo artistíco, económico y social tuvo un impacto directo en varios de los actuales estados de la federación. Es tan variado y rico el arte colonial que floreció en México, que se han dedicado interminables volúmenes que lo analizan tanto en lo general como en lo particular; el que floreció en Michoacán ha sido divulgado en infinidad de obras especializadas. Dada la naturaleza de divulgación que tiene esta nota de «México Desconocido», esta es una visión a «vuelo de pájaro» que permite conocer la fantástica riqueza cultural representada por unas cuantas de sus muchas manifestaciones artisticas surgidas durante el periodo virreinal.
En 1643 Fray Alonso de la Rea escribía: «También (los tarascos) son los que dieron al Cuerpo de Cristo Señor Nuestro, la más viva representación que han visto los mortales». El benemérito fraile describía de esta manera a las esculturas elaboradas con base en pasta de caña, aglutinada con el producto de la maceración de los bulbos de una orquídea, con cuya pasta se modelaron fundamentalmente cristos crucificados, de impresionante belleza y realismo, cuya textura y brillo les da apariencia de fina porcelana. Algunos cristos han llegado hasta nuestros días y vale la pena conocerlos. Uno está en una capilla de la iglesia de Tancítaro; otro se venera desde el siglo XVI en Santa Fe de la Laguna; uno más está en la Parroquia de la Isla de Janitzio, o el que se encuentra en la Parroquia de Quiroga, extraordinario por su tamaño.
El estilo plateresco en Michoacán ha sido considerado como verdadera escuela regional y mantiene dos corrientes: una académica y culta, plasmada en grandes conventos y poblaciones como Morelia, Zacapu, Charo, Cuitzeo, Copándaro y Tzintzuntzan y otra, la más abundante, está presente en infinidad de iglesias menores, capillas de la sierra y poblaciones pequeñas. Entre los ejemplos más notables dentro del primer grupo podemos citar la Iglesia de San Agustín y el Convento de San Francisco (hoy Casa de las Artesanías de Morelia); la fachada del convento agustino de Santa Maria Magdalena construido en 1550 en la población de Cuitzeo; el claustro superior del convento agustino 1560-1567 en Copándaro; el convento franciscano de Santa Ana de 1540 en Zacapu; el agustino ubicado en Charo, de 1578 y la construcción franciscana de 1597 en Tzintzuntzan, donde destacan la capilla abierta, el claustro y los artesonados. Si el estilo plateresco dejó su huella inconfundible, el barroco no la escatimó, aunque quizá por la ley de los contrastes, la sobriedad plasmada en la arquitectura fue la antítesis del desbordamiento de expresión en sus altares y refulgentes retablos.
Entre los ejemplos más destacados del barroco encontramos la portada de1534 de «La Huatapera» en Uruapan; la portada del templo de Angahuan; el Colegio de San Nicolás edificado en 1540 (hoy Museo Regional); la iglesia y convento de la Compañia que fueron el segundo Colegio Jesuita de la Nueva España, en Pátzcuaro, y la bellísima Parroquia de San Pedro y San Pablo, de 1765 en Tlalpujahua.
Los ejemplos más destacados de la ciudad de Morelia son: el convento de San Agusíin (1566); la iglesia de la Merced (1604); el santuario de Guadalupe (1708); la iglesia de las Capuchinas (1737); la de Santa Catarina (1738); la de las Rosas (1777) dedicada a Santa Rosa de Lima y la bellísima Catedral, cuya construcción se inicio en 1660. La riqueza colonial de Michoacán incluye los alfarjes, estas techumbres son consideradas las mejores de toda la América hispana ya que constituyen una prueba evidente de la calidad artesanal desarrollada en la Colonia; en ellos existen básicamente tres funciones: una estética, otra práctica y una didáctica; la primera por concentrar en la techumbre la principal decoración de los templos; la segunda, por su ligereza, que ante la eventualidad de un temblor tendrían efectos menores y la tercera, porque constituyen verdaderas lecciones evangelizadoras.
El más extraordinario de todos estos artesonados se conserva en la población de Santiago Tupátaro, pintado al temple en la segunda mitad del siglo XVIII para rendir culto al Santo Señor del Pino. La Asunción Naranja o Naranján, San Pedro Zacán y San Miguel Tonaquillo, son otros sitios que conservan ejemplos de este arte excepcional. Dentro de las expresiones del arte colonial donde la influencia indígena se encuentra mejor representada, tenemos las llamadas cruces atriales que florecieron a partir del siglo XVI, algunas fueron decoradas con incrustaciones de obsidiana, lo que reiteraba a los ojos de los entonces recién conversos, el carácter sagrado del objeto. Sus proporciones y decoración son tan variadas, que expertos en arte colonial las consideran esculturas de carácter «personal», hecho que se comprueba en las que insólitamente están firmadas. Quizá los más bellos ejemplos de estas cruces se conservan en Huandacareo, Tarecuato, Uruapan y San José Taximaroa, hoy Ciudad Hidalgo.
A esta bella expresión del arte sincrético debemos sumar también las pilas bautismales, verdaderos monumentos del arte sacro que tienen su mejor expresión en las de Santa Fe de la Laguna, Tatzicuaro, San Nicolás obispo y Ciudad Hidalgo. Con el encuentro de dos mundos, el siglo XVI dejó su huella imborrable en las culturas avasalladas, pero ese doloroso proceso de gestación fue el inicio del nacimiento del más rico y esplendoroso virreinato de América, cuyo sincretismo cultural no sólo llenó de obras de arte su inmenso territorio, sino que fue la cimiente para el desarrollo de los acontecimientos que se suscitaron en nuestro convulsionado siglo XIX. Con la expulsión de los jesuitas, decretada por Carlos III de España en 1767, las condiciones políticas de los dominios de ultramar empezaron a sufrir cambios que evidenciaban su malestar por las acciones emprendidas por la Metrópoli, sin embargo fue la invasión napoleónica a la Península Ibérica, la que originó los primeros indicios independentistas que tuvieron su origen en la ciudad de Valladolid -hoy Morelia-, y 43 años después, el 19 de octubre de 1810, fue sede para la proclama de la abolición de la esclavitud.
En este dramático episodio de nuestra historia los nombres de José Maria Morelos y Pavón, Ignacio López Rayón, Mariano Matamoros y Agustín de Iturbide, ilustres hijos del obispado de Michoacán, dejaron su huella benemérita y gracias a su sacrificio. se logró la anhelada libertad. Una vez consumada esta, el recién nacido país habría de enfrentarse a los hechos devastadores que sobrevendrían 26 años después. El periodo de la Reforma y consolidación de la República vuelve a inscribir entre los héroes de la patria los nombres de ilustres michoacanos: Melchor Ocampo, Santos Degollado y Epitacio Huerta, recordados hasta nuestros dias por sus destacadas acciones.
A partir de la segunda mitad del siglo pasado y el primer decenio del presente, el estado de Michoacán es la cuna de importantes personajes, determinantes en la consolidación del México moderno: científicos, humanistas, diplomáticos, políticos, militares, artistas y hasta un prelado cuyo proceso de canonización se encuentra vigente en la Santa Sede. Impresionante lista de quienes habiendo nacido en Michoacán, han contribuido de manera significativa en el engrandecimiento y consolidación de la patria.
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